En: http://www.lapatilla.com/site/2012/07/14/karl-krispin-cambalache/
Karl Krispin
Durante la presidencia de Luis Herrera Campíns algún funcionario ingenioso decidió poner a los malandros a barrer las calles de la ciudad con un lindo cartel que los identificaba: “Soy azote de barrio”. En seguida saltaron las plañideras y los defensores de los derechos humanos a protestar aquello. Hoy los pranes gozan de todo tipo de comodidades en las cárceles y se dan el tupé de recibir llamadas de los altos funcionarios, como ha quedado negociado en las últimas revueltas. Las calles siguieron polvorientas y hasta maltrechas con un nuevo tipo de depredador urbano que está acabando con los espacios públicos: el grafitero. Recientemente se han dado a la tarea de violentar el patrimonio público y nadie los detiene. Buena falta haría que los pusieran a pintar los espacios que ellos mismos destruyen. De paso, los garabatos que malescriben son el signo de sus manadas porque desconocen todo emprendimiento individual. El contralenguaje es la identificación de la pandilla oculta bajo unas indescifrables pintadas que ostentan sólo vacuidad. Estos vándalos adicionalmente pueden ser bachilleres ya que unos pedagogos socialistas, alentados por la gran confraternidad universal de los derechos a toda costa, han resuelto que ni en la primaria ni en el bachillerato se puede aplazar a nadie ya que sale una señora muy retrecherita ella de apellido Lopna a poner en su sitio a los atrevidos profesores que osen suspender a sus pupilos. Entonces, las universidades se llenan de analfabetas funcionales y muchos de ellos obtienen, vaya usted a saber cómo, un título y un porvenir tan ilusorio como el de los mesiánicos y vendebiblias.
“Que el mundo fue y será una porquería ya lo sé”, escribía a quien llamaban Mordisquito, Enrique Santos Discepolo, para un tango que seguimos escuchando con devoción y versionado por tantos: el indiscutible Cambalache que canta un mundo al revés. Si Discepolo resucitara en nuestro país, no cabría en su goce temático porque aquí “no hay aplazaos ni escalafón” (Ni hablar si lo hace en su Argentina peronista). Por ejemplo, comunicarse con algún gerente medio que ha obtenido el nombrado título es una tarea epopéyica. Jamás están, pululan colectivamente en una cosa que llaman reunión y que sirve para que nadie conteste las llamadas. “El doctor está reunido” te dice alguna TSU con ínfulas y sabes que lo primero que ha hecho es mentirte porque el fulano no es doctor porque ninguno tiene un doctorado. En esas reuniones nadie se está prestando atención con todos pendientes de los mensajes despachados a los pines. Nunca como en este tiempo se ha convertido en proeza que nos miremos con naturalidad al rostro: aquel que carga con el BB está descifrando la epifanía de su pantalla. Y no es que se estén comentando precisamente la última proeza en la búsqueda del bosón de Higgs.
No sé a quién creerle cuando me dicen que mi país es el país de la gente más feliz del mundo o que siempre está en el último puesto de algún reporte sobre competitividad o emisión de gases de efecto invernadero que redactan en Saskatchewan. Porque Venezuela es un cambalache tal que hasta nos niegan la patria a los que no nos hayamos carnetizado en un partido en el que todas las decisiones llevan la marca de una CH por delante. Pero para garantizar algún optimismo sobreviviente, un carburante negro sigue fluyendo a pesar de que sus administradores han hecho todo por secarlo y acabarlo. Por más locuras y problemas inagotables, de aquí nunca nos iremos por más que nos lo griten los de la letra CH. Además de que esa letra ya no es tal, ni siquiera existe según nuestra querida y denostada Real Academia, y ahora está guarecida en la letra C. Si el siglo XXI nos trajo el coletazo “problemático y febril” del anterior, dentro de poco sabremos enderezar nuestros entuertos. En octubre cambio Ch por C y salgo ganando.
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