Rafael Rojas
En un momento de su discurso ante el plenario del séptimo congreso del Partido Comunista (PCC) de Cuba, Raúl Castro fue interrumpido por el canciller Bruno Rodríguez, quien le advirtió que su comparecencia se estaba trasmitiendo en vivo por la televisión. Es sabido que cuando el menor de los Castro se sale del texto e improvisa, suele ser incoherente e indiscreto. La respuesta al ministro Rodríguez fue reveladora: “no, lo que estamos es vivos”.
Ambos Castro y los pocos dirigentes de la generación que hizo la Revolución, que han sobrevivido en el poder tras 57 años, piensan que para gobernar sólo se requiere vivir. Como los antiguos reyes o como Stalin. Ni siquiera como Mao o como cualquier otro líder soviético, que se sometieron a procesos de sucesión previstos por los estatutos de sus respectivos partidos. Raúl Castro pareció identificarse con ese comunismo institucional y sugirió su retiro en este congreso y en la próxima elección del nuevo Consejo de Estado en febrero de 2018.
Pero todo parece haber sido una ilusión. Tanto Raúl como el segundo secretario del PCC, José Ramón Machado Ventura, de 85 y 86 años, respectivamente, fueron reelegidos por un quinquenio más al frente de la organización que, según la única Constitución stalinista que subsiste en el planeta, es “la fuerza dirigente superior” de ese país del Caribe. Puede que Raúl Castro deje de encabezar el gobierno en febrero de 2018, pero mientras viva continuará dirigiendo el país hasta el 2021, cuando cumplirá 91.
Ni la obscenidad de esa voluntad de poder ni el inevitable carácter errático de una política conducida por ancianos, persuaden a esos líderes de la conveniencia del retiro. Si el objetivo es, como reiteran tanto ellos como sus posibles sucesores, la “continuidad”, ¿no hace más sentido emprender la sucesión cuando los dirigentes históricos viven? ¿No se arriesga la sucesión misma exponiéndose al impacto de la desaparición del jefe de Estado o de los máximos jerarcas del partido único?
Uno de los datos más significativos de este congreso es la drástica reducción de la militancia del PCC. De cerca de un millón de militantes, esa organización ha pasado en las últimas décadas a poco más de 600 000. Las nuevas generaciones, además de subrepresentadas, oscilan entre el reformismo promercado y prodemocracia y el contrarreformismo autoritario y antimercado. Unos desconfían del gobierno de Raúl Castro por la lentitud y limitación de sus reformas; otros porque desean regresar a la “batalla de ideas” de Fidel Castro.
El retraso de la sucesión también conspira contra los objetivos inmediatos de la política de apertura hacia la Isla emprendida por Estados Unidos, Europa y la comunidad internacional. Esa política busca mayor autonomía de la sociedad civil y renovación generacional del máximo liderazgo del país. El mensaje que envía la dirigencia cubana es inquietante porque sugeriría que los Castro no pueden controlar un gobierno que no esté personalmente encabezado por ellos mismos.
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