En: http://dossier33.com/2013/06/juan-f-misle-que-esta-pasando-realmente-en-turquia/
Juan Francisco Misle
Hace poco tuve la gran fortuna de visitar con mi familia la capital de Turquia, Estambul, una ciudad extraordinaria en la que se mezcla de un modo singular elementos de lo que llamamos cultura ocidental y la oriental en una simbiósis asombrosa y esperanzadora para aquellos que rechazamos la noción de que nos encaminamos a un choque de civilizaciones, tal y como lo planteó Samuel Huntington en su famoso libro en 1996.
Durante esa semana recorrimos, diríase mejor, admiramos, extraordinarias iglesias del imperio bizantino que se intercalan con otras no menos extraordinarias, monumentales y bellísimas mezquitas otomanas, todas ellas meticulosamente mantenidas y masivamente visitadas. Las calles de esta ciudad, así como sus famosos bazares producen una explosión sensorial indescriptible e inolvidable.
Antropológicamente hablando Turquía es una suerte de sociedad “deltana” en donde las aguas dulces de distintas civilizaciones se mezclan con las aguas saladas de otras. Un país fascinante en mucho sentidos.
Turquía es un país cuya población es eminentemente musulmana (más de 90% de la población) y el resto católica, e incluso judía. El fenotipo turco, al menos lo que se aprecia a simple vista, no es árabe, pero tampoco europeo; diría que es una buena mezcla de razas; tampoco es fácil discernir cuál es la influencia cultural más notable en esta sociedad si nos toca juzgar por el modo en que están vestidos sus cuidadanos: centenares de mujeres que deabulan por sus calles van cubiertas de los piés a la cabeza de un rígido negro, hombro-a-hombro al lado de chicas con ceñídos jeans, faldas cortas, y maquilladas de un modo que resulta un poco exagerado. Similar contraste se aprecia también en la vestimenta de los caballeros.
Contrario a lo que usualmente se cree, el idioma turco es más cercano al húngaro que al árabe, y desde 1928 el padre de la Turquía moderna, Mustafá Kemal Ataturk, reemplazó el alfabeto Otomano por el Latin. Sin embargo el rasgo más distintivo de las reformas introducidas por Ataturk, y que ha sido férreamente mantenido por los gobiernos que le han sucedido desde su muerte en 1938, es el énfasis puesto en garantizar la separación entre la religion y el estado, y el empuje incesante hacia la modernización del país.
Lamentablemente en esos días que estuvimos allá estalló una protesta que ha sido ampliamente difundida internacionalmente y cuyo detonador fue el modo tan brutal con que ella fue reprimida. Lo que al principio fue solo una protesta iniciada por grupos ambientalistas opuestos a una iniciativa gubernamental de usar el espacio que hoy ocupa un parque contiguo a Taksim Square y construir allí un centro de negocios, comercio, y oficinas públicas, se ha transformado en una suerte de insurrección popular apoyada por partidos politicos, estudiantes, anarquistas, homosexuales, artistas, y mucha gente desempleada.
Estos grupos se oponen al autoritarismo del primer ministro Recep Erdogan a quien acusan de intentar dar marcha atrás las libertades alcanzadas con la modernización de Turquía y remplazarlas con los códigos culturales y religiosos conservadores islamistas. De la defensa de árboles centenarios a cuyas sombras se han guarnecido generaciones de turcos se ha pasado a la defensa de un estilo de vida plural, liberal, marcadamente pro-europeo.
La respuesta oficial se ha limitado a reprimir a los protestantes “con gas del bueno”, seguida por encarcelamientos de sus dirigentes, intentos de censura a la prensa, y criminalización de las protestas mismas. De acuerdo con sus críticos, Erdogan se sirve de las instituciones judiciales del país a esos fines; los militares, que hasta hace poco tiempo eran los garantes del estado seglar, comienzan a tolerar cada vez más los llamados en favor de la “islamización” de las instituciones públicas, tornándose ciegos y sordos ante el reciente clamor popular, mientras que respaldan pasivamente la agresión policial desatada por órdenes de Erdogan.
Pero atención: a pesar de que las protestas han sido masivas, Erdogan no carece de respaldo en la población, todo lo contrario, es especialmente reverenciado por los estamentos más pobres, sobre todo en la Turquía profunda, y entre aquellos que se encuentran marginalizados, en ocasiones por voluntad propia, del proceso de modernización del país. Son ellos los que lo llevaron al poder mediante elecciones democráticas en 2003.
Es casi una tragedia para Turquía que el autoritarismo que está exhibiendo Recep Erdogan en el manejo de la actual crisis amenaza con destruir los indiscutibles logros que exhibe Turquía en el terreno económico y social. La economía turca ha venido creciendo a tasas muy altas desde hace más de una década gracias a una política económica correcta que ha recibido no pocos elogios y reconocimientos de parte de la OCDE (Organización de Cooperación y Desarrollo Económico), del Banco Mundial y de la Comisión Europea. Los prospectos de lograr su ansiada membresía a la Unión Europea están también en peligro de persistir la violación a los derechos humanos a sus ciudadanos.
Jeffery Sachs, connotado economista y profesor de Desarrollo Económico, que solía usar el caso de Turquía como ejemplo a seguir por otros países en transición al desarrollo (y algunos desarrollados también) acaba de declarer:
“He admirado durante mucho tiempo la moderación y el pragmatismo del equipo económico de Turquía. Estas son las características que han tenido éxito. Moderación en Turquía en una región que carece de moderación es inspirador. Espero que Turquía pueda mantenerlo, respetando todas las partes del espectro político, religiosos y seculares, en un marco democrático. También es claro que la sociedad civil es correcto hacer hincapié en la necesidad de prestar mayor importancia a la sostenibilidad ambiental en la estrategia económica general de Turquía”
Nos hacemos eco de estas palabras. A los gobernantes de países como Turquía, pero también de otros como Brasil, Chile, y por supuesto, de Venezuela más que hablar,les ha llegado la hora de escuchar y entender lo que están diciendo sus pueblos. La cháchara desde el poder cansa.
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