MIGUEL BAHACHILLE M.| EL UNIVERSAL
lunes 17 de junio de 2013 12:00 AM
Esta prédica que encierra una ética social imperativa para líderes que enuncian acciones relacionadas con el ámbito de su gestión pública, cambia en boca de los autodenominados revolucionarios. Quien crece con el individualismo a flor de piel y hasta lo escribe en paredes, como lo hacía Chávez y sigue ocurriendo con Nicolás, presupone un dominio integro de sí mismo a la hora de ejecutar sus tareas. Sin embargo no es así. Ningún funcionario del régimen lo tiene. Buena parte del país, la mayoría, percibe una sistémica ausencia de autoridad a la hora de precisar deberes. Es imposible conocer a Nicolás a través de sus palabras pues él habla para sí mismo con las palabras que consigue en el momento o a través del ánima del finado. No ha entendido que el individualismo que pretende encarnar como patrón social dejó de tener vigencia en el mundo democrático.
Si nos atenemos a las exposiciones continuas de quien funge como jefe de gobierno nos daremos cuenta cómo el país se encamina hacia ningún sitio o hacia un colofón desconocido. Por lo pronto la gente discurre de un grupo a otro y de una conformidad a otra buscando respuestas. ¿Cuánto más puede preservarse ese oscuro escenario? El ascenso social y el progreso no cuentan para el régimen. La actual dirigencia no lo entiende y tampoco se preocupa por hacerlo. Ello se corrobora por el descrédito que hacen de las universidades y su avenencia con grupos fanáticos convertidos en "militantes". Bajo ese contexto es inevitable que el ciudadano entre en conflicto con sí mismo mientras la explosión del gueto se hace incontenible.
Las elites arrogantes del gobierno, hoy más fragmentadas, suponen que avasallando sobre todo a los más necesitados pueden preservar el poder aunque sus regencias se caractericen por ineficiencia y corrupción. La macabra gestión administrativa iniciada por Chávez para diferenciar pobres y ricos, blancos y negros, norte y sur, industria y agricultura, ha causado ingentes daños difíciles de reparar a corto plazo sobre todo entre los pobres. Pensó que cuanto más escindida estuviese la sociedad, en esa proporción se abrían las puertas para instaurar prejuicios concernidos en Cuba y así tener control absoluto del país.
Ese plan, de historia reciente, se está desmoronando velozmente ante los ojos de todo el mundo aunque los herederos del poder se resisten a admitirlo. Ciertamente Chávez será recordado por su palabreo y también por el ruinoso estado en que dejó al país. Sin embargo, Diosdado y sobre todo Nicolás, ignaros burócratas, insisten en proseguir con "la gran obra revolucionaria" de los últimos 14 años. Incluso, algunos ecuménicos turbulentos del régimen han expresado que la actual gestión de gobierno debe gravitar sobre ideas extraídas del ascendiente héroe desde su inmortalidad. ¡Vaya!. ¿Será posible continuar con esta farsa mientras el país se hunde en una profunda crisis social, económica y, sobre todo, moral?
Lutero, al ser condenado a la pena de destierro, dijo: "si la cosa es de los hombres perecerá; pero si es cosa de Dios no podréis modificar su voluntad". Quizás los herederos suponen que el legado dejado por Chávez no podrá ser modificado debido al carácter mítico que le han dado no sólo a su imagen sino también a su cuerpo. Simplificaciones como éstas, guiadas por fatuas monomanías, son de muy poca duración en el tiempo porque como todo falseamiento de la realidad concluye en ruinas. Las frecuentes protestas sociales y gremiales añadidas al caos financiero no presagian salidas fáciles. En ese contexto las palabras pueriles pierden valor ético para convertirse en locuacidad necia. ¿Cuánto más durará esta farsa?
Si nos atenemos a las exposiciones continuas de quien funge como jefe de gobierno nos daremos cuenta cómo el país se encamina hacia ningún sitio o hacia un colofón desconocido. Por lo pronto la gente discurre de un grupo a otro y de una conformidad a otra buscando respuestas. ¿Cuánto más puede preservarse ese oscuro escenario? El ascenso social y el progreso no cuentan para el régimen. La actual dirigencia no lo entiende y tampoco se preocupa por hacerlo. Ello se corrobora por el descrédito que hacen de las universidades y su avenencia con grupos fanáticos convertidos en "militantes". Bajo ese contexto es inevitable que el ciudadano entre en conflicto con sí mismo mientras la explosión del gueto se hace incontenible.
Las elites arrogantes del gobierno, hoy más fragmentadas, suponen que avasallando sobre todo a los más necesitados pueden preservar el poder aunque sus regencias se caractericen por ineficiencia y corrupción. La macabra gestión administrativa iniciada por Chávez para diferenciar pobres y ricos, blancos y negros, norte y sur, industria y agricultura, ha causado ingentes daños difíciles de reparar a corto plazo sobre todo entre los pobres. Pensó que cuanto más escindida estuviese la sociedad, en esa proporción se abrían las puertas para instaurar prejuicios concernidos en Cuba y así tener control absoluto del país.
Ese plan, de historia reciente, se está desmoronando velozmente ante los ojos de todo el mundo aunque los herederos del poder se resisten a admitirlo. Ciertamente Chávez será recordado por su palabreo y también por el ruinoso estado en que dejó al país. Sin embargo, Diosdado y sobre todo Nicolás, ignaros burócratas, insisten en proseguir con "la gran obra revolucionaria" de los últimos 14 años. Incluso, algunos ecuménicos turbulentos del régimen han expresado que la actual gestión de gobierno debe gravitar sobre ideas extraídas del ascendiente héroe desde su inmortalidad. ¡Vaya!. ¿Será posible continuar con esta farsa mientras el país se hunde en una profunda crisis social, económica y, sobre todo, moral?
Lutero, al ser condenado a la pena de destierro, dijo: "si la cosa es de los hombres perecerá; pero si es cosa de Dios no podréis modificar su voluntad". Quizás los herederos suponen que el legado dejado por Chávez no podrá ser modificado debido al carácter mítico que le han dado no sólo a su imagen sino también a su cuerpo. Simplificaciones como éstas, guiadas por fatuas monomanías, son de muy poca duración en el tiempo porque como todo falseamiento de la realidad concluye en ruinas. Las frecuentes protestas sociales y gremiales añadidas al caos financiero no presagian salidas fáciles. En ese contexto las palabras pueriles pierden valor ético para convertirse en locuacidad necia. ¿Cuánto más durará esta farsa?
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