José Guerra
Aparte de la inflación galopante, uno de los sellos distintivos de estos tres años de gobierno madurista es el incremento sostenido de la frecuencia y violencia de los saqueos, manejados hasta ahora con una mezcla de permisividad y represión dosificada. Los saqueos se han generalizado a tal punto que no solo ameritan la intervención urgente de las autoridades, sino que podrían ser materia de un estudio sociológico, al estilo del libro “Y salimos a matar gente” del reconocido investigador Alejandro Moreno.
El confuso incidente registrado recientemente en Quinta Crespo (Caracas), donde la fuerza pública fue abiertamente enfrentada por una mezcla heterogénea de saqueadores, lo deja a uno preguntándose quién saquea a quién. Pero lo que sí ha sido la tapa del frasco, es el video de dominio público donde una alcaldesa psuvista de Guárico incita abiertamente a sus seguidores a saquear los comercios privados de la localidad: “Es a juro, sí o sí. O nos venden o los saquean”, fueron sus palabras. Allí no hay interpretación posible, no hace falta apelar a la Prof. Rosa Amelia Azuaje, la lingüista estrella del régimen, se trata de una clara incitación al delito, al caos y a la violencia por parte de quien, por el contrario, está llamada a resguardar el orden, la paz y la legalidad. Lo trágico es que en su arenga, la alcaldesa de marras ondeaba entre sus “credenciales” el hecho de que se encontraban en un galpón que ella misma había expropiado, como quien exhibe ante su electorado una obra de gobierno.
Al igual que expropiar, saquear es robar. Pero saquear es un tipo de robo muy particular, que en muchos sentidos se asemeja a los linchamientos, tan en auge también en esta hora menguada del país. Así como algunos sociópatas de corazón aprovechan los sentimientos de dolor y frustración de una comunidad para incitar una situación de linchamiento en donde al final nadie se siente como un asesino, de igual modo los ladrones de corazón (y profesión) andan aprovechando la terrible escases de alimentos para incitar a situaciones de saqueo en donde al final nadie se siente como un delincuente. Lo que sorprende es que sea una ficha del propio partido de gobierno quien, usando el cargo y los recursos públicos, esté propiciando situaciones de violencia que solo van en detrimento de su propia comunidad. Porque, a final de cuentas, si le toman la palabra y terminan saliendo a la calles de Calabozo a saquear cuanto comercio se les atraviese, ¿qué les queda al final del día?, ¿a dónde acudirán a comprar la semana siguiente?, ¿acaso a los Mercal y Pdval donde precisamente hoy no consiguen nada? Al igual que con los linchamientos, del saqueo no queda nada bueno, sobre todo porque no ataca las causas que dieron origen al malestar.
Leemos con preocupación que desde febrero la FANB viene ejecutando un programa de formación masiva de tropas para su posible uso en el control del orden público, lo cual no solo apunta en la dirección equivocada (más represión) sino que en última instancia puede resultar inútil. Por su propia naturaleza local y asíncrona, es difícil que las situaciones de saqueo alcancen niveles inmanejables, pero basta con un evento fortuito (¿el colapso del Guri?) o una simple estupidez (¿una alcaldesa psuvista descarriada?) para sincronizar el descontento popular y tornarlo en una verdadera Caja de Pandora. La única solución es rectificar. Mientras el gobierno no rectifique en materia económica, es previsible que la escasez de alimentos continúe agudizándose, abonando el terreno para que la conflictividad social se salga de control.
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