RAMÓN ESCOVAR LEÓN / @RESCOVAR
1 DE SEPTIEMBRE 2016 - 12:01 AM
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”, dice don Quijote a Sancho Panza en la obra más emblemática de la lengua española. Vale la pena recordar dicha enseñanza cervantina en este momento en el que los venezolanos nos disponemos a marchar para invocar la libertad, amparados en el artículo 68 de la Constitución, que expresa: “Los ciudadanos y ciudadanas tienen derecho de manifestar, pacíficamente y sin armas, sin otros requisitos que los que establezca la ley”. Se trata de una jornada cívica que tiene como propósito pedir la aplicación sin engañifas ni malabarismos burocráticos de un referéndum revocatorio amparado en nuestra carta magna. Nada más democrático, civilizado y constitucional que marchar para pedir libertad.
La gran mayoría de los venezolanos ve este acto como un hecho democrático; otros, dominados por dogmas ideológicos, lo ven como un evento desestabilizador y golpista, patrocinado por la CIA y el “imperio”; este es el mismo lenguaje gastado que utilizaba Fidel Castro en la época de la Guerra Fría. Desde luego, para la arrogancia “revolucionaria” cualquier iniciativa constitucional que signifique la derrota (por decisión popular) de este modelo socialista que ha arruinado a Venezuela debe ser obstaculizada. Por eso las amenazas (“Erdogan se va a quedar como un niño de pecho”, por ejemplo) y la convocatoria sobrevenida de una contramarcha llamada “La toma de Venezuela”, en la que participarán un “pueblo” manipulado y unos funcionarios públicos bajo la amenaza de perder sus trabajos, como aquellos que firmaron en favor del revocatorio. El gobierno sabe que una marcha multitudinaria y espontánea de parte de quienes piden libertad mostrará el repudio masivo hacia su fracasado proyecto socialista.
El autoritarismo y la ineficiencia madurista se evidencian en las “sentencias” de la Sala Constitucional contra la Asamblea Nacional y las libertades -elaboradas por “magistrados” que no gozan de autoritas -, en la ineficiencia para controlar el hampa y la inflación, en la persecución a través del Poder Judicial a dirigentes opositores (López, Ceballos, Ledezma y muchos otros) y en la imposición de medidas económicas que han teñido de miseria los hogares de los venezolanos y que han potenciado esa figura nefasta que es el bachaquero. La lista sería interminable, pero es suficiente con lo señalado para destacar la necesidad de invocar la Constitución con el fin de buscar una salida democrática que permita corregir los errores, enderezar entuertos y lograr la libertad.
Es deseable que la expresión popular le imprima al gobierno la dosis de humildad necesaria para ver la realidad tal como la sienten los venezolanos que se expresaron el 6D y que padecen los efectos devastadores de la crisis que afecta al país. Al margen de las maniobras contra la marcha pacífica y democrática, la misma anuncia un éxito que quedará demostrado, entre otras cosas, por el nivel de rechazo popular que tiene Nicolás Maduro y por la vocación democrática de la oposición.
El propósito de la marcha no es dar un golpe de Estado, ni quienes marchan son traidores, agentes del “imperio” o saboteadores. Se trata de venezolanos que desean vivir en paz y ser gobernados con eficiencia y pulcritud. Por eso la Fuerza Armada Nacional debe ser imparcial y garantizar la seguridad y libre desenvolvimiento de “La toma de Caracas”, en acatamiento del mandato recogido en el artículo 328 de la Constitución, que proclama que ella “constituye una institución esencialmente profesional, sin militancia política”.
La marcha popular y pacífica contribuirá a abrir las puertas a un país donde se pueda vivir en armonía, sin amenazas, sin presos políticos, con un Poder Judicial confiable, sin bachaqueros, sin dogmas ideológicos, sin el culto a la personalidad y, sobre todo, bajo el manto de la libertad, porque como expresó Benedetto Croce en sintonía con don Quijote: “dar por muerta a la libertad vale tanto como dar por muerta a la vida”.
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