RAFAEL BELLO| EL UNIVERSAL
sábado 3 de agosto de 2013 12:00 AM
Las barras de oro del país son un misterio. Unos dicen que están seguras en el BCV, mientras la mayoría no duda al afirmar: "seguro estaba el de Araya y se fue a fondo". Expresión popular que con el correr del tiempo y el acontecer diario de la vida venezolana mantiene plena vigencia. Pues bien, hay un clima descompuesto en el país con saltos y sobresaltos que impacientan a los parceleros del régimen porque la realidad nacional rebasa el parapeto totalitario.
El ingreso nacional merma y se echa mano entonces al endeudamiento criminal para tratar de sostener lo que es, a todo evento, insostenible ya. El régimen se viene abajo digan lo que digan y hagan lo que hagan. La suerte de Venezuela está echada en la voluntad democrática de sus habitantes.
Tenemos una crisis de dimensiones alarmantes que no solamente se confina al ámbito económico, sino que va mucho más allá. Se trata de la estabilidad misma de la nación. La población sufre las consecuencias de la ambición de impronta riqueza y la ignorancia desbordada en el uso y abuso del poder. He allí los resultados de todos estos años del desbordamiento de la inquisición en pleno siglo XXI en un país, donde la civilidad y modernidad marcaban el rumbo de la prosperidad. La ruina es consecuencia de la ambición alzada que se dice gobierno.
Hay que asumir el compromiso de la reconstrucción del país con la responsabilidad de la grave situación nacional. La economía está en estado de quiebra, mientras la inseguridad deja decenas de muertos semanalmente. Todo esto resume una crisis que raya el borde de un estallido social latente.
La realidad que vive Venezuela convoca a la lucha sostenida por las libertades públicas y el Estado de Derecho. Ha de ser la actitud del cuerpo dirigente opositor para hacerle frente a un régimen antinacional.
El ingreso nacional merma y se echa mano entonces al endeudamiento criminal para tratar de sostener lo que es, a todo evento, insostenible ya. El régimen se viene abajo digan lo que digan y hagan lo que hagan. La suerte de Venezuela está echada en la voluntad democrática de sus habitantes.
Tenemos una crisis de dimensiones alarmantes que no solamente se confina al ámbito económico, sino que va mucho más allá. Se trata de la estabilidad misma de la nación. La población sufre las consecuencias de la ambición de impronta riqueza y la ignorancia desbordada en el uso y abuso del poder. He allí los resultados de todos estos años del desbordamiento de la inquisición en pleno siglo XXI en un país, donde la civilidad y modernidad marcaban el rumbo de la prosperidad. La ruina es consecuencia de la ambición alzada que se dice gobierno.
Hay que asumir el compromiso de la reconstrucción del país con la responsabilidad de la grave situación nacional. La economía está en estado de quiebra, mientras la inseguridad deja decenas de muertos semanalmente. Todo esto resume una crisis que raya el borde de un estallido social latente.
La realidad que vive Venezuela convoca a la lucha sostenida por las libertades públicas y el Estado de Derecho. Ha de ser la actitud del cuerpo dirigente opositor para hacerle frente a un régimen antinacional.
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