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Enrique Viloria Vera
La conmoción que produce una obra de arte no es
única, la misma es un hecho plural de innegables impactos en diferentes
dominios del quehacer humano; es un hecho plástico que tiene
repercusiones inevitables en lo social, y sobre todo, en lo económico.
Indefectiblemente, la obra de arte plantea en quien la contempla, una
necesidad de comprensión, de interpretación, de significado, más allá
incluso de las razones – a veces inexistentes – que puedan o no habitar
en la intención del propio artista.
Esta búsqueda de explicaciones, de significados,
lleva incluso a muchas personas a una inevitable confusión entre valor y
precio. Recordemos, en este sentido, las conocidas anécdotas de Pablo Picasso cuando fue consultado, en momentos distintos de su vida y su creación plástica, acerca del sentido, del significado, de sus obras plásticas. Joven aún, en el Bateaux Lavoire en Montmartre,
tolerante, coqueto, seductor y entusiasta, al ser interrogado por una
fresca y atractiva mademoiselle acerca del significado de una de sus más
recientes obras cubistas, le respondió: “Ma belle, ¿ para qué quiere Ud. entender el canto de un pájaro?
Más tarde, ya senil, intolerante y cascarrabias, al ser nuevamente
consultado acerca del significado de uno de sus cuadros, esta vez por
una dama ya no tan bella, fresca y agraciada, le respondió un tanto
hastiado: “Chère Madame, eso, eso significa un millón de francos”.
En
efecto, continuamente entre coleccionistas, galeristas y críticos de
arte se emiten conceptos, en apariencia disímiles y contradictorios,
acerca de cuál es el valor intrínseco de una obra de arte.
Los
críticos, desde su perspectiva analítica, reivindican la exclusiva
dimensión plástica, los galeristas, desde su punto de vista comercial,
enfatizan su valor económico en el mercado, y muchos coleccionistas se
muestran orgullosos del reconocimiento social, expresado por amigos,
familiares y allegados ante la posesión de la obra de un determinado
artista.
En nuestro criterio, tanto el dicente epígrafe del poeta Machado como las irónicas respuestas del maestro Picasso, nos conducen a señalar que la obra de arte tiene diversos valores,
en la medida en que es expresión de un conjunto de variables, de
percepciones, que lejos de divergir deben integrarse en la consideración
del valor final de la propia obra de arte,
A
los fines de una mejor comprensión de esas facetas, aspectos o valores
reconciliables de la obra de arte, proponemos tres dimensiones que
permiten aprehender y evaluar mejor los productos de la creación visual.
1. LA DIMENSIÓN PLÁSTICA
La
dimensión plástica de una obra de arte contemporánea, a diferencia de
los criterios plásticos vigentes hasta las postrimerías del siglo XIX,
se asienta ahora sobre su capacidad de conmoción e innovación, sobre su
novedad y diferenciación, y no más en los exclusivos criterios de
belleza formal, helénica o renacentista. En efecto, en la actualidad una buena obra de arte es aquella que aporta algo distinto, que añade un valor en la evolución de la historia del arte.
La ‘novedosidad’ se erige así en criterio plástico contemporáneo, aunque no necesariamente todo lo nuevo es bueno. Las
nuevas propuestas plásticas han llevado incluso a valorar tanto lo
simple o esquemático del minimalismo, lo deleznable y marginal del arte
pobre, lo desechable y espurio del arte efímero, la obviedad y
elementalidad de las instalaciones, como, cada vez con más frecuencia,
las propuestas plásticas realizadas con el auxilio de medios
electrónicos: el video arte, el arte digitalizado en computadora, la
fotografía tradicional o digital. El podio y el caballete, el óleo, la
acuarela y el pastel, el lienzo y el papel dibujado o grabado, el
bronce, la madera y el barro quedaron para otros tiempos dicen mucho de
los críticos más contemporáneos y entendidos, aun cuando lo cierto es
también que el fastidio y la repetición de las nuevas expresiones vienen
propiciando un renacer, una nueva valoración de la pintura, el dibujo y
la escultura tradicional.
En fin, esta
valoración plástica está en cabeza y apreciaciones de la crítica
profesional y de las instituciones especializadas. La aceptación en
salones o bienales de arte de reconocida importancia, los premios y
menciones recibidos, las exposiciones en museos de prestigio o en
connotadas galerías de arte, la incorporación de la obra a museos o a
colecciones públicas o privadas de alta significación, su ubicación en
espacios cívicos o corporativos, los libros y comentarios escritos en
periódicos y revistas especializadas acerca de la producción plástica de
un artista, constituyen, sin dudas, un índice, un indicador, y nunca un criterio seguro y suficiente, acerca del valor plástico de la obra de un determinado creador plástico.
2. LA DIMENSIÓN ECONÓMICA
Si
bien es innegable el valor esencial y trascendente de una obra de arte
es el plástico, no por eso es posible dejar de reconocer que en la
actual sociedad capitalista de consumo, la obra de arte es también un
objeto comercial, un valor de cambio.
Una
obra de arte, en nuestra economía mercantil, debe poder ser traducida
en moneda, tener un precio, una cotización en ese incierto e
imprevisible mercado del arte. Esta dimensión económica de la obra de
arte está en manos de los galeristas comerciales, en la iniciativa y
poder de venta< de los llamados marchands, en la
convocatoria y profesionalismo comercial de las grandes casas de subasta
nacionales e internacionales, a ellos corresponde la génesis, el
origen, de esta hoy inevitable valoración económica.
Invariablemente,
aunque no sea norma aplicable a rajatabla, detrás de cada buen artista
encontramos un buen galerista, y más en nuestros días cuando la
división del trabajo, el sentido de equipo, la profesionalización tanto
de la creación plástica como de la comercialización de la obra de arte
amerita, exige, de gentes conocedoras de su oficio. Ambos, tanto el
artista como el galerista, pueden entonces, cada uno, concentrarse en su
disímil oficio, sin indebidas distracciones de su quehacer y sin
distorsión de sus respectivas vocaciones: creadora una, comercial la
otra; cuando esta relación entre artista y galerista es de mutua y
genuina colaboración, pueden, en consecuencia, erigirse en genuino
binomio de mutuo valor añadido.
Sin embargo, como decía el poeta español Antonio Machado
en el epígrafe: no se puede confundir valor y precio; aunque
reconozcamos explícitamente el inevitable valor económico de una obra de
arte, no debemos asimilar unívocamente valor y precio. Dicho de otra
forma, no necesariamente la obra de arte más cara es la mejor.
3. LA DIMENSIÓN SOCIAL
Por último, es conveniente también aceptar que una obra de arte, además de constituir un valor de cambio, posee igualmente un valor de uso. Buena
parte, por no decir toda, de este tercer valor de la obra plástica está
en manos de los coleccionistas, en la disposición del público, del
ciudadano común para tenerla en sus hogares y oficinas otorgándole un
aprecio, en este caso absolutamente social. Este valor se expresa
entonces en casas, jardines, paredes, pedestales, mesas, computadoras
personales, en fin, en espacios reales o virtuales que los
coleccionistas ponen a disposición de la obra del artista plástico de su
preferencia.
Una obra de arte se completa
con el contacto con el espectador, con el dialogo con el público;
amerita de ser explorada por otros ojos distintos al del artista, el
crítico y el galerista, de lo contrario, corre el riesgo de no ser nada,
de permanecer anónima, de morir abrazada por las llamas de la
perfección neurótica, tal como le ocurrió al artista de marras en la
conocida novela de Honorato de Balzac.
En fin, una obra de arte requiere del orgullo de quien la posee, de la pasión de su propietario; por ella - recordemos a Albert Camus
- se puede matar o robar, se puede morir por tenerla o conservarla, o
también se puede guardar por siempre, ocultándola del ojo ajeno, en un
privilegiado y modesto closet, convirtiéndola en objeto de paranoica
devoción y desquiciadas reverencias.
En todo caso, podemos afirmar que no
necesariamente la obra de arte más difundida entre los coleccionistas,
la de mayor aceptación social, es necesariamente la mejor.
En
fin, en coherencia con lo expuesto, podemos concluir que el valor de la
obra de arte es múltiple e integral. La mejor obra es, inequívocamente,
aquella capaz de equilibrar las dimensiones o variables anotadas,
generando conmociones, emociones y sorpresas permanentes que se traducen
en crecimiento, en aprendizaje, en aumento de la sensibilidad en el
sujeto que la transforma en objeto de su apreciación.
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