Tuesday, June 11, 2013

El caso de Wagner, otra vez

En: http://www.eluniversal.com/aniversario-104/130611/el-caso-de-wagner-otra-vez

ANDRÉS MATA OSORIO| EL UNIVERSAL
martes 11 de junio de 2013 12:00 AM


A Gabriela Montero por Ex Patria...

PRIMER TEMA: MÚSICA Y ASESINATO



En Stuka, la película de propaganda nazi estrenada en 1941, un melancólico y fatigado piloto de bombardero se cura cuando una adorable enfermera de su sanatorio lo lleva al Festival de Bayreuth a escuchar El Ocaso de los Dioses. El efecto no se hace esperar. radiante de júbilo y caminando con brío, el piloto parte a descargar su explosiva artillería sobre Grecia y los Balcanes. (En tres generaciones, los alemanes han pasado de bombardear Grecia a brindarle rescate financiero para ayudarla a paliar su deuda). El Stuka (Der Sturzkampfbomber) desataba terror sónico entre sus víctimas. Una sirena pesada e inútil desde el punto de vista militar se instalaba en la nariz del avión a fin de intimidar a las tropas en tierra y a los civiles en su rápido descenso para soltar su carga explosiva. En el filme, tanto la música de Wagner como las sirenas desatan la euforia de los bombarderos en las alturas mientras acometen su mortal tarea.

La mala utilización, bajo la égida del Estado, de un legado musical para aupar o intensificar la violencia no es ninguna novedad. Históricamente, el llamado melódico a la oración ha sido de vez en cuando el exhorto estridente para matar. En la década de los noventa, los líderes hutu en Ruanda entonaban cantos mientras asesinaban a sus conciudadanos, los tutsi. Un informe de la Asociación de Médicos por los Derechos Humanos da cuenta de la manera en que esto tuvo lugar: "... los hutus... empleaban el siguiente método para matar: machetes massues (garrotes tachonados con cuchillos), hachas pequeñas, cuchillos... A muchas víctimas les cortaban el talón de Aquiles con machetes cuando huían, para inmovilizarlas y rematarlas... En 1994, en apenas seis meses, fueron masacrados unos 800.000 tutsis". Fue una guerra civil genocida, al ritmo de la música tribal. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas reconoció oficialmente como genocidio esta serie de atrocidades cometidas en 1994.

En el museo Gliptoteca de Munich, hay un gran relieve en un muro que conmemora un momento clave en el torneo de gladiadores auspiciado por el Estado. En el extremo izquierdo del relieve, músicos de pie alzan con la mano derecha a la altura de sus labios grandes instrumentos parecidos a trompetas. Es posible variar la tonalidad de los cuernos de metal por medio de un pasador colocado sobre los agujeros en el tubo central que los intérpretes pueden halar hacia atrás y hacia delante con una cuerda.

El historiador de arte y arqueólogo Raimund Wünsche, describe el momento dramático representado en esta obra inmensa: "Uno de los gladiadores ya no puede luchar más. Se tumba en el suelo y mira hacia el patrocinante o árbitro de la cruenta competencia: de la decisión que ellos tomen depende su vida. El gladiador victorioso también aguarda la señal y mira hacia el mismo sitio, con la espada en alto, en anticipación al golpe de gracia". Los músicos también esperan. Su cadencia adornará e intensificará el momento, sea de redención o aniquilación inmediata.

SEGUNDO TEMA: MÚSICA PROHIBIDA Y VOCES ENMUDECIDAS

La película Stuka forma parte de lo que Theadore Adorno halló tan inaceptable en lo que calificó como "el legado ideológico de Wagner" como fue utilizado en el Tercer Reich. Ya para 1937 Thomas Mann había declarado: "el espíritu alemán era todo para Wagner, el Estado alemán nada". A tan temprana fecha en la historia del régimen ya lamentaba el mal uso hecho del "gran fenómeno que era Richard Wagner" por los propagandistas del Estado. A pesar de las afirmaciones de Mann, Wagner ciertamente no era enteramente apolítico. Al igual que la mayoría de los compositores del Siglo XIX, Wagner fue arrastrado por las nuevas olas de nacionalismo revolucionario. Consideraba que sus dramas musicales, sus obras de arte totalmente envolventes, contribuirían a crear una nueva consciencia germana en Europa. Históricamente, la música ha servido siempre para inflamar las pasiones colectivas. La obra de Verdi cumplió una función cultural fundamental en la unificación de Italia. La interpretación de una ópera de Daniel Auber, Masaniello, el 25 de agosto de 1830, desató los disturbios que desencadenaron la revolución de independencia belga, la cual trajo como consecuencia la expulsión de los daneses (Amour Sacré de La Patrie!). Quien haya asistido al estreno mundial de la obra de John Adams sobre la destrucción de las Torres Gemelas, La transfiguración de las almas, pudo palpar la ira y el pesar colectivos que solo la música, inclusive una marcha fúnebre secularizada, puede evocar en una multitud de 3.000 oyentes.

Lo más trágico que encontró Adorno en la herencia ideológica wagneriana fue la manera en que los nazis emplearon algunas de las ideas de Wagner en torno a la pureza racial germana como justificación de las políticas públicas genocidas del Holocausto. Por tal motivo, en Israel sigue prohibiéndose la música de Wagner pese a los insistentes empeños del maestro Barenboim. Wagner fue un músico y poeta genial, aunque también un racista fanático. Compuso varios tratados incendiarios, tales como El judaísmo en la música. Algunos críticos, como Paul Lawrence Rose, detectan estereotipos raciales en ciertos personajes clave en las óperas. La obra de Wagner resalta un principio estético perturbador: pueden crearse obras de arte sublimes, tanto desde un odio profundo como desde un amor apasionado. La tragedia de Esquilo, Los persas, es otro ejemplo de esto. Después de haber combatido en la Batalla de Maratón, el poeta escribe una obra que elucida líricamente los sueños personales del Rey Darío, quien había luchado para destruir todas las grandes ciudades-estados griegas.

Los nuevos gerentes del Festival de Bayreuth reconocieron el verano pasado la herencia homicida que está inherente en el uso erróneo del legado de Wagner, en una impresionante exposición al aire libre en los jardines externos del Teatro. Lleva por nombre Verstummte Stimmen (Voces enmudecidas).

La exhibición constaba de más de 100 lápidas de aluminio, en las cuales se apreciaban, grabados en letras negras, los nombres de músicos, cantantes y otros que habían trabajado en el Festival de Bayreuth y cuyas vidas fueron cercenadas por las políticas genocidas del régimen nazi. Los ejemplos abundan e incluyen a la cantante Ottilie Metzger-Lattermann, quien interpretó varios papeles durante el festival de verano y fue asesinada en Auschwitz; el violonchelista Lucian Horwitz (Auschwitz); el violinista Paul Fischer (Auschwitz); el cantante Richard Breitenfeld (Theresienstadt) y pare usted de contar. Tantos nombres escritos en metal evocan la otra lista de nombres inscritos en las nuevas cataratas monumentales del World Trade Center Memorial en el Bajo Manhattan.

La exposición de Bayreuth representa años de investigación archivológica y demuestra fehacientemente la manera en que una sociedad abierta y democrática asume su pasado cara a cara. Los gerentes del festival merecen una felicitación por tener el coraje y la visión moral de exponer las pasadas atrocidades a la luz del día a modo de recordatorio y advertencia a las generaciones futuras sobre lo que el Homo sapiens es capaz de hacer a sus congéneres.

RECAPITULACIÓN Y DESARROLLO: LA MÚSICA DE WAGNER Y EL CORAJE SOÑAR

Los dramas musicales de Wagner han inspirado a muchos otros artistas y políticos. Por ejemplo, el novelista británico D.H. Lawrence inició su carrera con una novela, obsesionado con los temas wagnerianos. Las obras mitológicas de George Bernard Shaw indican un profundo conocimiento de los dilemas wagnerianos. Hasta Joseph Conrad configuró una novela breve, La laguna, sobre la trama y la atmósfera de Tristán e Isolda. La lista continúa: Virginia Wolf, Gabriele D´ Annuncio, Pio Baroja, T.S. Eliot, Thomas Mann, Thea Von Harbou, Anselm Kiefer...

La prohibición israelí a la música de Wagner es irónica, dado que el fundador del moderno movimiento sionista, Theador Herzl, concibió la idea de diseñar el plan del nuevo Estado judío durante una interpretación de Tannhäuser. Herzl se identificó con el bardo exiliado que no podía encontrar un hogar ni en la gruta de Venus ni en la Ciudad del Vaticano. En sus diarios de París de 1895, observa que la música de Wagner (Tannhäuser en particular) siempre tuvo un efecto liberador: le dio el coraje de soñar y esperar un futuro mejor. El segundo Congreso Sionista se inauguró con piezas de este drama musical. Herzl escribió en 1895 que solamente cuando no había funciones de Wagner ponía en duda el éxito de su visión nacionalista, delineada en El Estado judío.

Herzl escribió: "El sueño y la realidad no son tan distintos como muchos piensan. Todas las hazañas del hombre primero son sueños y al final vuelven a ser sueños". Con la ayuda de la música de Wagner, se atrevió a soñar con una patria floreciente, surgida del desierto, lejos del tradicional odio racial de la Europa imperialista.

En su más histórica y dramática manifestación, la música acompañará siempre los sueños y pesadillas más profundos de nuestra especie atribulada y quizá suicida. Como precisa una vieja conseja alemana: "la música puede maldecir y la música puede bendecir".

CODA

De vuelta al relieve romano de los gladiadores: ha llegado la hora de la verdad. Según el ultimátum de una multitud dividida, el maestro de los juegos concederá indulgencia con honores por una contienda librada en buena lid o satisfará la sed de sangre del colectivo con la orden de la ejecución instantánea. ¿Cuál es el papel que desempeñan las largas trompetas con sus tonos inevitablemente graves? ¿Ayudan a obliterar las consciencias individuales de tal manera que la mayoría se deleite aún más en un paroxismo intoxicante e irreflexivo, revelando así el pánico jubiloso de formar parte de una horda letal? ¿O acaso la música limpie el veneno de los corazones y despierte empatía por la vida del prójimo? En todos los terrores de la historia, la música ha hecho las dos cosas. ¿Acaso esa música antigua llegaba a la asesina corteza inferior de nuestro cerebro reptil o a la tranquila corteza frontal de nuestra mente contemplativa? El relieve romano guarda silencio; no dice qué tipo de música se tocaba en esa tarde remota, extraviada en el tiempo.

Una de las cardinales obras en prosa de Wagner nos obliga a elucubrar de nuevo: ¿Cuál será la música de nuestro futuro?

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