MIGUEL ÁNGEL SANTOS| EL UNIVERSAL
miércoles 25 de septiembre de 2013 12:00 AM
La memoria es un instrumento caprichoso. Se aferra a imágenes anodinas, mantiene a flor de piel un puñado de retratos exiguos, si se les contrasta con las innumerables imágenes percibidas, en rápida sucesión, a lo largo de la vida. Por encima de todo, me asombra su capacidad para resguardar recuerdos, y liberarlos en ciertas circunstancias, cuando un algo o alguien, pulsa cierta tecla que abre las compuertas del olvido. Algo así me ha sucedido el domingo pasado, cuando supe de la muerte de Álvaro Mutis. Me acordé entonces de cosas en las que había pensado poco o nada durante muchos años. Se me vino a la mente la primera de sus novelas que cayó en mis manos, a mediados de los noventa, y se me hizo evidente también el por qué hizo una diferencia en aquél momento.
La nieve del almirante está conformada por una serie de entradas de diario de un marinero en travesía por el río Xurandó. Forma parte de una tripulación que va en búsqueda de un aserradero abandonado, que se hace más nebuloso e improbable en la medida en que el desvencijado bote remonta el río y se adentra en los peligros de la selva. El despropósito del viaje y su distanciamiento de los otros tres tripulantes lo reorienta hacia adentro, en una exploración de su propio paisaje interior, sus motivos, sus afectos, su propia vida. "Siempre me ha sucedido lo mismo: las empresas en las que me lanzo tienen el estigma de lo indeterminado, la maldición de una artera mudanza. Y aquí voy, río arriba, como un necio, sabiendo de antemano en lo que irá a parar todo. Me intriga la forma como se repiten en mi vida estas caídas, estas decisiones erróneas desde su inicio, estos callejones sin salida cuya suma vendría a ser la historia de mi existencia. Una fervorosa vocación de felicidad constantemente traicionada, a diario desviada y desembocando siempre en la necesidad de míseros fracasos, todos por entero ajenos a lo que, en lo más hondo y cierto de mi ser, he sabido siempre que debiera cumplirse si no fuera por esta querencia mía hacia una incesante derrota".
Es allí, en ese viaje interior, en esa suerte de corriente que absorbe y empuja hacia viajes y empresas imposibles, en donde reside el encanto del Maqroll, el gaviero. No se trata del personaje invencible, del héroe que triunfa tras haber superado todas las adversidades. Es todo lo contrario. Es esa certeza de la empresa inútil en conjunción con la corriente que arrastra de forma irremediable. Álvaro Mutis insistía siempre en que Maqroll no hablaba por él. "Él es mucho más radical en su pesimismo, mucho más radical en su desesperanza... Ya quisiera yo haber haber sido así de valiente, y haber vivido más, pero no... Yo soy muy cómodo, me gusta leer y escribir". A mí me parecía imposible que aquél compromiso impostergable con el presente, aquellos rasgos tan bien definidos, existiesen solo en su imaginación. Me di a la tarea de leer algo más sobre su vida.
No había terminado bachillerato. Se casó joven, y para ganarse la vida se convirtió en locutor de Radio Caracol. Fue director de Publicidad de Seguros Bavaria, y jefe de Relaciones Públicas de Lansa, hasta que -según García Márquez- ésta derribó su último avión. De allí pasó a la Esso, en donde era el responsable de lo que hoy llamaríamos responsabilidad social. Aprovechando aquél presupuesto abundante empezó a desviar fondos hacia quimeras culturales, lo que provocó una demanda que lo llevó a la cárcel de Lecumberri, en donde pasaría quince meses. Al salir se convertiría en Gerente de Ventas de la Twentieth Century Fox and Columbia Pictures para toda América Latina, posición que ocuparía hasta su jubilación veinte años después. Sus primeros poemas, sus cuentos, y las novelas que les seguirían fueron concebidas en aviones, hoteles, y salas de esperas de aeropuertos. No ha sido la vida del gaviero, que se revuelve en la convicción de que su existencia ha sido equivocada, pero tampoco ha sido una línea recta, ni ha estado exenta de aventuras y desvaríos.
"Maqroll no es feliz nunca, no se viene al mundo únicamente a ser feliz, se viene a vivir, a ser desventurado, a ser feliz, a ser fracasado, a ser útil, a realizar algo que soñamos. Es un ir y venir". Acaso tenía razón. El pasado domingo se consumó la ida del escritor. Maqroll, el responsable de la gavia, la vela en el mástil mayor de la nave, sigue entre nosotros. Así sea para recordarnos que no estamos solos, ni aun estando solos. "Maqroll está solo, en el sentido que todos estamos solos. El pensar que estamos acompañados y que la soledad luego aparece, es un error. Estamos solos, pero hay que saber acompañarse en ciertos trechos de la vida sin hacerse ilusiones".
La nieve del almirante está conformada por una serie de entradas de diario de un marinero en travesía por el río Xurandó. Forma parte de una tripulación que va en búsqueda de un aserradero abandonado, que se hace más nebuloso e improbable en la medida en que el desvencijado bote remonta el río y se adentra en los peligros de la selva. El despropósito del viaje y su distanciamiento de los otros tres tripulantes lo reorienta hacia adentro, en una exploración de su propio paisaje interior, sus motivos, sus afectos, su propia vida. "Siempre me ha sucedido lo mismo: las empresas en las que me lanzo tienen el estigma de lo indeterminado, la maldición de una artera mudanza. Y aquí voy, río arriba, como un necio, sabiendo de antemano en lo que irá a parar todo. Me intriga la forma como se repiten en mi vida estas caídas, estas decisiones erróneas desde su inicio, estos callejones sin salida cuya suma vendría a ser la historia de mi existencia. Una fervorosa vocación de felicidad constantemente traicionada, a diario desviada y desembocando siempre en la necesidad de míseros fracasos, todos por entero ajenos a lo que, en lo más hondo y cierto de mi ser, he sabido siempre que debiera cumplirse si no fuera por esta querencia mía hacia una incesante derrota".
Es allí, en ese viaje interior, en esa suerte de corriente que absorbe y empuja hacia viajes y empresas imposibles, en donde reside el encanto del Maqroll, el gaviero. No se trata del personaje invencible, del héroe que triunfa tras haber superado todas las adversidades. Es todo lo contrario. Es esa certeza de la empresa inútil en conjunción con la corriente que arrastra de forma irremediable. Álvaro Mutis insistía siempre en que Maqroll no hablaba por él. "Él es mucho más radical en su pesimismo, mucho más radical en su desesperanza... Ya quisiera yo haber haber sido así de valiente, y haber vivido más, pero no... Yo soy muy cómodo, me gusta leer y escribir". A mí me parecía imposible que aquél compromiso impostergable con el presente, aquellos rasgos tan bien definidos, existiesen solo en su imaginación. Me di a la tarea de leer algo más sobre su vida.
No había terminado bachillerato. Se casó joven, y para ganarse la vida se convirtió en locutor de Radio Caracol. Fue director de Publicidad de Seguros Bavaria, y jefe de Relaciones Públicas de Lansa, hasta que -según García Márquez- ésta derribó su último avión. De allí pasó a la Esso, en donde era el responsable de lo que hoy llamaríamos responsabilidad social. Aprovechando aquél presupuesto abundante empezó a desviar fondos hacia quimeras culturales, lo que provocó una demanda que lo llevó a la cárcel de Lecumberri, en donde pasaría quince meses. Al salir se convertiría en Gerente de Ventas de la Twentieth Century Fox and Columbia Pictures para toda América Latina, posición que ocuparía hasta su jubilación veinte años después. Sus primeros poemas, sus cuentos, y las novelas que les seguirían fueron concebidas en aviones, hoteles, y salas de esperas de aeropuertos. No ha sido la vida del gaviero, que se revuelve en la convicción de que su existencia ha sido equivocada, pero tampoco ha sido una línea recta, ni ha estado exenta de aventuras y desvaríos.
"Maqroll no es feliz nunca, no se viene al mundo únicamente a ser feliz, se viene a vivir, a ser desventurado, a ser feliz, a ser fracasado, a ser útil, a realizar algo que soñamos. Es un ir y venir". Acaso tenía razón. El pasado domingo se consumó la ida del escritor. Maqroll, el responsable de la gavia, la vela en el mástil mayor de la nave, sigue entre nosotros. Así sea para recordarnos que no estamos solos, ni aun estando solos. "Maqroll está solo, en el sentido que todos estamos solos. El pensar que estamos acompañados y que la soledad luego aparece, es un error. Estamos solos, pero hay que saber acompañarse en ciertos trechos de la vida sin hacerse ilusiones".
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