En política, como en la vida, muchas veces las personas se ven limitadas sin saberlo por la presencia de mitos y prejuicios que condicionan y constriñen su actuación. Por eso es tan importante enfrentar esa castrante arquitectura de ficciones, muchas veces creadas intencionalmente, y que impide el desarrollo y la libertad de actuar de personas y pueblos.
Los pasados eventos del 6-D y 5-E significaron la superación –por la vía de su negación y de la demostración de su intrínseca falsedad– de unos cuantos mitos que bastante daño habían estado haciendo a la cultura política de los venezolanos. Mencionemos solo algunos de ellos que –esperamos– hayan sido derrotados para siempre: el mito de que no hay salida electoral en Venezuela, que gobierno autoritario no pierde elecciones, que el madurocabellismo “no se va a dejar” (y su variante, que el gobierno es tan todopoderoso que hace siempre lo que le da la gana), que con este CNE es imposible, que el país estaba dormido y entregado, que a los venezolanos los compran electoralmente con regalos y limosnas, que la llamada “oposición no-MUD” es mayoría, e invenciones por el estilo.
El año pasado se demostró que frente a radicalismos estériles, la única estrategia que funciona es la de la acumulación gradual y progresiva de fuerza popular como vía para la conquista del poder. Y ello es posible solo desde la unidad de los múltiples factores de oposición, el énfasis en la organización social desde abajo y la canalización de las demandas populares por vía electoral.
Haber superado esos mitos (y ojalá sea así para todo el mundo) es esencial para las duras luchas que nos esperan este año. Sin embargo, hay dos mitos adicionales que aunque la realidad demostró igualmente su falsedad, es necesario insistir en ellos dada su importancia para los eventos y circunstancias por venir.
El primero es el “coco” de que la calle pertenece al gobierno. Tanto antes de la elección del 6-D como de la instalación de la nueva AN el 5-E abundaron las amenazas oficialistas sobre el uso de su “furia popular”, que funcionaría como las rabietas de un niño malcriado si le niegan lo que quiere. Pues lo cierto es que no solo la elección se desarrolló en un ambiente de absoluta normalidad, sino que además la nueva AN se instaló sin mayores problemas de orden público. Las famosas amenazas del gobierno, de “tomar las calles” e “incendiar al país” si las cosas no le resultan como desean, han demostrado ser nada creíbles. La famosa “furia popular” oficialista ha quedado reducida a unos tristes tarifados que cumplen horario insultando a los diputados opositores a las puertas de la Asamblea, y a unos delincuentes profesionales que se hacen llamar “colectivos”, verdaderos íconos folklóricos del fascismo gobernante, y que están cada vez más solos y alejados de representar amenaza alguna.
El segundo mito tiene que ver con la Fuerza Armada Nacional. Más allá de las creencias de algunos, y de las declaraciones impropias –e ilegales– de alguno que otro representante castrense más cercano a la militancia partidista que a su compromiso militar, lo cierto es que los eventos de las últimas semanas, desde antes de la elección parlamentaria hasta hoy, muestran que las FAN no están dispuestas a acompañar ninguna locura del gobierno, como esa de jugar a la desestabilización del sistema político sin apoyo popular. Nuestra FAN pareciera estar signando sus actuaciones por dos sanos condicionantes: su percepción de dónde está la mayoría del país, y cuál escenario garantiza mayor estabilidad. Y esto está muy lejos de la ficción de asumir una FAN sumisa, que “rodilla en tierra”, iba a apostar por seguir cualquier insania que se les ocurriera a los burócratas del madurocabellismo, poniendo incluso en riesgo su honor y su historia.
Para futuras amenazas –que vendrán– es importante destacar también la invalidez de estos dos mitos, para no desviar la ruta de lucha ni asustarse más de la cuenta. Ya con lo que nos viene por el lado de la crisis es suficiente.
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