RODOLFO
IZAGUIRRE.
La mejor novela detectivesca o el
mejor filme policial sería aquel en el que Philip Marlowe o Sam Spade decubren
la identidad del asesino por el sonido de sus pasos. Podemos alterar nuestra
fisonomía, someternos a intervenciones quirúrgicas que alteren o modifiquen
nuestros rostros, cambiar incluso de sexo, dejar de ser hombre y transformarnos
en mujer, pero los pies siguen siendo los del hombre y el cambio de sexo no
altera para nada la manera de caminar o el sonido de los pasos. Los invidentes
son expertos en reconocer el sexo de quien se acerca con solo escuchar su modo
de andar y el rumor de sus pisadas. Cada quien camina a su propio ritmo:
algunos de prisa; otros, con apacible lentitud. José Ignacio Cabrujas hablaba
del ritmo de Santa Rita y se preguntaba ¿qué prisa podría tener una monja como
ella en el convento agustino de Santa María Magdalena, en Cascia, con unas
abejas que depositaban miel en sus labios?
Hay pasos largos y los hay
cortos. Y así vamos por el mundo; así iniciamos y proseguimos la travesía como
peregrinos o simples caminantes por caminos que remontan montañas o bajan hacia
la fertilidad de los valles y es como si cumpliéramos un esfuerzo de
superación, o de desprendimiento solo por el hecho de llegar al lugar que nos
propusimos como meta e, incluso, si nos sentimos perdidos en el laberinto,
estaríamos seguros de encontrar el camino de salida o, mejor aún, de llegar a
su centro porque es como alcanzar el prodigio de los enigmas y regocijarnos
cuando nos cobijamos a la sombra de sus ensoñaciones.
Se dice que un místico árabe fue
sometido a escarnio y martirio porque propuso que la peregrinación a La Meca
podía sustituirse por una búsqueda interior. No le fue bien, ¡pero tenía razón
porque de eso se trata! De caminar hacia adentro, descubrir que nuestro
espíritu puede ser un lugar extenso, desolado y yermo o contrariamente, un
iluminado hechizo vegetal y extraviar los pasos o acertar en la encrucijada
eligiendo el camino correcto que podría ayudarnos a descubrir el lugar donde
permanece oculto el tesoro que somos.
Los militares no caminan;
marchan; desfilan rígidos, a un mismo paso; un ritmo disciplinado, obligado,
idéntico. Los nazis, a paso de ganso.
Velozmente, si se trata de
los bersaglieri italianos que corren obligatoriamente a 130
pasos por minuto lo que despierta cierta fascinación verlos desfilar. Una
admiración que Víctor Hugo desdeñaba con mordaz aspereza por haber sufrido la
rigurosa condición militar de su padre nombrado comandante general cuando el
niño ya había escrito en un cuaderno escolar que quería ser “Chateaubriand o
nada”; y en lugar de marchar, prefirió seguir el camino que lo convirtió en el
autor de Los miserables.
Unicef y Mabe, una conocida
empresa de electrodomésticos, anuncian una caminata de 5 kilómetros, en Chacao,
para promover el derecho de los niños, niñas y adolescentes de vivir en un
ambiente libre de violencia.
Los regímenes militares no
avanzan porque en lugar de caminar hacia sí mismos prefieren marchar en
tumulto, en colectivos desacertados hacia ninguna parte y, en el caso concreto
venezolano, hacia el desastre impulsados por una ciega estampida por los
acantilados de su propia desventura, arrastrando ahora no a los venezolanos
sino a los colombianos de la frontera como si en su inevitable caída asumiera
la criminal violencia de la Gestapo o el paso de ganso con el que marcharon los
horrores del nazismo hacia los campos de concentración.
No nos mueve la obligación
militar sino la búsqueda de nuestro propio discurrir, el ánimo de encontrarnos,
¡de ser! Porque caminar puede significar conocer, estudiar, viajar hacia los
más recónditos lugares de nuestro propio universo. Marchar, por el contrario,
consiste en llegar a ninguna parte en el patio del cuartel. Tampoco la muerte
marcha jadeante junto a uno. Camina a nuestro paso segura de que, llegado el
momento, Átropos, la señora de nuestro destino, usará las tijeras que cortarán
el hilo de nuestra vida y abrirá ante nosotros el despejado camino que habrá de
llevarnos a la eternidad.
Vía El Nacional
Que pasa Margarita
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