Trino Márquez
6 Junio, 2013
El dispositivo electrónico previsto por Francisco Arias Cárdenas para controlar el consumo de productos regulados en Maracaibo es una muestra adicional del inmenso fiasco en que se convirtió el socialismo del siglo XXI. El fracasado golpista del 4-F trata de defenderse de las críticas generalizadas, diciendo que no existe ninguna carta de racionamiento similar a la utilizada en Cuba durante más de medio siglo, sino que se trata de un mecanismo para impedir que esos bienes se fuguen a Colombia, donde cuestan mucho más caros.
En la hermana república no solo el poder adquisitivo de sus habitantes es mayor que el nuestro, sino que la tasa de inflación en mucho más baja, a pesar de que no existen los controles de precios ni de cambio que rigen en Venezuela. Esta liberalidad ha disparado la productividad colocándola muy por encima de la venezolana. Los neogranadinos han liberalizado el mercado de capitales y el mercado laboral, han fortalecido el Estado de Derecho para que la propiedad esté plenamente resguardada de los abusos de cualquier funcionario subalterno inoculado con el virus del comunismo. Al Gobierno colombiano no se le ha ocurrido incurrir en ninguno de los dislates tan frecuentes en Venezuela a lo largo de los últimos catorce años: confiscaciones, expropiaciones, estatizaciones, exacciones. Los empresarios privados, extranjeros y nacionales, han sido protegidos por el Estado. La confianza, factor básico en el mundo contemporáneo, ha fortalecido la economía de mercado e impulsado la competencia entre distintas empresa, que pujan para conseguir el favoritismo de los clientes.
Por eso cuando el gobernador del Zulia trata de refugiarse en el “contrabando de extracción” para justificar la desafortunada medida, revela su enorme ignorancia acerca del comportamiento de la economía y los principales agentes que la movilizan: el empresario y el consumidor. Ambos tratan de maximizar el beneficio –bajo la forma de lucro o de ahorro, según el caso- sin que ello tenga nada de pecaminoso o condenable. De esto, Pancho no se ha enterado.
Resulta demencial que el Gobierno persista en un amplio conjunto de controles que ninguno de sus socios comerciales y vecinos mantienen, y que representan la fuente original de las distorsiones tan severas que se observan, entre ellas, el tránsito de productos hacia Colombia. Mientras estos desequilibrios continúen, las medidas de corte policial o punitivo estarán condenadas a naufragar, como seguramente encallará el experimento de Arias Cárdenas.
La ruta de las restricciones emprendida por el régimen socialista lo ha conducido al descalabro. Las limitaciones en el consumo de energía eléctrica y luz, no ha mejorado el suministro del fluido, ni aumentado la inversión en el área; el servicio sigue siendo tan deplorable como siempre. El chip de la gasolina aplicado en el estado Táchira no ha detenido el contrabando; el negocio impulsado por el combustible sigue siendo millonario; las redes son demasiado influyentes y poderosas; los únicos que sufren son los humildes usuarios. Los policías no sirven para dirigir la economía, y muchas veces ni siquiera los cuerpos de seguridad.
El socialismo del siglo XXI y el Estado interventor y controlador han arruinado al país en medio de los precios más altos del crudo que se hayan visto jamás. El desbarro no podrá ser ocultado, ni maquillado, con la tecnología 2.0, como dice Pablo Pérez, ni con añagazas como el acaparamiento o la especulación, que únicamente sirven para confundir desprevenidos
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