Fausto Masó
15 Junio, 2013
Maduro perdió el instinto de conservación, le echa gasolina al fuego, se comporta como quien no tiene los pies sobre el suelo, provoca una sublevación de los estudiantes con sus declaraciones; cada vez que abre la boca radicaliza la rebelión estudiantil, echa sal a la herida, convence a los universitarios de una verdad que hasta ahora se resistían a ver: el chavismo pretende destruir las universidades, las considera un obstáculo para su proyecto, el sostén de una cultura no chavista.
Ningún precio del petróleo alcanzará para sostener una burocracia tan desmesurada, un conjunto de empresas que pierden millones de bolívares y dólares, una ayuda al extranjero dispendiosa. Chávez requería que el precio del petróleo subiera sin cesar, no le bastó cuando llegó a 20, 40 o 140 dólares, el socialismo del siglo XXI necesita que pase de 150 dólares y más tarde que sobrepase los 200 dólares. Está ocurriendo lo contrario, el barril baja de precio, sólo queda pedir prestado.
A escondidas, Maduro tendrá su apertura petrolera con los chinos, sólo que también está provocando el alzamiento nacional con sus insultos a estudiantes y profesores. Su actitud recuerda el viejo dicho de que Dios ciega al que quiere perder. ¿Qué le costaba iniciar un diálogo? Lo hará más temprano que tarde, cederá ante la protesta, demostrará su debilidad. Maduro, igual que Chávez, supone que las universidades son un obstáculo para su proyecto político.
El viraje a la derecha, la sensatez financiera, se le impone fatalmente al Gobierno, sólo que no basta con desayunar con Lorenzo Mendoza, volver al dólar permuta, abandonar la visión enloquecida de Giordani. Estos pasos alivian al Gobierno, pero se necesita privatizar las cementeras, descentralizar Corpoelec, etc., reemplazar la cháchara del socialismo del siglo XXI e impulsar un capitalismo con rostro humano y democrático, un capitalismo como lo hay en otras partes del mundo que le concede un lugar a la empresa privada sin olvidar la justicia social, incluyendo a los olvidados.
A Maduro le falta equipo para iniciar un giro político, y además un chavismo radical, ruidoso pero bien armado, quiere obligarlo a continuar en un rumbo suicida. Maduro sabe que las cuentas no cuadran; comete, además, un error grave, ignora que los estudiantes ponen y quitan gobierno; la juventud no teme a las balas de goma, ni a las de verdad.
El tiempo y la confusión trabajan contra Nicolás Maduro.
El hambre, el desempleo, la pérdida de poder adquisitivo de los pobres, la falta de trabajo en empresas modernas, lo colocan contra la pared.
Todavía sigue despilfarrando los recursos. El que vaya por la autopista del centro hasta Maracay verá enormes invernaderos sin nada sembrado; invernaderos semejantes en el sur de España producen lo suficiente para alimentar a media Europa, manejados, claro, por empresas privadas eficientes. Viajar por Venezuela es hacer un tour entre ruinas, fincas abandonadas, fábricas herrumbrosas, ciudades destartaladas, monumentos y calles en ruinas.
¿Cómo los estudiantes no van a querer salvar las universidades? ¿Leyó Maduro a Mao? Olvida que una chispa puede incendiar una pradera.
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