El país se aproxima a una compleja cita: la posible salida de Nicolás Maduro del cargo que atrapó como bregador de herencias en una mala tarde en la que los demócratas vacilaron.
La oposición le planteó al país la salida de Maduro en seis meses a cumplirse el próximo 5 de julio. Luego, esto se diluyó al decir que en seis meses estarían diseñados los mecanismos para el logro de ese objetivo. Sea lo que sea en términos de fechas, el programa opositor consiste en el cese del régimen rojo este 2016.
Es una suerte que ahora todos seamos radicales. Recuérdese 2014 cuando los dirigentes de “la salida” fueron denostados por precipitados. Entonces se argumentaba que la crisis económica y social no era tan profunda, como lo sería luego. Eso fue cierto. La crisis de 2016 es pavorosa comparada con la de 2014, pero la de 2017 será ultrapavorosa comparada con la de este año. Pero, por fortuna, nadie invoca hoy que hay que esperar para plantear la salida de Maduro porque más adelante la situación será peor y más gente se sumaría a la causa. Es obvio que un cálculo político no puede sobreponerse a la aterradora situación de hambre, crimen y policarencias impuestos por las mafias en el poder.
Estando ahora de acuerdo en el qué, hay desavenencias en el cómo. El disimulo ha aconsejado dirimirlas mediante la aceptación de todos los métodos. Por ahora se plantea el referéndum revocatorio porque, según, es el que tiene plazos más cercanos y los otros métodos parecen relegados. Sin embargo, el problema central radica en cuál vía garantiza la consecución real del objetivo. Y la vía depende de la fuerza que se tenga.
Recordemos –sin demasiado denuedo porque el acontecimiento es reciente– que las elecciones del 6-D se ganaron con la voluntad de “cobrar” por parte de los ciudadanos –en una voluntad amasada en años de lucha–, una dirección política asertiva, apoyo internacional masivo y presión militar desde abajo que obligó a una actuación “neutral” de los mandos. Esos factores están presentes hoy, con una adición fundamental: la Asamblea Nacional; por ahora convertida de facto en la dirección opositora. Esta herramienta institucional tiene inmenso poder simbólico y también riesgos. Ha dado voz “de tú a tú” a los opositores frente al régimen; sin embargo, por ser el centro de las esperanzas de la mayoría democrática podría ser el centro de la decepción si no se cumple la oferta fundamental: el cambio de régimen.
La cita se producirá cuando la Asamblea enfrente en forma definitiva el golpe de Estado que Maduro le propina. Allí se desencadenará el cambio.
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