A Demetrio Boersner
In memoriam
Radio y TV, los dos medios de más alta penetración que peor cumplen con su cometido por irresueltos problemas estructurales y políticos.
Por un lado la escasa propensión a la lectura, una carencia crónica de alternativas para el disfrute del tiempo libre y una retardada penetración de Internet (a lo que se suman hoy inseguridad e inflación), hacen que las caseras y gratuitas radio y televisión sigan siendo el conector casi único a la realidad, la información, la cultura y el espectáculo. ¡Nada menos! Concluida su educación formal, millones de venezolanos solo acudirán por el resto de sus vidas, para informarse, aprender y entretenerse, a una radiotelevisión convertidade facto en una suerte de ministerio de educación-bis; una realidad que en Venezuela nadie quiere ver ni asumir. Ese papel sucedáneo, entre nosotros de dimensiones macro, es mejor comprendido en otras partes. He ahí por qué las 56 democracias que aseguran a sus ciudadanos una radiotelevisión de servicio público asignan a ese ministerio-bis presupuestos que pueden promediar 36% de su gasto universitario: 2.000 millones de dólares en Estados Unidos, pero unos 4.000 millones de euros en países europeos (compárese con los risibles 400.000 dólares anuales a VTV o los 200.000 a Telesur).
Por otro lado, más que en el resto de la región, nuestra radio y TV (la privada y la gubernamental por igual) se fueron arrogando un prepotente y faccioso papel político que trasciende todo límite aceptable, y obviemos recordar episodios demostrativos. Comercio y gobiernos, los dos grandes emisores del país, han abusado hasta la náusea de su poder comunicacional en ambos medios, restándoles tareas informativas y educativas para asignarles un fuerte papel político que los convirtió en auténticos protagonistas de la historia patria. A las muy antiizquierdistas “cadenas” meridianas de la Cámara de la Industria de la Radiotelevisión sucedieron las kilométricas y muy antiderechistas de Chávez y Maduro, a una hegemonía mercantil otra gubernamental, al lucro la ideología. Intoxicada por ese duopolio de encontrados intereses, a la sociedad se le ocultó siempre lo que una radiotelevisión libre, pluralista y de calidad puede ser y hacer.
El poschavismo venidero es la oportunidad histórica de dar solución a esos problemas diseñando un sistema de emisores plurales inductor de democracia sin restaurar malos modelos pasados. La actual Asamblea habrá de dar los primeros pasos en esa dirección, proporcionando a futuros gobernantes una visión sistémica, libertaria, republicana, complementaria y no competitiva del emitir y del recibir, que priorice las diversas necesidades del usuario más que los intereses del emisor y garantice pluralismo, libres contenidos y mejor calidad expresiva. Al emisor de proximidad o comunitario habrá que blindarle su libertad ante el dinero y los gobiernos, y al privado menos discrecionales concesiones a cambio de un gentlemen’s agreementpor la calidad (no de contenidos) con la nación. Los gobiernos ya no serán emisores discrecionales al amparo del execrando artículo 10 de la Ley Resorte; los presidentes dispondrán de algunos minutos “en cadena” los 31 de diciembre para desear el feliz año al país, como en todas las grandes democracias del mundo a cuyo grupo queremos volver a pertenecer.
Para lograrlo, luce imprescindible colocar al lado de la comunitaria y de la privada una tercera fuente emisora: una radiotelevisión de servicio público de coberturas totales, alta calidad, par condicio política y taxativamente no gubernamental, una BBC criolla que atienda mayorías y minorías y sea modelo de pluralismo, calidad y credibilidad en el país y la región. “No somos Suiza” gritarán los gatopardos; pero salvar a Venezuela pasa por intentar parecerse más a Suiza y menos a Zimbabue o Corea del Norte. Nada de paños calientes, de decisiones inconexas y personalistas, de minimalismos. Es el momento de coordinar grandes ambiciones, de darnos una comunicación libre, plural y creíble que genere una democracia de calidad.
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