Tuesday, June 28, 2016

Más allá del Brexit

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Fernando Mires

Con el estrecho triunfo obtenido por el Brexit sobre el Remain los partidarios de la primera opción, después de la euforia tropical que de modo tan poco británico expusieron al mundo, han logrado objetivos muy diferentes a los que se propusieron.
Hasta antes del Brexit, el Reino Unido aparecía como una unidad nacional pluripartidista y multiopcional. Después del Brexit aparece dividido entre dos conceptos de nación radicalmente irreconciliables. El triunfo del Brexit amenaza convertirse en la antesala de la división interna de la unidad estatal.
Tanto Escocia como los católicos del Ulster al elegir la integración en la EU votaron también en contra de la hegemonía de Inglaterra sobre el RU. Escoceses y católicos irlandeses no hicieron más que asumir los argumentos levantados por los populistas del Brexit pero dirigidos esta vez en contra de la propia Inglaterra. Un regalo inesperado recibido desde Londres.
Quienes optaron por el Brexit no entendieron que la unidad del RU está estrechamente ligada a la unidad de Europa. Tampoco que el RU puede ser más fuerte dentro y no fuera de la EU. En nombre de un mal entendido patriotismo han perdido la oportunidad de convertir a su nación en líder político de Europa del mismo modo como Alemania llegó a ser su líder económico. En vez de orientar a Europa, como lo hicieron en el pasado, han elegido huir de ella.
Dentro de Europa las políticas anti-inglesas del RU eran secundarias. Separado políticamente de la UE, esas políticas se convertirán en primarias. Lejos de haber sido liberado de un imperio, como proclama el émulo británico de Donald Trump, Boris Jonson, el RU se convertirá en un prisionero sometido al imperio de sus propias contradicciones
Sin embargo, es preciso señalar que no estamos asistiendo a la aparición de un fenómeno puramente británico. Los ingleses hace tiempo que han dejado de ser originales. El anti-europeísmo europeo, al igual que el británico, también ha partido en dos la política de otras naciones. El caso más reciente ocurrió en Austria en cuyas elecciones el candidato de la coalición pro-Europa, el verde Van der Bellen y el ultranacionalista Hofer (FPO) repartieron la votación en partes casi iguales. Austria se ha vuelto así ingobernable. En nombre de la defensa del estado nacional, los anti-Europa están arruinando a los estados nacionales. La razón es simple: ningún estado nacional puede funcionar sobre la base de una nación partida en dos.
El llamado “efecto dominó” que según los medios publicitarios seguirá al Brexit precede objetivamente al Brexit. En ese sentido, los del Brexit, aunque no lo quieran, son muy europeos. Ellos, visto objetivamente, no llevarán al RU a una separación con respecto a Europa sino a una plena integración con otra Europa. Algunos dicen, con la vieja Europa. Es cierto pero quizás es peor: se trata de una nueva-vieja Europa.
La alternativa que representan los anti- EU es, incluso desde el punto de vista ideológico, más homogénea que la europeísta. Tanto en el RU como en los demás países europeos los euro-separatistas cultivan los mismos prejuicios, los mismos miedos, los mismos odios, las mismas adhesiones internacionales. Sus puntos de comunión son el rechazo al “imperio” de la EU, fortalecimiento del estado nacional y, sobre todo, cierre de puertas a la ola migratoria que proviene desde las guerras del Oriente Medio (de las cuales el RU junto a los EE.UU. han sido actores decisivos).
Desde esa perspectiva, tanto las iniciativas del Brexit como de otros movimientos segregacionistas, no llevan objetivamente a una separación del contexto europeo sino —reiteramos— a la formación de dos Europas. Se trata de un regreso al pasado pero bajo nuevas formas.
Del mismo modo como en el pasado reciente hubo dos Europas, una comunista y otra democrática, hoy también asistimos al aparecimiento de una Europa dual. A un lado, una Europa liberal, social, cosmopolita y democrática. Al otro, una Europa reaccionaria, exclusiva, racista y autoritaria. E igual que durante los tiempos de la Guerra Fría, la línea divisoria no sólo será geográfica. Será, además, política. Y como demostraron las elecciones del Brexit, cruzará a cada nación de punta a cabo.
No deja de producir cierta tristeza ver al país de los Tories y de los Whigs transformado en el país de los Brexit y de los Remain. El empobrecimiento de la política británica es notable. Tan notable como el otro conflicto -absolutamente innecesario- provocado por el Brexit. Me refiero al de “los viejos” contra los “jóvenes”. Mientras los primeros en su gran mayoría eligieron el Brexit (es decir, no solo una vieja Europa sino una Europa de los viejos) los segundos optaron tendencialmente por el Remain. Ese conflicto generacional mostrado de modo muy gráfico en el referéndum, es también muy europeo. Se da en todos los países del continente, sin excepción.
Los viejos europeos, no solo los ingleses, tienen miedo. Pero los partidos ultraderechistas, populistas y neo-fascistas no inventaron ese miedo. Sólo lo han politizado. Sin temor a equivocarnos podemos decir que el Brexit y otros intentos para huir de Europa son el resultado de la politización de los miedos.
Frente a esa situación lo que sobra en estos momentos son grandes explicaciones teóricas. Un conocido sociólogo anuncia en la TV un libro titulado La sociedad del resentimiento. Otro, La revolución de los ancianos. Los marxistas y post-marxistas escribirán largos tratados acerca de la contradicción que se da entre la globalización capitalista y los estados nacionales. Por supuesto, hay que prepararse para ver las librerías atestadas con títulos como El fin de Europa, El renacimiento del estado nacional, La derrota de Angela Merkel y otros parecidos. Ha llegado la hora de las teorías que aclaran todo sin decir nada.
Pocos autores tomarán nota de una realidad que confiesan los propios electores. El 90% de ellos dice haber votado por el Brexit debido al miedo que sienten frente a “las invasiones musulmanas”. Que esos miedos provengan de personas no afectadas por las “invasiones” no cambia en nada la impresión general. Los electores europeos, principalmente los ancianos, tienen miedo de ser invadidos por extranjeros. Y sobre ese miedo trabajan los partidos xenófobos, ultranacionalistas, ultraderechistas —¿y por qué no decirlo?— neo-fascistas.
Seamos sinceros: el Brexit no fue un referéndum para retirar al RU de Europa. Pero sí lo fue para retirar a sirios, afganos, iraquíes, y tantos más, de las ciudades británicas. Todo el mundo sabe que si ese referéndum no hubiera tenido lugar en medio del estallido de la crisis migratoria, habría sido ganado fácilmente por el Remain. De ese miedo colectivo viven los partidos xenófobos emergentes. Las próximas elecciones (plebiscitarias o no) que tengan lugar en los demás países de Europa, estarán marcadas por el fuego xenófobo.
El Brexit fue concebido por sus impulsores como parte de una cruzada continental anti-islámica. Razón suficiente para valorar a quienes optaron por el Remain. Cuando todo trabajaba en contra lograron mantener en alto las banderas de la razón frente a una parte de la población en declarado estado de histeria colectiva.
No es el momento para indagar aquí sobre las causas de los miedos. Hay que aceptar, sí, que no siempre son infundados. Las migraciones que provienen de las zonas de guerra en el Oriente Medio han sido las más multitudinarias que ha conocido la Europa moderna. Momento propicio para que partidos democráticos hubiesen hecho uso de sus mejores argumentos en defensa de esos refugiados que vienen huyendo de guerras de las cuales ni Europa y mucho menos Gran Bretaña son inocentes. Por ejemplo, haber recalcado que esos refugiados huyen de bombardeos ejecutados por enemigos radicales de Europa como son los comandos terroristas del ISIS, la dictadura de Siria y, en cierta medida, la Rusia de Putin, habría hecho entrar en razón a no pocas personas. La política es más pedagógica de lo que se piensa. La gente, cuando es explicada, entiende.
¿Cómo explicaron en cambio los partidos democráticos la llegada de las multitudes islámicas? Con argumentos humanitarios que no convencen a nadie o con el simple silencio. Así, la campaña en contra del Brexit fue centrada por ellos en temas económicos y tecnocráticos. Desde la EU, esos dos monumentos de la burocracia internacional, Jean-Claude Juncker y Martin Schulz, no se cansaron de repetir como autómatas las ventajas financieras que derivan de la pertenencia de Gran Bretaña a la UE. Como si eso bastara para que los miedos de una ciudadanía aterrada fuesen paliados.
En otras palabras, los burocratizados partidos de centro: liberales, socialdemócratas y social cristianos, han practicado con asombrosa rigurosidad la política del avestruz. En lugar de enfrentar a los indudables problemas que plantea el fenómeno migratorio, han hundido la cabeza en cifras que a la mayoría de la población europea no dicen nada. Con ello han regalado el tema de las migraciones a los partidos xenófobos.
Ha llegado así la hora de los grandes demagogos. Los líderes de los “partidos emergentes” son en su mayoría personas sin antecedentes políticos. Algunos provienen del mundo empresarial. Otros, del periodismo, de la farándula e incluso de la comedia. Se trata, en general, de personajes histriónicos, imprevisibles, anárquicos. La tónica común es la prédica de odio en contra de los políticos y la política. Todos prometen el regreso a las raíces nacionales, a paisajes idílicos de la política que por supuesto nunca existieron, y como si estuvieran de acuerdo unos con otros, profesan admiración a la política y a la persona de Vladimir Putin.
El autócrata ruso debe haberse sentido muy feliz con los resultados arrojados por el Brexit. Como su predecesor, Stalin, sabrá servirse de una Europa fragmentada, cerrará contratos bilaterales con gobiernos que apoyen su política y sentará presencia en la política europea. Paso a paso, como ha sido siempre su imperturbable línea.
No tan lejos, el neo-dictador de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, se apresta a reconstruir el esquema básico del imperio otomano pero dejando de lado la tentación europeísta y laicista. Luego, a liquidar para siempre la resistencia kurda y finalmente convertir a su país en el centro hegemónico del mundo sunita. Y todo eso sin estar sometido a ningún acuerdo internacional ni recibir sanciones de una Europa moribunda.
Incluso en Pekín, la dictadura capitalista-comunista que rige los destinos del grande país, no lamentará que con la caída de la UE caigan también las barreras proteccionistas que desde allí fueron erigidas.
En nombre de la independencia con respecto a una UE a la cual nunca han estado sometidas, las naciones que logren escindirse de la comunidad política abrirán el camino a los enemigos externos de la democracia. Esa es precisamente la distopía a evitar. Esas son las razones por las cuales todos los demócratas del continente deberán unirse en un solo frente e impedir el avance neo-fascista disfrazado de independentismo. Cada elección, aún la más insignificante, será después del Brexit una batalla decisiva para el destino de Europa. Y no solo de Europa.
En Maastrich 1993, luego en Ámsterdam 1999, pareció cristalizar el ideal de los padres fundadores de la Nueva Europa (Adenauer, Churchill, de Gasperi, Monet, entre varios). Después de dos guerras mundiales y de una guerra fría que nunca fue fría, las condiciones parecieron abrirse para el nacimiento de una unidad  geográfica, económica, cultural y política de grandes y nuevas dimensiones. Conflictos que antes eran dirimidos en los campos de batalla comenzaron a ser resueltos en mesas de negociaciones. Las naciones más débiles de Europa fueron protegidas a cambio del cumplimiento de deberes destinados a ser medidos en plazos medianos. Así, la Unión llegó a contar con 28 miembros.
Hoy la UE es una unidad heterogénea que funciona en los ámbitos financieros y comerciales, mas no así en los políticos. Al interior de la enmarañada burocracia tejida en los corredores de Bruselas y Ginebra han ido escalando posiciones personas muy eficientes en sus profesiones pero carentes del menor sentido político. En ese ambiente poblado de papeles y cifras, fue naciendo la quimera de una Europa sin enemigos.
La incapacidad de diversos políticos europeos para reconocer a los enemigos internos y externos de Europa ha pavimentado el camino del Brexit. Nuevos desastres asoman en el horizonte. La mayoría de los expertos afirman que para evitarlos la UE deberá ser sometida a un proceso de radical reformulación. Pero se cuidan muy bien de señalar los puntos a ser modificados. Nadie se atreve a decir una gran verdad: que nunca la UE podrá ser mejor que la política que prima en la mayoría de sus estados nacionales.
No en la UE sino al interior de cada una de sus naciones deberá tener lugar la reformulación política de Europa.

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