AXEL CAPRILES M.| EL UNIVERSAL
jueves 1 de agosto de 2013 12:00 AM
De todos los países latinoamericanos, Venezuela y Nicaragua son los que más orgullosos están de su nacionalidad. Según el Latinobarómetro, el 95,10% de los venezolanos estamos muy orgullosos o bastante orgullosos de ser venezolanos. ¿Orgullosos por qué? No lo dice con exactitud. Simplemente orgullosos. Naciones latinoamericanas con mayores aportes a la historia de la cultura como Argentina o México muestran cifras menores de 83,10% y 87% respectivamente. Tal vez sea una valía que, como decía Américo Castro de los españoles, no se funda en el hacer sino en el ser, que no requiere de mayores logros ni de hacer nada, por serlo ya todo la persona. Una especie de altivez esencial "por ser yo quien soy".
El orgullo, como pasión inscrita dentro de la psicología narcisista, lleva a una excesiva estima de sí y crea una imagen grandiosa del yo. Tal vez esa pasión haya estado excesivamente presente en nuestra cultura y haya sido eso lo que impulsó al autor de Peonía, Manuel Vicente Romero García, a decir, en tiempos de Cipriano Castro, que "Venezuela es un país de nulidades engreídas y reputaciones consagradas". La revolución bolivariana, hoy, está haciendo todo lo posible para convalidar la cínica sentencia de Romero García.
En principio, no nos debería afectar el hecho de que alguien tenga ínfulas de grandeza, sea desmesuradamente vanidoso o sufra de engreimiento o endiosamiento. Con tal de vernos a nosotros mismos en su justa dimensión podríamos poner en perspectiva el narcisismo del otro. El problema es que la imagen de grandiosidad trastoca falazmente la realidad y produce serios problemas de adaptación. Es lo que está sucediendo en Venezuela que, ahogada en su sueño revolucionario de grandeza, no ha entendido el sentido de la crisis económica, institucional y social del mundo actual. En momentos urgidos de una total recomposición de las relaciones entre el Estado y la sociedad, las fuerzas estatistas regresivas de la revolución se regodean en sí mismas como virus que celebra la enfermedad.
El orgullo, como pasión inscrita dentro de la psicología narcisista, lleva a una excesiva estima de sí y crea una imagen grandiosa del yo. Tal vez esa pasión haya estado excesivamente presente en nuestra cultura y haya sido eso lo que impulsó al autor de Peonía, Manuel Vicente Romero García, a decir, en tiempos de Cipriano Castro, que "Venezuela es un país de nulidades engreídas y reputaciones consagradas". La revolución bolivariana, hoy, está haciendo todo lo posible para convalidar la cínica sentencia de Romero García.
En principio, no nos debería afectar el hecho de que alguien tenga ínfulas de grandeza, sea desmesuradamente vanidoso o sufra de engreimiento o endiosamiento. Con tal de vernos a nosotros mismos en su justa dimensión podríamos poner en perspectiva el narcisismo del otro. El problema es que la imagen de grandiosidad trastoca falazmente la realidad y produce serios problemas de adaptación. Es lo que está sucediendo en Venezuela que, ahogada en su sueño revolucionario de grandeza, no ha entendido el sentido de la crisis económica, institucional y social del mundo actual. En momentos urgidos de una total recomposición de las relaciones entre el Estado y la sociedad, las fuerzas estatistas regresivas de la revolución se regodean en sí mismas como virus que celebra la enfermedad.
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