Mientras no se produzca una salida distinta a la electoral, sería poco menos que insensato, no identificarse con cualquiera de las iniciativas que promuevan un cambio en nuestro país. Firmamos para el revocatorio, y esta semana acudiremos fielmente al CNE para ratificar nuestra firma.
Ha corrido mucha agua por debajo del puente para alarmarnos cuando invocamos una salida distinta a la electoral. En democracia, por lo general, los gobernantes son cambiados por el sufragio. En las tiranías hay que fajarse para deponer a los tiranos.
Esta semana comienza con el proceso de ratificación de las firmas, pero también hay, quizá, más expectativas por lo que se discutirá en la OEA. Digo esto, porque revalidar doscientas mil firmas es un paseo. Hay millones de ciudadanos dispuestos a salir a votar en las primeras de cambio. No salen a protestar, pero sí están dispuestos a votar. El régimen ha sabido utilizar el miedo y, en cierta forma, ha desmovilizado las protestas. Demostraciones sobran de las pocas personas que acuden a los llamados que hace la oposición para salir a marchar.
Hay quienes continúan apostando a la aplicación de la Carta Democrática por parte de la OEA. Creemos que a pesar de la insistencia de su Secretario General, Luis Almagro, y las intenciones de EEUU, no habrá ninguna decisión en contra del régimen de Nicolás Maduro. Los intereses que se manejan en ese organismo actúan tras bastidores. Mucho lobby donde se negocian votos, y como cada país, por muy pequeño que sea, representa un voto, por lo general, se suele satisfacer a los verdugos de turno, que con discursos populistas y demagógicos se presentan como los débiles y defensores de los más pobres.
Mal presagio
Cuando un pueblo apela a los organismos internacionales para implorar el respeto a los derechos humanos, es una clara demostración de que las cosas andan muy mal. En nuestro caso. Se pide que la OEA garantice la realización del referéndum revocatorio este año y, además, que liberen los presos políticos. Si eso es así, hay palmaria demostración de la ausencia de Estado de Derecho en Venezuela. Es decir, confesión de que aquí no hay democracia. Y es la razón suficiente para aplicar la Carta Democrática. Pero eso no es lo que prevalece en el club de amigos en que se ha convertido la OEA.
Mientras a quienes corresponde ratificar sus firmas hacen colas para el “reafirmazo”, y los diplomáticos preparan el escenario para la reunión del 23 de junio, los que buscan alimentos y medicamentos están en otras largas colas: las colas de las miserias. A ese pueblo que desesperadamente busca cómo comer, le importa un comino lo que se pueda discutir en la OEA, o si firman o no para que Maduro se vaya.
Cada día se estrecha más el cerco de maniobra de los sempiternos negociadores, tanto del oficialismo como algunos disfrazados.
¿Hasta cuándo aguantaremos?
Les confieso sentir la misma angustia de millones de venezolanos: de que vamos por mal camino. La necesidad es común. La clase media está en proceso de extinción. Ningún sueldo en bolívares puede soportar la inflación. Los profesionales o quienes tuvieron oportunidades de llevar una vida normal producto de su trabajo, sin lujos y sin mortificaciones, porque lo que ganaban les alcanzaba, hoy se comen los poquitos ahorros que pudieron haber guardado para arreglar cualquier desperfecto del carro o de la casa. Ni hablar del tema salud; los seguros también se dispararon, porque las clínicas tampoco pueden mantenerse sin aumentar el costo de los servicios.
Diáspora.-
Cada día son más los que nos hablan de emigrar. No los puedo criticar porque cada quien debe tener sus sueños. No quiere decir que sean mejores o peores venezolanos los que se quedan o se van. Así como Venezuela le brindó abrigo a muchos extranjeros cuando se desató la guerra en Europa, y nadie pensaba que eran malos por haber emigrado de su país, sino que los comprendió porque es un derecho que le asiste a cada quien escapar de la guerra.
Cuando vemos a los muchachos en los pasillos de la Universidad me invaden sentimientos encontrados. Por una parte, sentimos la preocupación que les invade, porque sus vidas de estudiantes no es la misma de años atrás. La inseguridad y la incertidumbre los atormenta. Ellos saben que establecerse en Venezuela, obtener la independencia económica y hasta formar un hogar, es prácticamente una hazaña. Pero así como me embarga esa preocupación, también pienso en el futuro: en que al salir de esta locura del Socialismo del Siglo XXI necesitaremos de muchísima gente joven para que se encargue de recuperar lo que antes fuimos, y allí veo a los miles de bachilleres que hoy se forman en nuestras universidades.
El poder universitario.-
La Universidad hace de “tripas corazones” para mantener abiertas sus puertas. Esta situación la percibo como una película cuyo final es fácil predecir si no reaccionamos. La universidad está agonizando, no solo por falta de recursos para comprar insumos o cubrir sus gastos de mantenimiento, sino porque nos quedaremos sin personal. Los profesores, empleados u obreros, no pueden subsistir ni cubrir sus necesidades con los sueldos de indigentes que tienen. Cada día son más los trabajadores que hacen uso del comedor o del transporte universitario.
Pero nada cambiará mientras nosotros ¡todos! no nos involucremos. Es la hora de la unión de los universitarios. Históricamente han sido las universidades las primeras en dar el paso. Cientos de miles de jóvenes, decenas de miles de profesores; decenas de miles de empleados y obreros, no puede ser que nos quedemos tranquilos ante este atropello. El régimen se atornilla y humilla por el silencio de los ciudadanos.
Colegas universitarios: o reaccionamos o estaremos convalidando con nuestra pasividad la destrucción nacional.
@pabloaure
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