Francisco Layrisse
La crisis venezolana lejos de alejarse se va profundizando. Pareciera que se va transformando en una situación crónica y ante la posibilidad de una salida, los venezolanos, en porcentaje cada vez más alarmantes, ven como su mejor futuro el emigrar en la búsqueda de un mejor futuro para ellos y sus familias. Es poco lo que un venezolano común, en particular, puede hacer ante la inmensa fuerza que representa el gobierno de turno. Lo que está a su alcance es la solución personal, individual, por lo que al igual que lo han hecho otros pueblos víctimas de guerras civiles, gobiernos dictatoriales, desastres naturales, es convertirse en emigrantes, en la búsqueda de mejores condiciones de vida, de esperanzas futuras de las que puede encontrar en su propio terruño. Solo la unión de muchísimos pero muchísimos venezolanos, de una abrumadora mayoría, bajo un liderazgo responsable, coherente, visionario será capaz motorizar el cambio deseado.
No es simplemente corregir el error de Chávez en la selección de su sucesor, posteriormente ratificada por al menos la mitad de los venezolanos votantes. No es un tema de cambiar de jugadores, es un tema mucho más profundo, más trascendental, es cambiar un modelo político económico que ha sumido el país en la mayor debacle de su historia, es un profundo cambio en el tejido legal venezolano, en cambiar, eliminar, sustituir leyes que han permitido la quiebra de nuestro país.
El ordenamiento constitucional permite el cambio, tanto de gobernantes como del modelo que ellos imponen, siempre y cuando el mismo ocurra antes de la mitad del periodo presidencial, pero la constitución hace inocuo el cambio del modelo político cuando este ocurre después de esa mitad, convirtiendo el revocatorio en un acto de sustitución simplemente de quien ejerza la primera magistratura preservando el modelo político. No es revocar a Maduro es revocar el mandato de ejecución del modelo político lo que está en juego. Es revocar el mandato de los cuatro jinetes del apocalipsis, Maduro, Cabello, Rodríguez, El Alsaimi. Es terminar con la corrupta hegemonía militar. Es sembrar una esperanza de futuro para Venezuela. Maduro es tan solo la punta del iceberg, la mayor parte es el modelo y sus seguidores.
La reconstrucción del país requiere de un mayúsculo auxilio financiero externo, el cual solo puede venir de fuentes privadas, léase sistema financiero internacional, de organismos multilaterales, o de países con vocación de mecenas con grande reservas económicas. De estos tres orígenes, el último de ellos, países mecenas capaces de montarse sobre sus hombros el futuro de otro país ya no quedan en el mundo. En los últimos cien años y después del plan Marshall para la recuperación de Europa, solo Venezuela ha asumido ese papel, soportando a Cuba y ayudando significativamente a países como Argentina, Bolivia, Nicaragua, Ecuador etc.
Solo nos quedan dos fuentes: la primera, los organismos multilaterales, para los que significaría realizar profundos cambios y ajustes, los cuales son imposibles de realizar con este gobierno; segunda el sistema financiero internacional que solo estaría dispuesto a considerar alguna ayuda si se cumpliese el mínimo exigido por los organismos multilaterales.
El esfuerzo solitario propio para salir adelante se convirtió en un esfuerzo descomunal e imposible como consecuencia de la magnitud de la quiebra del país que nos trajo el Castro Chavismo. La destrucción del aparato industrial venezolano, del sector petrolero, convierte a estos en demandantes de ayuda más que en oferentes de soluciones. De igual manera sucede con el sector agrícola, víctima de la destrucción chavista, requiere de ayuda antes de poder contribuir al mejoramiento del país.
Se avecinan tormentas pues la sindéresis en el gobierno luce agotada y pareciera no hay mucho de ella en la fuerza armada.
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