Alberto Barrera Tyszka
No te preocupes, no te angusties. No va a pasar nada. Todo está bajo control. Este viernes el gobierno nacional, con la rapidez y la responsabilidad que lo caracteriza, instaló un “Estado Mayor para atender la emergencia por lluvias”. ¿Estás viendo? ¿Te das cuenta? Ya está listo. Cero ansiedad. Cero zozobra. Se acabó la incertidumbre y la desesperación. Ahora tenemos un órgano superior, jerárquico y militar, que va a combatir de manera eficiente y aguerrida el desorden de las nubes. ¡Menos mal que contamos con la Revolución!
Desde hace años, el poder se ha instalado en una lógica castrense que supone que la mejor manera de enfrentar los problemas de la realidad es nombrando a un comando extraordinario, una fuerza especial que evoca la eficacia bélica. Es una reacción instantánea, un reflejo casi en homenaje a Pavlov. Las neuronas del oficialismo también están uniformadas. Ante cualquier accidente, piensan de inmediato en la jerarquía, en la burocracia de los rangos y de las comisiones militares. Deberíamos tener una estadística puntual sobre esta forma de gobierno: ¿Cuántos Estados Mayores hay en el país? ¿Cómo ha sido su rendimiento? ¿Cuál es su eficacia?
El 27 de agosto del 2013, por ejemplo, el entonces Vicepresidente Arreaza anunció la creación del “Estado Mayor para el sector salud”. Casi tres años después, ¿qué podemos decir? ¿Cómo se puede evaluar su gestión? ¿Cómo están hoy los hospitales públicos? ¿Qué pasa con los insumos médicos y farmacéuticos?
Otros ejemplos: en 2014, el Presidente Maduro instaló el “Estado Mayor para el Abastecimiento”, un súperpoder que iba a combatir la escasez y la falta de bienes en el mercado ¿Hace falta ponderar cómo ha sido el desempeño de este cuerpo élite?
En enero del 2015, se decretó la existencia de un “Estado Mayor en contra de la guerra económica”. En agosto de ese mismo año, el “Estado Mayor eléctrico”, cuya invencible labor nos ha traído hasta el racionamiento diario de luz anunciado esta misma semana. En este 2016 ya se han sumado el “Estado Mayor para el sistema de precios” o el “Estado Mayor de Comunicación”, que sin duda tendrá el desafío de explicarnos muy bien qué carajo hacen todos los otros Estados Mayores del Estado venezolano.
He citado a unos pocos, pero de seguro hay muchos más. Algunos realmente sorprendentes y paradójicos, como el Estado Mayor para la Cultura, que según afirma el ministro se trata incluso de un “método” para convertir el despacho en un Ministerio Popular. Parece inverosímil que la creatividad y el discernimiento se sometan de manera voluntaria a una estructura militar, a un orden que se nombra a sí mismo con los términos de la identidad vertical del ejército. Ahí donde se impone la obediencia ciega, muere la diversidad.
¿Qué es un Estado Mayor? ¿Qué hace? ¿A qué se dedica? ¿Cuáles son sus resultados? ¿Alguien realmente lo sabe? Porque, al paso que vamos, ya falta poco para que Nicolás Maduro aparezca en cadena nacional anunciando la instalación de un “Estado Mayor Vinotinto”, para impedir que nuestra selección siga perdiendo en las eliminatoria mundialistas. O un “Estado Mayor Línea Final”, para tratar de que Pastor Maldonado termine alguna carrera. Así, muy pronto también, llegará la necesaria creación de un “Estado Mayor para el seguimiento y control de todos los Estados Mayores”.
En rigor, hay muchas más denuncias de ineficiencia o de corrupción que éxitos en alguna de las misiones asignadas. Los Estados Mayores terminarán convirtiéndose en un chiste, en un monumento a la estupidez, espacios pomposos e inútiles a la hora de administrar y gestionar la vida pública.
La famosa unión cívico militar parece hundirse en el pantano de la burocracia y de la corrupción. En estos tres años, tan llenos de Estados Mayores, su eficacia sin embargo ha sido la represión. Ahí sí actúan. Sin demasiadas palabras. Directamente. Como esta semana en el CNE. De eso se trata. Así se resume la historia. Los militares ponen los golpes. Los civiles ponemos las víctimas.
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