Editorial El Nacional
Los golpes de Estado, hasta donde nos enseña la historia, son movimientos sigilosos de los cuales se enteran únicamente quienes los quieren llevar a cabo. Están rodeados de misterios, de claves que solo manejan los que participan en su hermetismo para evitar la complicación de las delaciones y la cárcel. Sin embargo, la revolución roja-rojita los ha convertido en un espectáculo público, en un festín de novedades trasmitidas por televisión.
Algo semejante ha hecho desde hace tiempo el régimen con una cadena de supuestos magnicidios, repertorio de crímenes anunciados que no suceden jamás pero que no dejan de llamar la atención de un auditorio que al principio fue cautivo y entusiasta, pero que poco a poco se llenó de escepticismo hasta el punto de cambiar de señal, o de dejar de mirar los periódicos en cuyas páginas se pregonaba un delito mayúsculo que ni se convertía en parto de los montes, porque ni siquiera salía un ratón del bosque aparentemente poblado por energúmenos sedientos de sangre.
En estos días, el propio ministro de la Defensa se ha encargado de difundir la novedad sobre un movimiento cuartelario cuyo objeto es el derrocamiento de Maduro. El hecho de que la propia cabeza de las fuerzas armadas se ocupe de prender las luces de emergencia ante quienes lo quieran escuchar, le agrega un ingrediente grotesco a lo que divulga.
Las preguntas que produce una afirmación que es evidentemente insólita pueden ser interminables, pese a que forma parte de un repertorio ya viejo de patrañas y de prevenciones sin sentido.
Si viene un golpe y lo sabe el ministro, ¿por qué no lo detiene en seco, en lugar de echarlo al viento como pregonero de feria?; ¿desde cuándo los golpes se sofocan a través de un declaración frente a los micrófonos, que viene a ser como un curioso chivatazo que se lanza a los golpistas para que tomen las previsiones del caso?; si los golpistas están a mano, no en balde deben ser habitantes de la misma casa y miembros de la misma familia verde oliva, como ha sucedido desde que existe en Venezuela la llamada institución armada ¿por qué el absurdo rodeo?
Como el ministro no ofrecerá ningún argumento convincente frente a estas o frente a las otras preguntas que se puedan agregar, como no tiene nada que ofrecer en su apoyo que no sea la invención de un método novísimo contra las asonadas, una revolución creada por la revolución para acabar con las militaradas, solo podemos afirmar que, si de veras estamos frente a una salida violenta del régimen que parta del desconocimiento de la Constitución y de la convivencia republicana, no es otra que la constante participación del ministro en las deliberaciones políticas, sus habituales y cada vez más groseras intervenciones en asuntos que solo incumben a la sociedad civil y a la civilidad en general, sus ganas de batir el cobre en una sola dirección política que le está vedada por la ley, por las obligaciones de su profesión y por la decencia misma. Él es, por consiguiente, el padrino de los golpes.
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