RICARDO COMBELLAS| EL UNIVERSAL
martes 6 de agosto de 2013 12:00 AM
En un sistema democrático la oposición es fundamental. Expresa el pluralismo político y social, significa el activismo de las libertades políticas, es la necesaria alternativa del poder establecido, y por ende tiene una inmensa responsabilidad en la orientación del debate político y el impulso a la deliberación. Ella debe someterse permanentemente a la crítica y la autocrítica, respetar y aupar la discusión en su seno, y nunca marginar las posiciones minoritarias que legítimamente en ella, y también en sus márgenes, se desenvuelven. Vayan estas reflexiones como un estímulo al debate sobre el sentido, actualidad y futuro de la oposición democrática en Venezuela.
Lo primero que hay que subrayar es una verdad de Perogrullo, elemental pero no por ello menos fundamental, y se trata de la distinción entre oposición democrática y oposición antidemocrática. Por supuesto que estas reflexiones van dirigidas a la oposición democrática, es decir la oposición respetuosa de la legalidad y legitimidad constitucional. Como se repite con frecuencia: todo dentro de la Constitución, nada fuera de la Constitución. El tema de los golpistas y conspiradores, tema al que soy profunda y deliberadamente ajeno, no forma parte de estas consideraciones.
La democracia moderna tiene como uno de sus atributos ser electoral. Pero ¡ojo! en lo electoral no se agota la democracia; esta trasciende la lucha electoral. En Venezuela no existe, sino solo formalmente, una democracia electoral. Predomina un "autoritarismo electoral", pues el régimen utiliza todo tipo de mecanismos, institucionalizados y no institucionalizados, para garantizar sus victorias electorales. Uno de los grandes desafíos de la oposición democrática venezolana está en que su organización institucional más relevante, la MUD, es electoral, es más, es fundamentalmente electoralista, se agota en lo electoral. No puede ser de otro modo. Se trata de una organización de partidos, únicamente de partidos, y tal como nos lo recuerda Max Weber, "toda lucha entre partidos persigue no solo un fin objetivo, sino también y ante todo el control sobre la distribución de los cargos". Se critica a la conducción del régimen por ser ducha en lo táctico por frágil en lo estratégico. Habría que preguntarse si ese handicap no pesa como una fuerte losa, tanto o más dentro de la oposición.
Las formas de lucha política legitimadas por la Constitución no se agotan en la lucha electoral. El amplio universo de la desobediencia civil y de la resistencia activa y pasiva, y sus múltiples y creativas manifestaciones, tienen cobijo dentro de la Constitución. Por supuesto que ello implica estrategia y creatividad, y algo imprescindible que tendemos a olvidar, talante moral, convicciones firmes, "incorruptibilidad", todo ello ajeno al oportunismo y al oscuro regateo de los cargos y las prebendas. Además, la desobediencia civil no la puede conducir una alianza de partidos, sino una alianza de la sociedad civil, donde los partidos son solo una parte junto a los movimientos sociales y sus expresiones organizativas.
Uno de los problemas más protuberantes de la oposición venezolana es, al unísono la anemia ideológica junto a la carencia de claros objetivos estratégicos. Estoy consciente que no es un tema fácil de desenredar. En la MUD concurre la derecha y la izquierda, a diferencia de la tan mencionada oposición chilena a la dictadura de Pinochet, que en su momento se nucleó fuertemente en el centro. En la MUD convive la derecha neoliberal junto al socialismo democrático. Armar una estrategia de este "pasticho ideológico" es una tarea ardua complicada. El "centro" de la MUD no es sólido, y su tendencia actual, seamos realistas, es la de escorarse hacia la derecha, y no cualquier derecha sino la derecha neoliberal.
Por último, el tema del liderazgo. No hay que rigidizar los liderazgos. No existen liderazgos imprescindibles, lo cual no significa que el liderazgo no sea necesario. No debe temerse la crítica ni la autocrítica en esta materia. Creo un error de la MUD la tendencia a mineralizar el liderazgo, hoy reunido en torno a la figura de Capriles, el cual ha cometido últimamente crasos errores, que no cabe comentar por lo menos en este artículo. Pasada la experiencia de las elecciones presidenciales, el debate del liderazgo debe abrirse sin ninguna clase de complejos. Vale aquí recordar la época de oro de Acción Democrática con un líder de los quilates de Rómulo Betancourt, que día a día, con su talento y don organizativo, se ganaba el liderazgo de su partido, jaqueado permanentemente por formidable rivales dentro de su propia organización. Si esto vale para una organización partidista, tiene más pertinencia para una organización pluripartidista como la citada MUD.
Crítica y autocrítica, ¡que florezcan cien flores!, es lo que se clama y exige de la oposición democrática en esta difícil hora de la patria.
Lo primero que hay que subrayar es una verdad de Perogrullo, elemental pero no por ello menos fundamental, y se trata de la distinción entre oposición democrática y oposición antidemocrática. Por supuesto que estas reflexiones van dirigidas a la oposición democrática, es decir la oposición respetuosa de la legalidad y legitimidad constitucional. Como se repite con frecuencia: todo dentro de la Constitución, nada fuera de la Constitución. El tema de los golpistas y conspiradores, tema al que soy profunda y deliberadamente ajeno, no forma parte de estas consideraciones.
La democracia moderna tiene como uno de sus atributos ser electoral. Pero ¡ojo! en lo electoral no se agota la democracia; esta trasciende la lucha electoral. En Venezuela no existe, sino solo formalmente, una democracia electoral. Predomina un "autoritarismo electoral", pues el régimen utiliza todo tipo de mecanismos, institucionalizados y no institucionalizados, para garantizar sus victorias electorales. Uno de los grandes desafíos de la oposición democrática venezolana está en que su organización institucional más relevante, la MUD, es electoral, es más, es fundamentalmente electoralista, se agota en lo electoral. No puede ser de otro modo. Se trata de una organización de partidos, únicamente de partidos, y tal como nos lo recuerda Max Weber, "toda lucha entre partidos persigue no solo un fin objetivo, sino también y ante todo el control sobre la distribución de los cargos". Se critica a la conducción del régimen por ser ducha en lo táctico por frágil en lo estratégico. Habría que preguntarse si ese handicap no pesa como una fuerte losa, tanto o más dentro de la oposición.
Las formas de lucha política legitimadas por la Constitución no se agotan en la lucha electoral. El amplio universo de la desobediencia civil y de la resistencia activa y pasiva, y sus múltiples y creativas manifestaciones, tienen cobijo dentro de la Constitución. Por supuesto que ello implica estrategia y creatividad, y algo imprescindible que tendemos a olvidar, talante moral, convicciones firmes, "incorruptibilidad", todo ello ajeno al oportunismo y al oscuro regateo de los cargos y las prebendas. Además, la desobediencia civil no la puede conducir una alianza de partidos, sino una alianza de la sociedad civil, donde los partidos son solo una parte junto a los movimientos sociales y sus expresiones organizativas.
Uno de los problemas más protuberantes de la oposición venezolana es, al unísono la anemia ideológica junto a la carencia de claros objetivos estratégicos. Estoy consciente que no es un tema fácil de desenredar. En la MUD concurre la derecha y la izquierda, a diferencia de la tan mencionada oposición chilena a la dictadura de Pinochet, que en su momento se nucleó fuertemente en el centro. En la MUD convive la derecha neoliberal junto al socialismo democrático. Armar una estrategia de este "pasticho ideológico" es una tarea ardua complicada. El "centro" de la MUD no es sólido, y su tendencia actual, seamos realistas, es la de escorarse hacia la derecha, y no cualquier derecha sino la derecha neoliberal.
Por último, el tema del liderazgo. No hay que rigidizar los liderazgos. No existen liderazgos imprescindibles, lo cual no significa que el liderazgo no sea necesario. No debe temerse la crítica ni la autocrítica en esta materia. Creo un error de la MUD la tendencia a mineralizar el liderazgo, hoy reunido en torno a la figura de Capriles, el cual ha cometido últimamente crasos errores, que no cabe comentar por lo menos en este artículo. Pasada la experiencia de las elecciones presidenciales, el debate del liderazgo debe abrirse sin ninguna clase de complejos. Vale aquí recordar la época de oro de Acción Democrática con un líder de los quilates de Rómulo Betancourt, que día a día, con su talento y don organizativo, se ganaba el liderazgo de su partido, jaqueado permanentemente por formidable rivales dentro de su propia organización. Si esto vale para una organización partidista, tiene más pertinencia para una organización pluripartidista como la citada MUD.
Crítica y autocrítica, ¡que florezcan cien flores!, es lo que se clama y exige de la oposición democrática en esta difícil hora de la patria.
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