ANTONIO A. HERRERA-VAILLANT| EL UNIVERSAL
jueves 17 de octubre de 2013 12:00 AM
Por largo tiempo la oposición de Cuba achacó a rusos, checos y alemanes la vesánica represión que allá impera -como si sus propios mal paridos fuesen importados.
Ahora muchos atribuyen a cubanos el desastre que se vive en Venezuela, y en redes sociales proliferan mensajes que aquí mandan los Castro y Ramiro Valdés.
Se asigna al senil régimen una desmedida habilidad para la inteligencia y la represión, mito que exageran hasta algunos de sus adversarios -quizás por explicar medio siglo de estéril supervivencia de unos y de fracaso histórico de otros.
La realidad es que en Venezuela solo manda una mafia militar -criollita- que se colgó un disfraz ideológico para "legitimar" su vandálico saqueo. Una persistente conseja susurra: "Los militares aquí no hacen nada porque el G2 los tiene muy vigilados". Y salta la pregunta: "¡Ajá!: ¿Y ellos... acaso se dejan? ¿Hasta dónde?".
Es absurdo creer que una fuerza armada que controla la impresionante catarata petrolera de populosa nación se postre ante un país pequeño, patéticamente pobre y con gobierno fracasado. Ni es lógico ni es cierto.
Los malignos vejetes cubanos no son marcianos con poderes sobrehumanos sino astutos vividores arañando supervivencia. El parasitario régimen castrista aporta libretos, trapos rojos, casquillo y chismes mientras aprovecha -cual vampiro- la corrupción, el oportunismo y la mala conciencia de quienes realmente mandan aquí.
El guión "revolucionario" sirvió bien a una logia castrense por los 14 años en que contaron con un extraordinario relacionista público que ar- ticulaba todo con carisma. Pero sin el insigne animador ni los oficiales enchufados ni sus asesores encuentran en qué palo ahorcarse.
Ahora solo cuentan con un torpe títere y una cobija petrolera que vertiginosamente se encoge ante el vendaval que se les viene encima.
Unos dicen que su marioneta más visible es un tenebroso agente castrista, sin contemplar que lo principal que aprendió en La Habana ese pobre tirapiedras es la obsoleta diarrea verbal que los propios cubanos desprecian como "teque-teque".
Aunque resulte penoso reconocerlo lo que aquí aún no aparece son pantalones, pudor y patriotismo donde más tiene que haberlos. Ni tampoco un claro consenso sobre cómo salir de la colosal plasta que ellos mismos propiciaron.
Pero ahora salta el desquiciado Dr. Mengele de la economía venezolana a promover con sus adláteres un radical golpe de izquierda. Cavarán más hondo el foso y precipitarán los tiempos, pues en sus delirios golpistas olvidan que - en este país - lo que es igual, no es trampa.
Ahora muchos atribuyen a cubanos el desastre que se vive en Venezuela, y en redes sociales proliferan mensajes que aquí mandan los Castro y Ramiro Valdés.
Se asigna al senil régimen una desmedida habilidad para la inteligencia y la represión, mito que exageran hasta algunos de sus adversarios -quizás por explicar medio siglo de estéril supervivencia de unos y de fracaso histórico de otros.
La realidad es que en Venezuela solo manda una mafia militar -criollita- que se colgó un disfraz ideológico para "legitimar" su vandálico saqueo. Una persistente conseja susurra: "Los militares aquí no hacen nada porque el G2 los tiene muy vigilados". Y salta la pregunta: "¡Ajá!: ¿Y ellos... acaso se dejan? ¿Hasta dónde?".
Es absurdo creer que una fuerza armada que controla la impresionante catarata petrolera de populosa nación se postre ante un país pequeño, patéticamente pobre y con gobierno fracasado. Ni es lógico ni es cierto.
Los malignos vejetes cubanos no son marcianos con poderes sobrehumanos sino astutos vividores arañando supervivencia. El parasitario régimen castrista aporta libretos, trapos rojos, casquillo y chismes mientras aprovecha -cual vampiro- la corrupción, el oportunismo y la mala conciencia de quienes realmente mandan aquí.
El guión "revolucionario" sirvió bien a una logia castrense por los 14 años en que contaron con un extraordinario relacionista público que ar- ticulaba todo con carisma. Pero sin el insigne animador ni los oficiales enchufados ni sus asesores encuentran en qué palo ahorcarse.
Ahora solo cuentan con un torpe títere y una cobija petrolera que vertiginosamente se encoge ante el vendaval que se les viene encima.
Unos dicen que su marioneta más visible es un tenebroso agente castrista, sin contemplar que lo principal que aprendió en La Habana ese pobre tirapiedras es la obsoleta diarrea verbal que los propios cubanos desprecian como "teque-teque".
Aunque resulte penoso reconocerlo lo que aquí aún no aparece son pantalones, pudor y patriotismo donde más tiene que haberlos. Ni tampoco un claro consenso sobre cómo salir de la colosal plasta que ellos mismos propiciaron.
Pero ahora salta el desquiciado Dr. Mengele de la economía venezolana a promover con sus adláteres un radical golpe de izquierda. Cavarán más hondo el foso y precipitarán los tiempos, pues en sus delirios golpistas olvidan que - en este país - lo que es igual, no es trampa.
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