ARGELIA RÍOS| EL UNIVERSAL
viernes 7 de junio de 2013 12:00 AM
Capriles lo sabe y está tratando de hacérselo ver al electorado democrático. El momento de la estocada final todavía no ha llegado. El líder de la oposición venezolana -a quien no se le enredan los cables cuando le toca encarar situaciones embarazosas- lo ha dicho apelando a la cortante sinceridad con que suele abordar los asuntos más complicados. Cuando señala que aún queda un trecho por recorrer, lo hace consciente de que la impaciencia y la incomprensión de muchos podría derrumbar todo el camino construido.
Quienes aspiran a derrotar a la cleptocracia revolucionaria, deberían recordar los daños que le han ocasionado las jugadas adelantadas, sustentadas más en voluntarismos viscerales que en la objetiva consideración real de las correlaciones de fuerza entre los polos que dividen al país. Cometer el mismo error resultaría una tragedia... La verdad es que Capriles actúa como un relojero, buscando la precisión de sus actuaciones, para hacerlas coincidir, acompasadamente, con el clímax de una crisis que terminará transformando al cambio, no en un anhelo del país opositor, sino en un clamor nacional, en el cual esté sumado el propio país chavista.
El desenlace que tantos están esperando está en plena evolución: lo que hoy vemos es un proceso de desempate entre un par de moles cuyos respectivos pesos todavía resultan demasiado parejos como para ascender un nuevo escalón. La acumulación de frustraciones y desengaños en el campo popular de la revolución dictan el ritmo de esa realineación que, sin duda, irá expresándose en las urnas electorales, el único instrumento para conocer con exactitud la profundidad del barajo que está ocurriendo en la correlación de fuerzas. Por eso el gobierno estimulará la abstención de sus contrarios.
Al encabezar la convocatoria para participar en las municipales de finales de año, a pesar de la impugnación de la jornada del 14-A, Capriles no se está contradiciendo a sí mismo, como piensan los ingenuos y los más acalorados. Al contrario, está mostrando que es un político de acero, con dominio absoluto de la coyuntura y del norte hacia donde se dirige. No hay discordancia alguna, porque el trayecto que queda ni siquiera depende de la fría sentencia del TSJ, ni mucho menos de un CNE del cual sólo debemos esperar nuevas vejaciones. De lo que realmente depende es de la consolidación de la oposición como una alternativa incontrovertible y de la transformación del cambio en una urgencia por la que implora la nación entera. No basta ser una oposición con mayoría electoral, como ya lo es, pero revalidarse como tal -votando con indignación y buscando crecer lo más que se pueda-, es indispensable para alcanzar la condición de mayoría nacional: ésa que sí estará entonces lista para completar la faena.
Quienes aspiran a derrotar a la cleptocracia revolucionaria, deberían recordar los daños que le han ocasionado las jugadas adelantadas, sustentadas más en voluntarismos viscerales que en la objetiva consideración real de las correlaciones de fuerza entre los polos que dividen al país. Cometer el mismo error resultaría una tragedia... La verdad es que Capriles actúa como un relojero, buscando la precisión de sus actuaciones, para hacerlas coincidir, acompasadamente, con el clímax de una crisis que terminará transformando al cambio, no en un anhelo del país opositor, sino en un clamor nacional, en el cual esté sumado el propio país chavista.
El desenlace que tantos están esperando está en plena evolución: lo que hoy vemos es un proceso de desempate entre un par de moles cuyos respectivos pesos todavía resultan demasiado parejos como para ascender un nuevo escalón. La acumulación de frustraciones y desengaños en el campo popular de la revolución dictan el ritmo de esa realineación que, sin duda, irá expresándose en las urnas electorales, el único instrumento para conocer con exactitud la profundidad del barajo que está ocurriendo en la correlación de fuerzas. Por eso el gobierno estimulará la abstención de sus contrarios.
Al encabezar la convocatoria para participar en las municipales de finales de año, a pesar de la impugnación de la jornada del 14-A, Capriles no se está contradiciendo a sí mismo, como piensan los ingenuos y los más acalorados. Al contrario, está mostrando que es un político de acero, con dominio absoluto de la coyuntura y del norte hacia donde se dirige. No hay discordancia alguna, porque el trayecto que queda ni siquiera depende de la fría sentencia del TSJ, ni mucho menos de un CNE del cual sólo debemos esperar nuevas vejaciones. De lo que realmente depende es de la consolidación de la oposición como una alternativa incontrovertible y de la transformación del cambio en una urgencia por la que implora la nación entera. No basta ser una oposición con mayoría electoral, como ya lo es, pero revalidarse como tal -votando con indignación y buscando crecer lo más que se pueda-, es indispensable para alcanzar la condición de mayoría nacional: ésa que sí estará entonces lista para completar la faena.
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