ROBERTO GIUSTI| EL UNIVERSAL
martes 18 de junio de 2013 12:00 AM
Aunque pueda sonar a paradoja a Nicolás Maduro su trascendente paso de reconciliación con la Iglesia, nunca le cupo mejor aquel viejo refrán según el cual "la necesidad tiene cara de hereje". Y decimos paradoja porque la herejía que está en juego, hoy por hoy, no es la continuada y sistemática que el régimen chavista encarnó a lo largo de los últimos catorce años, pregonando un cristianismo de "nuevo tipo", adaptado a las necesidades políticas del caudillo desaparecido, en un fallido intento de recrear un culto, con adiciones efectivamente heréticas, donde él y nadie más, encarnaba el mensaje y legado del Redentor. Una suerte del Antonio Conselheiro de la Guerra del Fin del Mundo dotado de un poder infinitamente superior.
La herejía, consiste, entonces, en renegar de la disidencia religiosa que encabezara "mi padre", quien con voz tronante descalificara, hasta el cansancio, a la Iglesia Católica y a sus representantes en Venezuela con encendidas arengas subidas de tono ("los obispos tienen el diablo bajo la sotana") impulsado ahora por la bendita necesidad política. Así, "el hijo" decide evadir la retórica condenatoria y de paso echa por la borda todos los sincretismos del pasado reciente, despojándose de ceremonias yoruba, piaches, santeros y santones, ritos precolombinos, sacerdotisas mayas al estilo de Rigoberta Menchú y el Che Guevara (supremo sacerdote de la metafísica marxista), tan invocados en los meses anteriores al deceso del caudillo, para entrar por el aro del Vaticano en un día tan señalado como el de ayer lunes 17 de junio.
Signos evidentes de que el más ilustre venezolano seguidor de las enseñanzas de gurú indio Sai Baba ha comprendido que está al frente de una estructura débil y que sus esforzadas imitaciones del caudillo serán siempre una farsa si la actuación no se escenifica sobre estable y sólido piso de gobernabilidad. Sabe que hacia adentro y hacia fuera el mito de la supuesta democracia venezolana hace agua y necesita, urgentemente, una inyección de legitimidad. Y allí está, haciendo cola, para ser recibido por el Papa en un hecho que debe obligarlo a ceder en materia de derechos humanos (liberación de los presos políticos o de algunos de ellos, así como el regreso de todos o de algunos de los exiliados). Negación esta, también, de quien ha dicho "fue el más cristiano de los presidentes venezolanos".
Pero los puentes no se tienden sólo hacia la tan vituperada Iglesia Católica. La distensión es con el imperio "intervencionista" y con "la burguesía apátrida". Claro, el círculo no se cerrará hasta que "el hereje" comprenda cuál es su necesidad vital: reconocer, escuchar y acatar el mandato de más de la mitad de los venezolanos que, hasta el momento, para él no existen.
La herejía, consiste, entonces, en renegar de la disidencia religiosa que encabezara "mi padre", quien con voz tronante descalificara, hasta el cansancio, a la Iglesia Católica y a sus representantes en Venezuela con encendidas arengas subidas de tono ("los obispos tienen el diablo bajo la sotana") impulsado ahora por la bendita necesidad política. Así, "el hijo" decide evadir la retórica condenatoria y de paso echa por la borda todos los sincretismos del pasado reciente, despojándose de ceremonias yoruba, piaches, santeros y santones, ritos precolombinos, sacerdotisas mayas al estilo de Rigoberta Menchú y el Che Guevara (supremo sacerdote de la metafísica marxista), tan invocados en los meses anteriores al deceso del caudillo, para entrar por el aro del Vaticano en un día tan señalado como el de ayer lunes 17 de junio.
Signos evidentes de que el más ilustre venezolano seguidor de las enseñanzas de gurú indio Sai Baba ha comprendido que está al frente de una estructura débil y que sus esforzadas imitaciones del caudillo serán siempre una farsa si la actuación no se escenifica sobre estable y sólido piso de gobernabilidad. Sabe que hacia adentro y hacia fuera el mito de la supuesta democracia venezolana hace agua y necesita, urgentemente, una inyección de legitimidad. Y allí está, haciendo cola, para ser recibido por el Papa en un hecho que debe obligarlo a ceder en materia de derechos humanos (liberación de los presos políticos o de algunos de ellos, así como el regreso de todos o de algunos de los exiliados). Negación esta, también, de quien ha dicho "fue el más cristiano de los presidentes venezolanos".
Pero los puentes no se tienden sólo hacia la tan vituperada Iglesia Católica. La distensión es con el imperio "intervencionista" y con "la burguesía apátrida". Claro, el círculo no se cerrará hasta que "el hereje" comprenda cuál es su necesidad vital: reconocer, escuchar y acatar el mandato de más de la mitad de los venezolanos que, hasta el momento, para él no existen.
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