Hablar de diálogo en Venezuela es como querer manipular un rosal sin los guantes adecuados. Es, paradójicamente, una necesidad urgente que según las encuestas realizadas cuenta con el apoyo decidido de la mayoría de la población, pero que la cúpula del régimen y no pocos opositores ve con aprehensión. Las iniciativas que hasta ahora han partido del gobierno, tienen el rancio sabor de una imposición antes que el verdadero deseo de acordar una salida viable a la situación que hoy está a punto de un desbordamiento con visos de tragedia nacional.
¿Por qué tanta reticencia de Maduro y su entorno más íntimo? Mi modesta opinión es que el ansia de poder de esa cúpula y su mentalidad antidemocrática los lleva a conducirse con la malsana convicción del “todo o nada”. El rey Luis XV de Francia lo expresó a su manera: “Después de mí, el diluvio”.
De entrada debo decir que no comparto los cuestionamientos que algunos columnistas y opinantes de la oposición les hacen a nuestros representantes de la MUD en la Asamblea Nacional cuando estos últimos hablan de que han cumplido con lo que prometieron en materia legislativa. Como siempre, la mayoría de los críticos opina como el manager de tribuna que no está en el campo de juego. Más allá del algún yerro que haya cometido la bancada opositora, los logros son infinitamente mayores. Primero, sus decisiones legislativas se corresponden con lo que esperaban los votantes. Segundo, se han conducido por la senda democrática y no han pisado el “peine” de buscar apoyo militar para resolver de una vez por todas la crisis bestial que padecemos. Y tercero, han puesto en evidencia ante el mundo la condición antidemocrática, tramposa y torcida de los poderes controlados por la “revolución bonita”.
En política el diálogo no es cosa extraña. Es moneda común a todo lo largo de la historia. En épocas más recientes, ha sido factor fundamental de paz y progreso. Las experiencias de España, después de la muerte de Franco, y de Chile, luego del plebiscito que perdió Pinochet, son ejemplos a tener en cuenta. Incluso en Venezuela, la política de pacificación que pusieron en práctica los presidentes Leoni y Caldera (en su primer gobierno), hay que tenerla presente al considerar sus méritos.
Esa realidad explica el reciente pronunciamiento del papa Francisco exhortando al diálogo y colaboración en Venezuela para que se trabaje en pos del bien común y se promueva la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco, el cual fue posteriormente avalado por los representantes del gobierno y la oposición en la Asamblea Nacional.
En conocimiento de lo anterior, hay que apoyar la posibilidad real de un contacto sincero entre la revolución y la oposición democrática. Lamentablemente, como dije antes, Nicolás Maduro y los suyos han dado muestras de intolerancia y ceguera política al querer emprender ese camino. Sus acciones no pasan de ser burdos amagos, sin convicción real. Las conversaciones que se sostuvieron el 11 de abril de 2014 y la recién creada Comisión de la Verdad son ejemplos concretos de lo que no debe ni puede hacerse. El diálogo se produce cuando, en paridad de condiciones, las partes intervinientes tienen consciencia de que la solución y los acuerdos pasan por el tamiz de la negociación. Ello implica en la práctica concesiones de parte y parte. Al final del proceso, ambos contrincantes tienen que conseguir algún beneficio a su favor como única vía para evitar males mayores.
En ese estadio final es ineludible que sectores específicos de ambas partes lancen sus críticas feroces. Ello es algo corriente en toda sociedad y democracia. Lo importante es que se concrete una salida pacífica y no traumática que cuente con el respaldo de la mayoría de los ciudadanos.
Ahora bien, en consideración del amplio apoyo que la oposición obtuvo en las pasadas elecciones legislativas y de que más de 72% de los venezolanos quieren la salida anticipada de Maduro y su gobierno, el diálogo tiene que producirse en función de algunas premisas. 1) Es necesario que haya un mediador imparcial y de prestigio que sea aceptado por ambas partes; en ese sentido, pienso que un representante designado directamente por el papa sería aprobado por ambos grupos. 2) Dado el alto grado de efervescencia nacional, producto de la escasez de alimentos y medicinas, alta inflación y desbocada criminalidad, debe realizarse una nueva elección presidencial a la mayor brevedad. 3) Es indispensable e inevitable garantizar a los líderes chavistas, con las salvedades o variantes del caso, que no serán perseguidos judicialmente. 4) En función del resultado de la elección presidencial, tendrá que reconocerse la presencia proporcional de figuras apoyadas por el PSUV en la nueva integración del TSJ y CNE, entre otros organismos del Estado. Y 5) en virtud de su extrema delicadeza e importancia, el tema militar y las relaciones con Cuba ameritarán un manejo de filigrana.
Pero advierto: el proceso de diálogo anterior hay que abordarlo con hora y fecha en el calendario, sin perder de vista que la mayor responsabilidad en la búsqueda de una salida consensuada y expedita la tiene el gobierno por ser directamente responsable de la crisis que padece el país.
Antes y durante el proceso de negociación, la presión de las democracias latinoamericanas, Estados Unidos y Europa será muy importante para estos propósitos. La reciente declaración de la Cancillería mexicana, en el sentido de que sigue la situación de Venezuela, es un gesto importante. Las democracias latinoamericanas tienen que sopesar las implicaciones que tiene para la región que Venezuela siga operando como disfraz de democracia.
Pero independientemente de lo que ocurra en el plano político, el pueblo, el país seguirá su marcha indetenible hacia un futuro armónico. La gente trabajadora cumplirá con su cotidianidad y con el día a día de la vida, avanzando en busca del Santo Grial del diálogo y la paz. Solo nos acercamos al Santo Ícono cuando se transforman las palabras en sentimientos y somos conscientes de que la eternidad a la que aspira esta revolución o cualquier otro proceso no es de este mundo.
Dios quiera que la cordura se aposente en los líderes y seguidores de ambas partes, y evitemos un baño de sangre entre hermanos.
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