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No basta con derrotar a Trump; la candidata demócrata
necesitará de un Congreso favorable a su ambiciosa agenda
Paul Krugman
El País
Octubre 160, 2016
http://economia.elpais.com/economia/2016/10/14/actualidad/1476455099_409179.html
Esto todavía está lejos de acabarse, pero, como dicen los analistas
especializados en temas de información secreta, es muy probable que
Hillary Clinton gane estas elecciones. Los modelos basados en sondeos
situaban sus opciones en torno al 90 % a principios de esta semana (y
eso, antes de que la campaña se volviese no apta para menores).
Pero ¿qué será capaz de lograr realmente nuestra primera mujer
presidenta? Eso depende de lo grande que sea la victoria que obtenga.
No me refiero a la magnitud de su “misión”, que no significa nada: a
juzgar por los años de gobierno de Obama, los republicanos se
opondrán a todo lo que Clinton proponga, por muy derrotados que
salgan. La pregunta, más bien, es qué pasará con el Congreso.
Piensen, primero, en las consecuencias de una victoria por la mínima:
Clinton se convierte en presidenta, pero los republicanos se aferran a
ambas cámaras del Congreso. Una victoria así no sería insignificante.
Evitaría la pesadilla de una presidencia de Trump y también bloquearía
el programa radical de privatización y bajada de impuestos que Paul
Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes, ha dejado claro
que impondrá si Trump se las arregla para ganar. Pero dejaría poco
margen para acciones positivas.
Las cosas serían muy distintas si los demócratas reconquistaran el
Senado. Según los modelos basados en sondeos, la probabilidad de que
eso ocurra es de solo el 50 %, pero quienes apuestan sobre las
elecciones les dan muchas más posibilidades, dos o tres contra uno.
Ahora bien, ni siquiera un Senado demócrata posibilitaría que Clinton
aprobase leyes si en la Cámara se topa con una mayoría republicana de
un obstruccionismo implacable. No obstante, le permitiría colocar a
alguien en el puesto del Tribunal Supremo que quedó vacante tras la
muerte de Antonin Scalia.
Esto tendría enormes consecuencias, en especial para la política
ambiental. Durante sus últimos años en el cargo, el presidente Obama
ha dado un gran impulso a las medidas medioambientales recurriendo
a sus poderes normativos; por ejemplo, haciendo mucho más estrictas
las normas de emisiones de los camiones pesados. Pero la pieza más
importante de su programa —el Plan de Energía Limpia, que reduciría
en gran medida las emisiones de gases de efecto invernadero de las
centrales eléctricas que funcionan con carbón— está parada
actualmente, a causa de una suspensión impuesta por el Tribunal
Supremo. La conquista demócrata del Senado eliminaría ese obstáculo.
Y tengan presente que el cambio climático es, con creces, el problema
más importante al que se enfrentan Estados Unidos y el mundo,
aunque por alguna razón, la gente que escoge las preguntas de los
debates presidenciales se niegue a sacarlo a colación. Dicho de forma
bastante simple: si los demócratas conquistan el Senado, tal vez
tomemos las medidas mínimas necesarias para evitar una catástrofe; si
no lo logran, no las tomaremos. ¿Y qué hay de la Cámara de
Representantes? Todos, y subrayo lo de todos, los logros legislativos del
Gobierno de Obama tuvieron lugar durante el periodo de dos años en el
que los demócratas controlaron las dos cámaras del Congreso. ¿Puede
volver a suceder?
Hasta hace unos días, la probabilidad de que la Cámara cambiase de
manos parecía baja, aun cuando, como ahora parece casi seguro, los
candidatos demócratas obtengan en total más votos que los
republicanos. Ello se debe, en parte, a que los gobiernos estatales
controlados por el Partido Republicano han emprendido una campaña
de manipulación de las circunscripciones generalizada y, en parte, a
que las minorías, que votan mayoritariamente al Partido Demócrata, se
encuentran agrupadas en un número relativamente pequeño de
distritos urbanos.
Pero una victoria de Clinton lo bastante amplia podría cambiar la
situación, sobre todo si las mujeres de clase acomodada dan la espalda
a un Partido Republicano que se ha convertido en el partido de los
sobones. Y eso permitiría a Clinton sacar adelante un programa mucho
más ambicioso. En qué consistiría ese programa no tiene mucho
misterio. No sé por qué hay tantos expertos que afirman que Clinton
carece de una visión para Estados Unidos, cuando de hecho ha
proporcionado una cantidad poco habitual de detalles en su página web
y en sus discursos.
En términos generales, reforzaría considerablemente la red de
seguridad social, sobre todo en el caso de los niños y las personas muy
pobres, haciendo hincapié en asuntos relacionados con la familia como
la baja por maternidad o paternidad. Esos programas costarán dinero,
aunque no tanto como afirman los detractores; Clinton propone, y es
verosímil, recaudar ese dinero subiendo los impuestos a las rentas más
altas, de modo que el resultado general sería una reducción de la
desigualdad.
El control demócrata de la Cámara también abriría la puerta a las
inversiones a gran escala en infraestructura. Si resultase factible, sé que
muchos economistas progresistas —entre los que me incluyo—
instaríamos a Clinton a ir mucho más allá de lo que ahora propone.
Si todo esto les suena a una segunda ronda de lo que hizo el presidente
Obama en 2009-2010, es porque lo es. ¿Y por qué no? A pesar del
obstruccionismo republicano, durante el mandato de Obama ha
aumentado notablemente el número de estadounidenses con seguro
médico, se ha reducido considerablemente la pobreza y se han creado
más de 11 millones de puestos de trabajo en el sector privado.
En cualquier caso, la conclusión es que, si piensan quedarse en casa el
día de las elecciones porque el resultado está asegurado, no lo hagan.
Salvo una catástrofe política equivalente al impacto de un meteorito,
Hillary Clinton será la próxima presidenta, pero la magnitud de su
victoria determinará la clase de presidenta que pueda ser.
© The New York Times Company, 2016.
Traducción de News Clips.
Paul Krugman (Albany, 1953). Economista (Universidad
Yale, 1974), Ph.D. en Economía ( Massachusetts Institute of
Technology [MIT] 1977). Fue profesor de Yale, MIT,
London School of Economics y Stanford, antes de
pertenecer al claustro de la Universidad de Princeton,
desde el 2000 en las cátedras de Economía y Asuntos
Internacionales en la Universidad de Princeton. Desde
2000 escribe una columna en el periódico New York Times
que semanalmente reproduce El País. Ha escrito más de
200 artículos y 21 libros -alguno de ellos académicos, y
otros de divulgación-. Su Economía Internacional: La
teoría y política es un libro de texto estándar en la
economía internacional. En 1991 la American Economic
Association le concedió la medalla John Bates Clark. Ganó
el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el
año 2004 y el Premio Nobel de Economía en 2008. De
1982 a 1983, fue parte del Consejo de Asesores Económicos
(Council of Economic Advisers) de la administración de
Reagan. Cuando Bill Clinton alcanzó la presidencia de
EE.UU. en 1992, se esperaba que se le diera un puesto en el
gobierno, pero ese puesto se le otorgó a Laura Tyson. Esta
circunstancia le permitió dedicarse al periodismo para
amplias audiencias, primero para Fortune y Slate, más
tarde para The Harvard Business Review, Foreign Policy,
The Economist, Harper y Washington Monthly. Sus
críticos cuestionan su papel como miembro del panel de
asesores de Enron durante 1999, antes de los escándalos
de la empresa en 2002. Krugman es probablemente mejor
conocido por el público como fuerte crítico de las políticas
económicas y generales de la administración de George W.
Bush, que ha presentado en su columna. Ha sabido
entender lo mucho que la economía tiene de política o, lo
que es lo mismo, los intereses y las fuerzas que se mueven
en el trasfondo de la disciplina; el mérito de Krugman
radica en desenmascarar las falacias económicas que se
esconden tras ciertos intereses. Se ha preocupado por
replantear modelos matemáticos para resolver el
problema de dónde ocurre la actividad económica y por
qué.
En 2012 publicó “Acabad ya con esta crisis”, en el cual
analiza las causas de la actual crisis económica, los
motivos que conducen al sufrimiento de la población, sus
consecuencias y la forma de salir de ella, recuperando los
puestos de trabajo y los derechos sociales amenazados por
los recortes, se explican con una claridad y sencillez que
cualquiera puede, y debería, entender.“Naciones ricas en
recursos, talento y conocimientos –los ingredientes
necesarios para alcanzar la prosperidad y un nivel de vida
decente para todos- se encuentran en un estado de intenso
sufrimiento”. ¿Cómo llegamos a esta situación? Y, sobre
todo ¿cómo podemos salir de ella? Krugman plantea estas
cuestiones con su habitual lucidez y ofrece la evidencia de
que una pronta recuperación es posible, si los dirigentes
tienen “la claridad intelectual y la voluntad política” de
acabar ya con esta crisis.
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