Editorial El Nacional
A pesar de que la pandilla de las guacharacas electorales, cuya tendencia a ser feas es irreversible, siguen empeñadas en gritar que los números no están del todo claros (no hay peor ciego que aquel que no quiere ver) lo cierto es que por más trampa que hagan para engañar al pueblo ya es imposible ocultar que el porcentaje de firmantes que han acudido a retirar sus firmas a favor del revocatorio no sólo resultó ser mínimo sino ínfimo.
De manera que no pueden sacar muertos del cementerio ni traer cubanos y guerrilleros pacificados de la FARC para dar un poco de animación a lo que, desde ya, es un gran velorio para la camarilla civil y militar enriquecida a costa del hambre del pueblo. Que muy pocas personas hayan solicitado al CNE la exclusión de su firma de la solicitud del proceso revocatorio a Nicolás Maduro dice mucho sobre la extrema debilidad que presenta el grupito oficialista afanado en seguir llenándose los bolsillos “como sea”.
El cálculo más optimista se conoció hace unos días, apenas 0,41% de los firmantes validados, es decir, unas 5.600 personas aproximadamente, llenaron la planilla que dispuso tramposa y groseramente el CNE para retirar las rúbricas.
Fue una salida rojita desesperada, pero que ni siquiera generó confusión, porque la gente que entró en la página web del organismo electoral para revisar si habían validado su voluntad de revocar a Maduro ni siquiera se fijó en las letras azules que, inútilmente, informaban sobre el formato para salirse de la solicitud.
No hubo manera, ni la coacción velada ni la amenaza directa hicieron mella en los firmantes, aunque fueran empleados públicos. Los que al final sucumbieron ante las presiones no dejaron de vociferar a los cuatro vientos que habían sido presionados para ello. Aclararon, eso sí, que el voto para revocar al mandatario lo darían sin ninguna duda, porque al fin y al cabo, es secreto.
Es obvio que cualquier grupo político que detente el poder y se ufane, como el PSUV, de ser mayoría entre la población de votantes, debe estar atento a las señales que les dan sus militantes y simpatizantes en situaciones como estas.
Pero la cúpula rojita pareciera estar ciega y sorda, aunque no muda porque hablan más que loro con cocaína, y cada vez son más los disparates que dicen. No supieron nunca de política y mucho menos de democracia. Son incapaces hasta de reconocer que el pueblo ya no los quiere, que están de salida y que por más que hagan maromas, no hay manera de mantenerse como gobierno.
Es demasiado pedir que aprendan a leer las señales, recojan sus bártulos y asuman que deben salir del gobierno para crecer como partido. Es lo que les corresponde si quieren honrar la democracia que se supone que tanto defienden, aunque todos sabemos su origen.
Pero como es evidente que no lo harán, lo que tratan es de retrasar la estocada final que les llevará a ser un pésimo recuerdo. Y prueba de ello es que hasta en los rincones más lejanos del país la gente hace colas, pero no para esperar la bolsa de comida de los CLAP, sino para validar su firma.
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