Los libros de Carlos Rangel se seguirán leyendo cuando Fidel Castro y Chávez hayan sido postergados a un rincón de la historia; es la eterna ventaja de los hombres que escriben sobre los hombres de acción. Un Rómulo Betancourt representa la idea de la democracia en un país donde siempre habían gobernado los militares, Chávez es una vuelta al pasado.
¿Quién leerá mañana los discursos de Chávez? Su papel en la historia de Venezuela no será el de un Betancourt, siquiera el de un Pérez Jiménez: el chavismo ya perdió trascendencia en el continente. A Maduro y a Chávez el tiempo los pondrá en su lugar como meros accidentes en la historia de Venezuela. En cambio, la figura de los presidentes de la democracia se agigantará, representan el período más luminoso de la historia nacional.
Un hombre como Carlos Rangel carecía de esa vanidad de escritores que se suponen enviados para revelar una verdad. Prefería pasar inadvertido, llamaba la atención por su educación heredera de una tradición familiar que se remontaba a los orígenes de Venezuela republicana. Nunca adoptó poses de personaje ni consideró su tiempo demasiado valioso para rechazar el cuestionario de un periodista. Tímido, le sonrojaba cualquier elogio excesivo en público, no buscaba aplausos. Dedicaba su tiempo obsesivamente al trabajo intelectual. Rangel no pertenecía a ninguna cofradía de escritores que se promocionasen entre sí; era un solitario. No andaba por todas partes mostrando su supuesta infelicidad. Defendía con ardor sus ideas sin descender a la ofensa personal a pesar de recibir ataques implacables. No le perdonaron su triunfo editorial. Molestaba, molesta todavía hoy. Además de desafiar el pensamiento correcto de la época, de decir lo que otros callaban, ser un liberal cuando predominaba un pensamiento de izquierda aun en los grandes partidos como AD y Copei, Carlos Rangel tampoco era “amiguero”.
El rechazo a la obra de Carlos Rangel no nació solo de la discrepancia ideológica. Carlos Rangel había ofendido a los ídolos de la tribu. Además, este denunciador implacable no entraba en el juego de los abrazos en las reuniones sociales, el compadreo, pues.
Por su parte, el propio Fidel Castro ya no habla de patria o muerte. Se despidió del Partido Comunista de Cuba con un discurso en el que insinuó que morirá pronto, y les encomendó el trabajo de llevar a término su visión del comunismo. “Quedarán las ideas de los comunistas cubanos como prueba de que en este planeta, si se trabaja con fervor y dignidad, se pueden producir los bienes materiales y culturales que los seres humanos necesitan”.
Se equivoca Castro. Cuba no aportó una idea a la revolución mundial. Castro no fue Trotsky, por ejemplo, sino un hombre de acción exitoso pero sin ideas originales.
Castro confunde el poder que sin duda ha alcanzado, su dominio de Cuba, la sumisión de sus seguidores, con el triunfo ideológico. Chávez ha sido el único seguidor real de Fidel Castro en América. Hoy, muerto Chávez y Castro cercano a los 90 años, ambos quedarán como figuras que ocuparon un gran lugar en la política, sin haber dejado una verdadera herencia, sin representar una nueva ideología, una renovación del marxismo.
Maduro es un simple seguidor de Castro y Chávez, sin la capacidad de estos dos para influir en la política mundial.
El Congreso del Partido Comunista cubano señala el futuro de la misma revolución venezolana. La revolución cubana y el chavismo, repetimos, no representan una nueva visión revolucionaria ni aportan nada a la ideología del marxismo. En cambio, Del buen salvaje al buen revolucionario conserva toda su actualidad. Ahora, en su reciente congreso el Partido Comunista cubano “opta por el inmovilismo”, Raúl Castro abandonará la presidencia del gobierno en 2018. El inmovilismo en el Buró Político alcanza al segundo secretario, José Ramón Machado, también octogenario, reelegido por el VII Congreso del partido, clausurado.
Al final la vejez derrotó a Castro, que ya ni siquiera invoca a la muerte, no repite aquello de patria o muerte.
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