Editorial El Nacional
Estos días santos son esperados con humildad y alegría, con la serena convicción de recordar y hacer renacer los últimos días de Jesús de Nazaret en esta tierra. Los católicos observan las exigencias de rigor, cumplen con el ayuno de la carne, participan con digna voluntad en las procesiones que parten de los templos y formulan sus promesas.
Otros van a visitar a sus familiares en provincia o se marchan al mar o la montaña sin por ello dejar de acudir a las iglesias para cumplir con el llamado de la fe, tan necesaria hoy en día en vista de la inmensa tragedia y la desolación moral que viven los venezolanos azotados como están por el hampa oficial y la informal, que el mismo Estado ha hecho crecer con su inercia y su comportamiento.
De igual manera la sociedad está inerme ante las bandas forajidas, tanto urbanas como rurales, que roban y matan a placer a la sombra del narcotráfico cuyos límites se vuelven borrosos en la medida en que se van descubriendo los evidentes lazos ocultos con el alto poder. El pueblo, en nombre del cual se dice hablar y actuar, sufre en el seno de su hogar, de su trabajo y de su tránsito por las calles y caminos, una violencia intolerable en casi todos los órdenes de la vida.
De tanto repetir mentirosa y miserablemente que “estamos sufriendo una guerra económica”, una camarilla de civiles y militares ha convertido este país en un campo artificial de batalla donde ellos ponen las balas y al resto de la sociedad le imponen “como sea” el deber de suministrar los cadáveres. Una guerra en la cual los sectores civiles son los únicos que sufren hambre, racionamiento, prohibiciones de circular libremente, de trasladar medicinas para los familiares gravemente enfermos y alimentos para los niños.
La camarilla bolivariana en el poder se comporta como los conquistadores romanos en Tierra Santa e imponen sus métodos brutales de represión contra las voces rebeldes y valientes que se alzan contra las injusticias.
No cabe duda de que si en una redada de las tantas que hacen las policías bolivarianas (sin respetar las leyes y la dignidad humana metiendo en el mismo saco a inocentes ciudadanos y a los ladrones de larga data y crueldad), se encontraran a Jesús de Nazaret, el único Dios de todas las religiones que, como bien lo escribió Chesterton, se atrevió a caminar entre los hombres, pues lo crucificarían otra vez y dejarían en libertad a los ladrones que, de seguro, tienen más afinidades con este gobierno que con los discípulos de Jesucristo.
Si alguien se quiere informar sobre como quedó Europa después de la Segunda Guerra Mundial, que haga sus maletas y venga aquí para que vea pueblos fatigados por el hambre, azotados por asaltantes de camino, sin luz ni agua corriente, con la comida racionada y un floreciente mercado negro.
Podrá ver también comercios cerrados, fábricas inactivas y largas filas de hombres y mujeres esperando por algo de pan y sardinas para comer. Y soldados por todas partes protegiendo la vida de sus rollizos jefes.
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