ASDRÚBAL AGUIAR | ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
Mariano Picón Salas y William S. Robertson recrean los sucesos de aquella circunstancia, que por obra de un sino se le repite al encolerizado Bolívar - quien desplaza hacia su jefe la culpa propia y su humillación al perder la plaza de Puerto Cabello. En Bogotá, hacia 1828, nuestro Libertador bebe de la misma hiel en una hora en la que es víctima igual de la conjura y debe esconderse bajo un puente.
Todo ha lugar, justamente, luego del desmoronamiento de nuestra Primera República, obra de los "padres fundadores" de levita, en su mayoría intelectuales de la Universidad Central, quienes en Congreso General nos otorgan, en 1811, la primera Carta de Derechos del Pueblo, un 1ro. de julio; el Acta de Independencia, el 5 de julio; la primera Constitución, el 21 de diciembre; y el decreto sobre libertad de prensa. Se trata de una república de derechos y garantista, con poderes públicos limitados, balanceados y desconcentrados federalmente, según el modelo que más tarde tacha el Libertador desde Angostura, en 1819, llamándolo "república de santos".
Las palabras de Bolívar son la medida del parte aguas que provoca su traición de La Guaira. "Sólo la democracia, en mi concepto, es susceptible de una absoluta libertad; pero ¿cuál es el gobierno democrático que ha reunido a un tiempo, poder, prosperidad y permanencia?... Cuanto más admiro la excelencia de la Constitución Federal de Venezuela, tanto más me persuado de la imposibilidad de su aplicación, a nuestro Estado", afirma, antes de prevenirnos sobre la tutela militar que habremos de padecer en lo sucesivo: "Los libertadores de Venezuela son acreedores a ocupar siempre un alto rango en la república, que les debe su existencia".
Francisco de Miranda, actor e hijo de las revoluciones americana y francesa del siglo XVIII que aseguran los derechos y libertades como previas al poder constituido y determinan que este ha de dividirse como garantía de los primeros, es, en efecto, víctima de la frustración de su subalterno. Simón Bolívar apresa y desconoce a su jefe por convencido de que sólo la "guerra brava" es capaz de vencer a los realistas, como lo cuenta Picón. Miranda no es capaz de ello. Y aquél, en contrapartida, se declara discípulo de la república romana: "La constitución romana es la que mayor poder y fortuna ha producido... todos participaban de todos los poderes", dice desde la misma Angostura.
Sea lo que fuere, a dos centurias de "la madrugada triste", como la llama Picón Salas, queda el recuerdo aciago del momento de La Guaira, cuando es despachado hacia el exilio y la muerte el más universal de los americanos. La historia se parte en dos. Queda atrás nuestra obra constitucional de civilidad y la secuestra el "gendarme necesario".
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