Tuesday, June 18, 2013

El nuevo despotismo

En: http://www.eluniversal.com/opinion/130618/el-nuevo-despotismo

RICARDO COMBELLAS| EL UNIVERSAL
martes 18 de junio de 2013 12:00 AM
Alexis de Tocqueville, el clarividente pensador, teórico de la democracia par excellence, antevió en las páginas finales de su célebre obra sobre La Democracia en América los peligros de la excesiva presencia del Estado en la sociedad civil, con sus consecuencias en la restricción de las libertades y el florecimiento de un nuevo tipo de servidumbre humana, en la cual el hombre entrega al Estado la responsabilidad de la satisfacción de sus aspiraciones y necesidades más fundamentales. La profunda reflexión de Tocqueville en torno a la nueva modalidad de despotismo, el moderno despotismo estatal, identificado con el igualitarismo al costo del sacrificio de la libertad, enlaza con el planteamiento de Bobbio en relación con la era democrática que no ha dejado de crecer desde el siglo XIX en demandas y exigencias sobre el Estado, y su corolario en la burocratización y la hipertrofia del aparato estatal, lo cual ha terminado cercando y menoscabando las libertades civiles y políticas.

El despotismo estatal, suma de tantos males que ha padecido y padece la humanidad, genera una nueva división de clases con el surgimiento de la "nueva clase" de los burócratas, la "nomenklatura", una renovada clase dirigente que se entroniza en el poder en su propio beneficio, bajo el amparo de un nuevo modelo de democracia de masas, elitista y dirigista, que tiene como prototipo el hombre domesticado, reducido en palabras del pensador francés arriba citado, "a un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es el gobernante". Las experiencias totalitarias del cruel siglo XX constatan en grado sumo el fracaso del modelo, que lamentablemente persiste y resurge bajo variadas formas y manifestaciones en la época actual. Nuestra propia experiencia, la flamante "V República", lo comprueba palmariamente. El avasallamiento estatista de estos tres lustros, su permanente hostigamiento a la iniciativa empresarial, la inseguridad jurídica, los ataques despiadados a la propiedad en nombre de un trasnochado colectivismo socialista, el maltrato a la sociedad civil y sus libres expresiones asociativas, constituyen signos evidentes de lo que algunos han visualizado como una suerte de despotismo posmoderno, dado su cuidado en ampararse en proclamas formalistas de respeto constitucional.

A todas estas, ¿cómo se aprecian las divisiones cruciales de los hombres y mujeres de hoy?, ¿no es una candidez el limitar los deletéreos efectos del despotismo estatal a las sociedades que se construyen en nombre del ideal socialista?, ¿o se trata de algo más profundo, que impregna y trasversaliza también al mundo capitalista, con su Estado interventor, seguramente con más sutileza pero no por ello menos eficaz, pues igualmente se entromete en nuestras vidas, escucha nuestras conversaciones, vigila nuestros pasos, pervierte nuestras pasiones e inquiere en los sentimientos más íntimos de nuestros corazones?

John Lukacs, el reconocido historiador del pasado reciente de Occidente, ha sugerido que la gran división que separará a los hombres del próximo mañana no estará en la clásica díada izquierda-derecha, ni tampoco en conservadores y progresistas, sino en la valoración de los que se sentirán a sí mismos como seres humanos y los que se verán como máquinas. Por supuesto que nadie querrá ser clasificado en el rublo de las máquinas, pero el problema no está en lo que pensemos sino en nuestras actitudes y comportamientos, sea frente a nuestros semejantes, sea en la sociedad, y para nuestro objeto lo más relevante, frente al poder del Estado.

No obstante, y pese a todas las formas de alienación que atenazan e intentan doblegar la libertad humana, no soy pesimista. El ser humano resurge siempre, cierto que muchas veces a costa del sacrificio de generaciones y grandes dosis de dolor y sacrificio, de la servidumbre que lo intenta doblegar y envilecer, gracias a la recóndita sed de rebeldía que cobijamos muy adentro, en nuestras entrañas. Basta observar en la cotidianidad sus múltiples manifestaciones públicas, en plazas, calles, conciertos, y hasta cárceles, desafiando el miedo y la represión de los aparatos coercitivos del Estado, en los pueblos y naciones de todas las latitudes del planeta, para comprobarlo.

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