ELÍAS
PINO ITURRIETA
Que Maduro vaya a la ONU a
ofrecer sus recetas para la regeneración del planeta no debería sorprendernos,
si miramos el asunto por partes. El hecho de que Venezuela se encuentre en la
ineludible espera de un ventarrón que perfeccione el fenómeno de la total
degradación de la sociedad debió convencer al hacedor del discurso de la
necesidad de ser recatado ante el foro mundial. La persona que se ofrece como
médico del universo no debería llegar precedido por una lista de desastres
nacionales que son el producto de su incompetencia personal de curandero. Pero
eso sería una lógica de la cual dependería la conducta de un mandatario casado
con los usos del entendimiento moderno del gobierno, es decir, capaz de conocer
los lugares en cuyo seno resulta inconveniente pregonar virtudes que jamás se
han tenido (no en balde hay escenarios en los se sabe de antemano quién es cada
cual antes de pasar a la tarima); o consciente de un extraviado rumbo que se
debe corregir, so pena de perder del todo la confianza de los gobernados y, por
ende, también el poder.
Pero ¿conocía Maduro la
trascendencia del lugar ante cuyos representantes pronunciaría su filípica, y
podía calcular la incredulidad que su palabra multiplicaría? Como dijimos en
anterior artículo, tiene el pendejo muy lejos y no da puntada sin dedal. ¿Por
qué, entonces, la desfachatez de proponer la corrección del mundo, si ni
siquiera ha podido solucionar problemas rutinarios de su país? No se puede
negar a rajatabla la sinceridad del orador: cree a pie juntillas lo que dice,
siente que tiene en la mano la solución de entuertos universales. Catecúmeno y
ejecutor de una cartilla que desde su aparición se ha ofrecido como infalible,
seguramente siente que ahora enfrenta, por lo que respecta al territorio bajo
su jurisdicción, escollos pasajeros que se superarán para llegar más tarde a la
dorada meta. Esos escollos, de los cuales él dará pronto buena cuenta, no
pueden impedir el acto de beneficencia que significa la exportación de la
receta a escala universal. ¿No es tal el objetivo de la cartilla? El catecismo
revolucionario no se redactó para el cuidado de un sector desasistido o
estúpido de la sociedad que se ubica en un lugar determinado del globo, como
sería el caso de la desafortunada y esquilmada Venezuela, sino para el orbe
entero. Esa es una de las posibilidades de entendimiento que tiene el referido
discurso en la ONU.
Pero hay otra alternativa de
comprender aquello, menos indulgente. Maduro sabe que su manera de gobernar no
tiene remedio, pero no tiene manera de corregirla. En consecuencia, se aferra a
la divulgación de una retórica que deja las cosas para mañana debido a lo
trabajosa que resulta la empresa de encarrilar a una sociedad por las rutas de
la justicia y la honradez. Necesita el salvavidas de otra retórica, por
supuesto, en atención a los aprietos que lo agobian como jefe de Estado, pero
sería demasiado pesado después de tres lustros repitiendo clichés, lo más
parecido a una roca en el cuello cuando se nada en aguas turbulentas. Pese a
que sabe que hay otros discursos más sabios, vinculados de veras con la
necesidad de gobernar desde la sensatez, prefiere los vocablos viejos y
familiares que no conducen a nada constructivo. Ahora puede ser que ya no crea
a pie juntillas la palabra que pronuncia, pero le conviene repetirse porque no
tiene otro ruido para soltar en micrófono de oro.
Además, ese ruido le ayuda a
presentarse en la alta sede de Nueva York como un político de buenas intenciones
frente a hechos que todavía no han sucedido. Las elecciones venideras, por
ejemplo. El hombre que debuta como benefactor de la humanidad deberá enfrentar
enemigos internos dentro de poco, afirmó sin inmutarse. El nuevo redentor que
se bautiza como tal ante la sociedad de naciones luchará con antagonistas
violentos, casi infernales, cuando suceda la próxima elección de los
parlamentarios, dijo. Tales adelantos, distribuidos en rincón adecuado dentro
de una plática habitual que ahora se remite a destinatarios internacionales
para que se animen a prologar la beatificación del orador (los incautos no
faltan), tienen que ver especialmente con nosotros, los electores venezolanos
de diciembre.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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