Sunday, July 3, 2016

'Brexit' y Trump: La política como brujería

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Emociones, pasiones e intuiciones guían las decisiones de millones
de personas

Moisés Naím El País Julio 2, 2016 http://internacional.elpais.com/internacional/2016/07/02/actualidad/1467487543_702239.html

El ganador se lo lleva todo. Esta es una de las tendencias en los países donde la desigualdad económica se ha agudizado: unos pocos ganadores (el famoso 1%) se lo llevan todo. O, para ser más precisos, los ganadores captan una altísima proporción de los ingresos y acumulan la mayor parte de la riqueza del país. Esta pronunciada desigualdad económica es uno de los factores que contribuye a fomentar otra de las tendencias del mundo de hoy: la desconfianza. Todas las encuestas que sondean los índices de confianza en diferentes países descubren que ese valor está en caída libre. La gente confía muy poco en el Gobierno, la empresa privada, las organizaciones no gubernamentales o los medios de comunicación. Y peor aún, instituciones que antes estaban por encima de toda sospecha, ahora no logran eludir la ola de suspicacia que azota a las demás.

En los últimos años, por ejemplo, las crisis económicas y políticas han socavado la confianza de la opinión pública en “los expertos”, y los múltiples escándalos sexuales y financieros han hecho menguar la credibilidad de la Iglesia católica. Según estos sondeos, en todas partes y cada vez más, la gente tiende a confiar principalmente en familiares y amigos. Salvo excepciones. A veces, una población normalmente escéptica decide depositar toda su esperanza en ciertos líderes o movimientos políticos. Es una reacción bipolar: todo o nada.

Con la confianza está pasando algo parecido a lo que ha sucedido con la economía: el ganador se lo lleva todo. De pronto, aparecen individuos que logran
despertar una fe que rompe todas las suspicacias. Hemos visto cómo la
confianza de la gente en ciertos líderes se mantiene a pesar de su
comprobada propensión a tergiversar la realidad, adulterar estadísticas,
hacer promesas a todas luces incumplibles, lanzar acusaciones
infundadas o, simplemente, mentir. No importa que su mendacidad se
haga evidente.

Donald Trump es un buen ejemplo de esto. Los medios de
comunicación dan un recuento diario de las afirmaciones que hace
Trump y que, al verificarse, resultan falsas. Esto, sin embargo, no hace
mella en el entusiasmo de sus seguidores. Muchos simplemente creen
que quienes mienten son los periodistas que dicen revelar la falsedad de
las afirmaciones del candidato. Para otros, los hechos no importan.
Trump les ofrece esperanzas, protecciones y reivindicaciones que
conforman un paquete irresistible, y del cual ellos no se van a
desencantar por datos y hechos incómodos.

Algo parecido acaba de pasar con el Brexit. Uno de los espectáculos más
insólitos del día después del referéndum en el cual los británicos
votaron la salida de su país de la Unión Europea fue ver y oír a los
líderes del Brexit negar las promesas y datos en los que basaron su
campaña. No, el monto de dinero que envía Reino Unido a Europa es
menos de lo que ellos dijeron. No, ese monto no se va a ahorrar ni va a
ser invertido en mejorar el sistema de salud. No, el salir de la Unión
Europea no va a resultar en menos inmigrantes.

No, no tienen idea de cómo van a llenar los vacíos institucionales y regulatorios que se crean
con esta decisión. Todas estas negativas balbucearon frente a los
micrófonos los líderes del Brexit el día de su victoria. Los mismos líderes
que tan solo unas horas antes, y durante meses, mantuvieron todo lo
contrario. De nuevo, ni los hechos ni los datos importan. Datos y
hechos son para los expertos y “la gente de este país está harta de los
expertos”. Esto último lo dijo Michael Gove, uno de los líderes de la
campaña a favor del Brexit (y ahora candidato a primer ministro),
cuando, antes del referéndum, un periodista lo confrontó con las
devastadoras conclusiones de un grupo de reconocidos expertos que
incluía varios premios Nobel.

Y estos son solo dos ejemplos de muchos otros que hemos visto en
España, Italia y otros países de Europa, así como en América Latina.
Se ha puesto de moda hablar de un mundo posfactual. Un mundo donde a pesar de la revolución en la información, Big Data, Internet y demás avances, los hechos y los datos no importan. Las emociones, las pasiones y las intuiciones son las fuerzas que guían las decisiones políticas de millones de personas.

Esto no es nuevo. La política sin emociones no es política. Pero las decisiones de gobierno donde los datos no importan no son decisiones de gobierno, son brujería. Como pronto descubrirán los británicos, guiarse solo por las emociones y las intuiciones e ignorar la realidad inevitablemente resulta en un inmenso sufrimiento humano.

Sígame en Twitter en @moisesnaim

Moisés Naím (Caracas, 1952). Es licenciado en Ciencias Económicas, con máster y doctorado por el Instituto de Tecnología de Massachussets. Ha sido profesor en la Johns Hopkins School for Advanced and Internacional Estudies y en el Instituto de Estudios Superiores de Administración en Caracas. Entre otros cargos, ha sido director ejecutivo del Banco Mundial y ministro de Comercio e Industria de su país. Colabora en diversos periódicos como Washington Post, Los Ángeles Times, New York Times, Newsweek y con una columna semanal en El País. Fue director de la edición estadounidense de Foreign Policy, que circula en 160 países y se publica en siete idiomas, desde 1996 hasta 2010. Investigador del Carnegie Endowment for International Peace (Washington, D.C.). Su obra se compone de libros de economía y política internacional, entre los que destacan: Venezuela, una ilusión de armonía, con Ramón Piñango; Tigres de papel y minotauros: La política de reforma económica en Venezuela (1993); Lecciones de la experiencia venezolana, con Louis Goodman, Johanna Mendelson, Joseph Tulchin y Gary Bland (1994); La política de competencia, desregulación y la modernización en América Latina, con Joseph Tulchin (1999), Estados Alterados: Globalización, Soberanía y Gobierno (2000), Ilícitos (2006). En abril de 2011 recibió el Premio Ortega y Gasset por la más destacada trayectoria profesional y también “su enorme
capacidad de análisis que lo convierten en una referencia imprescindible en lengua española". En 2014 publicó “El fin del poder”.

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