Editorial El Nacional
El tema de la posición del secretario general de la Organización de Estados Americanos, Luis Almagro, sobre el caso Venezuela va para largo. A los burócratas les extraña que a estas alturas surja alguien que pueda cuestionar lo que ya era la hipócrita costumbre de maquillar o, dado el caso, barrer bajo la alfombra los asuntos espinosos que, por su propia naturaleza y trascendencia, corresponden a instancias hemisféricas que puedan definir y dar por terminadas las controversias de marca mayor.
La OEA había venido perdiendo trascendencia y prestigio luego de la intensa campaña que los gobiernos autoritarios ejercieron en los últimos tiempos contra ella, en especial aquellos que funcionan teledirigidos desde La Habana. Basta con recordar que Fidel Castro, que siempre se ha movido en la política impulsado por el odio y la venganza, nunca le perdonó a la OEA la afrenta de su expulsión y aislamiento continental.
Rumió su humillación con un solo objetivo en mente: reducir a la OEA a un parapeto dócil al “imperialismo norteamericano”, como si el resto del continente estuviera obligado a pagar las culpas de sus disparatadas incursiones militares y de sus infantiles errores políticos que condujeron a que Cuba se convirtiera en la plataforma del aventurerismo guerrillero que decapitó el desarrollo de los movimientos sociales en América Latina.
La militarización de las rebeldías sociales a través de la práctica de crear focos guerrilleros sembró de cadáveres las serranías de América Latina y fortaleció no solo la represión sino el surgimiento de dictaduras cada vez más feroces y sangrientas que, como era de esperar, se unieron en alianzas militares y policiales trasnacionales que operaban por encima de las barreras limítrofes. Mientras tanto, Fidel Castro destruía no solo la economía cubana y la llevaba a la ruina, sino que también lanzaba una ofensiva contra la disidencia interna acusándola de “agentes del imperialismo”, lo cual conllevaba torturas, condenas a prisión o exilio.
Para ocultar su estruendoso fracaso social y económico, Fidel mantuvo entre sus ambiciones más permanentes la de incluir en los foros internacionales el tema del hipertrofiado bloqueo a Cuba y, desde luego, la de calificar a la OEA de Ministerio de Colonias, administrado desde la Casa Blanca.
Con la paciencia y la astucia que siempre coronan la vida de los dictadores, Fidel logró que Cuba fuera declarada inocente de lo que habían sido descaradas intervenciones políticas y militares en nuestros gobiernos. Conseguido su objetivo gracias a la alcahuetería de presidentes imbéciles y oportunistas, entonces se dio el lujo de rechazar la invitación a volver a la OEA.
Esta vez se ha encontrado con un hueso duro de roer, el ex canciller de Uruguay y actual secretario general de la OEA, Luis Almagro, a quien se le puede acusar de cualquier cosa menos de no ser un diplomático apegado estrictamente al marco legal e institucional. Ayer Almagro se mostró muy tranquilo y confiado porque “los países van a estar del lado correcto de la historia”.
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