Vladimiro Mujica
Todo parece indicar que al interior del chavismo se ha impuesto la tesis de que es posible salvar lo que queda de revolución sin aceptar su responsabilidad por el estado calamitoso de la República, y sin negociar con las fuerzas de la oposición en la AN más allá de los límites de un esquema gatopardiano de cambiar para que nada cambie. El dilema consiste en que deben conducir este laborioso proceso traicionando lo que muchos de sus militantes y dirigente consideran su propia esencia de movimiento popular.
Para quienes se sienten revolucionarios, el suponerse dueños de una supuesta superioridad ética sobre el resto de la gente, basada en sus principios, sus raíces y conductas no es un asunto cosmético. Los dota de lenguaje y les proporciona un sentido de identidad, algo que Chávez explotó magistralmente con su carisma. Por ello la afrenta que significa perder el apoyo del pueblo ha calado muy hondo en las filas de la revolución. Es tan solo cuestión de leer lo que se escribe en Aporrea y lo que señalan figuras señeras del chavismo como los ex -ministros Víctor Álvarez, Jorge Giordani, Héctor Navarro y Felipe Pérez, o de líderes originarios del 4F, ahora convertidos en críticos del gobierno de Maduro, para entender la naturaleza del padecimiento de quienes siguen creyendo que les asiste una suerte de fortaleza moral y que advierten ahora sobre todos los males y perversiones que ellos mismos ayudaron a construir. Pero ni siquiera este acto mínimo de contrición se lo asume con humildad: los disidentes del chavismo devenidos los críticos más acervos del gobierno de Maduro lo que quieren es, creámoslo o no, ¡más revolución chavista! Ello es así porque parten de la premisa de que las propuestas y la visión originales, que en verdad contenían desde sus orígenes los genes del desastre autoritario y populista que ha arruinado a Venezuela, eran correctas. De acuerdo a esta visión, insostenible desde el punto de vista histórico y argumental, el Comandante Supremo estaba en los correcto pero sus principios revolucionarios han sido corrompidos por la camarilla en el poder.
Mientras de los sectores más intelectuales de la disidencia chavista se continúan acumulando estas reflexiones sobre las carencias del régimen, hay otro proceso de desgaste de la imagen y el soporte político del gobierno que corre en paralelo. Esta es la procesión popular, la de la gente común, que vive un calvario diario de dificultades para las cuales los ministros y funcionarios del régimen tienen explicaciones que despertarían la envidia del gran Mario Moreno, Cantinflas. Algunas de estas explicaciones exceden el paradigma cantinflérico para convertirse en verdaderos ejercicios de cinismo y desprecio a la gente. Ejemplos: no hay medicinas porque la gente las usa mucho; los anaqueles están vacíos pero las neveras están llenas; la economía no era productiva porque el pueblo era analfabeta, y otras por el estilo que causan verdadera repulsión por el sinsabor a burla y manipulación del sufrimiento de la gente que dejan en la mente y en el espíritu.
Pero la decisión del régimen de no rectificar y de no negociar con la mayoría del país que lo adversa sigue su curso. Ello a pesar de que las sombras de catástrofes de diverso tenor gravitan pesadamente sobre el futuro de Venezuela. A las advertencias sobre un conflicto civil, se le suman las que alertan sobre una crisis humanitaria o un estallido social producidos por la gravísima situación económica, de desabastecimiento y de inseguridad. Y sin embargo el gobierno transita por la senda del enfrentamiento sin admitir que no solamente la realidad política cambió el 6D, sino que no tiene capacidad para resolver la situación del país sin recurrir en alguna medida a un acuerdo nacional que reconozca no únicamente que la oposición existe, sino que es necesario aceptar algunas concesiones claves entre las cuales destacan prominentemente la liberación de los presos políticos y las medidas sobre la situación económica y social.
La conclusión inescapable es que el gobierno no negocia simplemente porque no puede negociar. Entiende que debe hacerlo para sacar al país de la crisis, pero no puede aceptar las consecuencias de esas negociaciones porque comprende que en ello le va la vida a la revolución y porque no puede controlar a sus propios demonios internos que presienten que cualquier apertura expondrá las verdaderas dimensiones de la corrupción de estos veinte años y a sus beneficiarios. Ese es el verdadero y último dilema de un movimiento que ha entrado en su fase de decadencia pero que todavía conserva una fuerza importante para causar mucho daño a la nación.
Lo que sigue dependerá en mucha medida de la fortaleza y sabiduría de la oposición que hasta ahora se ha manejado con tino en la AN. Si las cosas siguen en la dirección que se avizora no quedará otro camino que empezar a preparar a la gente para lo que promete ser un duro conflicto con la oligarquía chavista atrincherada en el poder. Uno que aparentemente solo se resolverá con su salida de ese reducto de poder por medios constitucionales. Los espacios para las negociaciones intermedias, que contribuyeran a la reunificación de la nación, se van reduciendo a pesar de que eso es lo que claramente le convendría a Venezuela y los venezolanos.
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