Alberto Franceschi
10 Junio, 2013
Todo lo que puede ocurrir ocurrirá si no hay ya otra alternativa, podríamos decir parafraseando la famosa ley de Murphy.
Ante un gobiernito al borde del abismo y una oposición formal bajo la anodina dirección del señor Capriles que le extiende un cheque en blanco a Maduro hasta diciembre con las elecciones municipales como meta y más allá, dada la ausencia absoluta de una estrategia que confronte el caos nacional, mientras trata solo de convencernos, cual defensor acérrimo de la cohabitación con Maduro que ni se lo agradece, sobre que no hay más alternativas que las que le concede tramposamente la institucionalidad chavista, difícilmente puede vislumbrarse una salida distinta a la gravísima situación nacional a la de una obligada, mas no deseada, irrupción del Ejército en el escenario político.
Y la razón para ocupar ese escenario es que toda esta crisis se hará explosiva, de lo cual el signo predominante será la anarquía de la vida pública que está en curso. Ya nada puede evitarlo si todo se corrompe y se disocia a velocidad de vértigo.
O bien el ejército se ocupa del poder, o la dislocación del poder terminará arrasando también con la disciplina de los cuerpos armados, que empezarían a actuar cada cual según los intereses de la cúpula corrupta que los dirija. Ello equivale a la disolución del Estado Nacional Venezolano tal como lo hemos conocido por dos siglos.
Nuestras tribulaciones que se acumularon desde hace por lo menos 30 años y se multiplicaron en estos últimos 14 con la peor suerte posible, primero bajo la influencia y luego sumisos a la tutela de uno de los peores regímenes del mundo, el castrismo chulo, que ofende el gentilicio cubano, hizo ya toda su tarea con sus pútridos burócratas, especialistas en maniatar, paralizar, reventar, robarse todo y hacer ineficiente todo para terminar convirtiendo toda una nación en una manada de imbéciles manejables como un rebaño, resignados a padecer los efectos de una ideología de pacotilla de Estado, que para peor ensañamiento rinde tributo cotidiano a los causantes de esa desgracia histórica.
Este régimen chavista no es reformable porque bajo su auspicio degeneró el Estado venezolano y solo otro régimen de orden y desarrollo de las fuerzas productivas puede sacarnos de este marasmo, previa una inteligente transición, no necesariamente basada en la gestión de partidos de la “cuarta o de la quinta”.
El Estado sobrevivirá, pero debe detener su marcha hacia el abismo donde operan todas las fuerzas centrifugas para hacerlo naufragar, bajo el imperio de la anarquía de sus altos funcionarios, robando a manos llenas, mientras a la masa de dependientes que ejercen a desgano las funciones para servicio público, llevan a los “vivos” al vicio de la matraca masiva y al resto, a quienes humillan con salarios indignos, a buscar otra entrada, otra “chamba” “matando tigres” para mantener a sus familias cada vez más precarias, sitiadas por las privaciones.
Habiéndose desvencijado las instituciones, disminuido los partidos, los sindicatos y hasta los gremios privados y solo hacerles cumplir un papel irrisorio, salvo lo que pueda seguir haciendo el PSUV como maquinaria partidista de destrucción del Estado , nada sirve ya para convertirlo en eje sólido y duradero del necesario reajuste institucional profundo , para reconstruir el Estado nacional, su economía y sus equilibrios sociales, que equivale a restituir la concordia entre los venezolanos y su salud mental colectiva.
Por eso nuestros dilemas de hoy, YA AGOTADO el modelo chavista bajo Maduro, es la instauración de un nuevo régimen con las FFAA como eje.
Ya habrá tiempo y sobre todo condiciones favorables para reconstruir un régimen de esencia y forma democrática.
O presenciamos indolentes la caída en la disolución y la anarquía o damos apoyo activo a un fuerte viraje de convergencia hacia el orden y la seguridad personal y jurídica, que anularía el estado de anarquía, lo que lleva implícito, mínimo, volver a la producción del campo y de las industrias, la moneda estable y el repudio a la intoxicación ideológica que tiene paralizado este país.
La única institución que puede garantizar ese complicado gran cambio son las FFAA y particularmente la oficialidad del Ejercito, quienes deberán como primera tarea depurarse de tanto traficante que en sus cúpulas constituyen el primer factor de complicidades con este régimen fracasado y en bancarrota, para poder así recuperar la confianza perdida, su antiguo prestigio y asumir las demandas de la sociedad para sacarla de este marasmo.
La llamada oposición debería empezar por tomar conciencia que sus esperas infinitas, en soluciones dentro de la institucionalidad de este régimen de oprobio cubano, solo pueden hacerlas quienes viven de la política dentro de este régimen, o son gente muy bien pagadas, por factores interesados en que todo siga igual, aunque el país y la inmensa mayoría de sus ciudadanos se arruinen cada día más.
Por nuestra parte y con énfasis no hay dudas: LA SOLUCION A LA CRISIS VIENE DE LAS FFAA, para reconstruir la democracia sobre nuevas bases.
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