Alicia Freilich
Hay cierta diferencia entre diáspora y galut. Lo dicen casi seis mil años de mucha historia y poca geografía propias del pueblo judío. Ambos vienen del exilio, impuesto y/o voluntario.
En la milenaria diáspora simple, grupos con identidad común, sea religiosa, étnica, cultural o política, se esparcen por este planeta de migrantes, hoy tiene 63 millones desplazados en busca de refugio, y por lo general se integran sacrificando buena parte de esas raíces para facilitar su adaptación a una nueva vida. El galutactual es un proceso ideológico todavía más complejo, por lo general su primera generación conserva una estrecha alianza con sus orígenes, solicita legal hospedaje y sobre esa base que le da libertad regida por una legislación estricta, en el caso venezolano, se las ingenia para otorgar grandes aportes positivos a la sociedad que los recibe. Pide poco, entrega mucho.
La mayoría del millón y medio venezolano que huyó del gueto forjado por el militarista régimen totalitario chavista, de cúpula delincuente comprobada, es de formación en algún oficio, ejerce alguna profesión, busca educarse y reinventarse todavía más, con proyectos y logros anexos pues tuvo escuela básica en cuarenta años democráticos con su modelo familiar que lo convirtieron en ascendente clase media. Casi cuatrocientos mil se concentran en la norteamericana Florida, pero todos ellos equivalen al reducido grupo fundacional sobreviviente que desde el duro destierro dictatorial gomecista y el pérezjimenista regresó para construir la democracia representativa.
Sorprende al mundo el balance del galut venezolano en su tenaz actividad emprendedora. Da cuenta de una condición diaspórica especial. La palabra viene del hebreo gueulá que significa redención, salir disminuido en lo físico para volver renacido en lo espiritual y mental, impulso emotivo que motorizó el renacimiento del tercer Israel, moderno y productivo. El venezolano “galútico” escapó a tiempo del total desastre y aprendió que sobrevive no por ser más fuerte sino por su capacidad de adaptarse a nuevas situaciones inspirado en su nativa tierra de especiales gracias, a saber, excelente clima, riqueza en generosa humanidad, abundancia mineral y vegetal, ubicación privilegiada en el mapamundi, buena suerte que facilita absorber como bisagra los cuatro puntos cardinales del continente, permite fusionar ideas y costumbres manteniendo su sentido de pertenencia basal. Identidad que práctica y ejemplariza, por igual adentro y afuera, no la impone.
La literatura testimonial de ese “alláquí” es uno de sus más claros signos galúticos. Caracas irredenta, interesante y muy bien diseñada novela de Atanasio Alegre (Punto Didot, Madrid 2016) psicólogo, narrador nato, profesor universitario nacido español, venezolano por acción y emoción a todo vigor, otorga una clave más para entender este fenómeno tan peculiar del venezolanismo alejado en cuerpo, soporte y complemento indispensable de la perseguida y valiente disidencia local, en trasplante creativo listo para retornar y refundar de cerca y lejos a su país. Refleja hasta qué punto eso que llaman estado de ánimo caraqueño es un fijo modo nacional de ser y permanecer con un avileño vientre abierto para la sana siembra sobre ruinas y desiertos.
Acaso, comprender es la manera más estable de amar.
alifrei@hotmail.com
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