WILLIAM ANSEUME| EL UNIVERSAL
lunes 2 de septiembre de 2013 12:00 AM
No se trata de alguien que anda con un papelito, o en el celular, revisando si es esa la dirección. No. No es un sujeto que "anda" perdido, al que le basta con preguntar: "¿dónde me queda esta o tal calle, o aquel centro comercial?"; alguien lo enfoca, lo guía, señalando con el índice y, pum, llegó directo a donde iba. No. Errabundos hemos andado todos algunas veces, sin mayores consecuencias en la gran mayoría de los casos, especialmente sobre los demás.
Digo que Maduro "está" perdido; no que "anda perdido" y es esta una distinción lingüística importante.
Tampoco se trata de la mencionada ilegitimidad, debido al robo de las elecciones. Ya esto es un peso específico en su errar, prácticamente inmodificable, como el bacalao del jarabe aquel, mientras Henrique Capriles y la oposición toda día a día le ponen más peso al tema, creíble de suyo. Esa otra expropiación se asemeja, sin duda, al del plebiscito que le ganó Jóvito Villalba, el gran orador, el líder estudiantil, el político avezado, al dictador Pérez Jiménez. Y no dejo de establecer las comparaciones, porque considero que bien vienen al caso.
Y es que las vicisitudes del actual jefe del Estado venezolano, guardando las distancias académicas, que muchas son, se podrían equiparar con cierta facilidad a las vividas por el entonces presidente de la Junta de Gobierno, Germán Suárez Flamerich, digo de cuando Pérez Jiménez gobernaba algo así como que por persona interpuesta, antes de hacerse del poder de manera definitiva y sin regodeos, como indica el historiador Luis José Silva Luongo, en su libro De Cipriano Castro a Carlos Andrés Pérez, entonces Suárez Flamerich: "cumplía estrictas funciones representativas y protocolares" . Mandaban los militares, uno en particular.
Maduro quisiera ser militar; tener ascendencia en ese numeroso grupo de hombres de armas del país, pero no lo es, y lo más importante: no cuenta con posibilidades ciertas para tener esa ascendencia, ya que no asciende, la gorrita que ahora porta no es una boina de paracaidista, no es ni puede ser una cachucha; resultaría aún más risible. Las camisas, las chaquetas que usa, tienen atisbos de militarismo, muchos bolsillos donde nada guardar, algo al hombro que parecen charreteras; todo luce descolocado. Más le valdría hacerse de su condición y reconocerse un civil que manda, pero tampoco puede. El problema que va a confrontar, definitivamente, Maduro es la desobediencia. Hagamos un ejercicio mental: ¿quién le "obedece"? ¿O lo utilizan? La ascendencia en el plano militar se aprecia como que otro u otros la tienen, aquellos de los que ese sí es su mundo y su mando.
De allí que surjan las imperiosas necesidades de apertrechar a los milicianos, un millón. ¿Para qué? ¿Con quién será la guerra, para requerir tanto civil armado? ¿Interna? ¿Externa? ¿Quién defiende tanta violencia como para que esa cantidad de civiles porten armamentos, aprendan a usarlo y se estimule en ellos la agresividad, el deseo por lo sanguinario? ¿Para defendernos de qué, de quién?
Lo peor: Maduro quisiera ser Chávez, pero de algún modo alguien debe hacerle entender que no lo es, que no puede serlo. Está imposibilitado para convertirse en reencarnado ni medianamente sustituto, es un mal suplente, más bien. No es, como aquél no lo fue, un mesías, por más que apele a Cristo, los panes o las confusiones eróticas mentales de sementales. De nada le sirven inventos de magnicidio si no combate lo real aquí para todos: lo económico, la violencia, la luz...
Las bufonerías cometidas, los dislates, programados o no, lo hacen parecer un personaje jocoso, escapado de algún cuento, de alguna historieta; un mal actor cómico, imposibilitado para hacer reír, quien acaso llega a expropiar de entre las comisuras de los labios, a alguien, alguna levísima morisqueta. Pero desdicen mucho de la tesitura de un estadista, del gobernante indispensable, normalito, que componga toda esta descompostura social, económica. Raro caso en un gobierno que se dice socialista y/o comunista.
Los hilos los mueven desde la tramoya, agentes cubanos introducidos en nuestra patria hasta en los tuétanos, de las más insoportables de las maneras, tantas veces denunciadas, cumpliendo finalmente el sueño del abuelo Fidel de hacerse de nuestro país, como lo aclara Rafael Elino Martínez en su libro Conversaciones secretas, de este año. Agazapados los militares, a la expectativa, con uno a la cabeza, tras el telón, esperando el momento del zarpazo final, cuando el asidero, el abrevadero, esté todo controlado, con estrategia y saña, para, zas, imponer sus criterios.
Un civil que no quiere serlo, que no responde a su civilidad, fuera de sí mismo. No sólo por como habla o balbucea, a veces, eso es tal vez lo de menos. No por su inexperiencia académico-política, por sus vinculaciones con países "hermanos", por su escaso ascendiente en los hombres de armas, por sus múltiples desemejanzas con el presidente fallecido. Maduro está perdido.
Digo que Maduro "está" perdido; no que "anda perdido" y es esta una distinción lingüística importante.
Tampoco se trata de la mencionada ilegitimidad, debido al robo de las elecciones. Ya esto es un peso específico en su errar, prácticamente inmodificable, como el bacalao del jarabe aquel, mientras Henrique Capriles y la oposición toda día a día le ponen más peso al tema, creíble de suyo. Esa otra expropiación se asemeja, sin duda, al del plebiscito que le ganó Jóvito Villalba, el gran orador, el líder estudiantil, el político avezado, al dictador Pérez Jiménez. Y no dejo de establecer las comparaciones, porque considero que bien vienen al caso.
Y es que las vicisitudes del actual jefe del Estado venezolano, guardando las distancias académicas, que muchas son, se podrían equiparar con cierta facilidad a las vividas por el entonces presidente de la Junta de Gobierno, Germán Suárez Flamerich, digo de cuando Pérez Jiménez gobernaba algo así como que por persona interpuesta, antes de hacerse del poder de manera definitiva y sin regodeos, como indica el historiador Luis José Silva Luongo, en su libro De Cipriano Castro a Carlos Andrés Pérez, entonces Suárez Flamerich: "cumplía estrictas funciones representativas y protocolares" . Mandaban los militares, uno en particular.
Maduro quisiera ser militar; tener ascendencia en ese numeroso grupo de hombres de armas del país, pero no lo es, y lo más importante: no cuenta con posibilidades ciertas para tener esa ascendencia, ya que no asciende, la gorrita que ahora porta no es una boina de paracaidista, no es ni puede ser una cachucha; resultaría aún más risible. Las camisas, las chaquetas que usa, tienen atisbos de militarismo, muchos bolsillos donde nada guardar, algo al hombro que parecen charreteras; todo luce descolocado. Más le valdría hacerse de su condición y reconocerse un civil que manda, pero tampoco puede. El problema que va a confrontar, definitivamente, Maduro es la desobediencia. Hagamos un ejercicio mental: ¿quién le "obedece"? ¿O lo utilizan? La ascendencia en el plano militar se aprecia como que otro u otros la tienen, aquellos de los que ese sí es su mundo y su mando.
De allí que surjan las imperiosas necesidades de apertrechar a los milicianos, un millón. ¿Para qué? ¿Con quién será la guerra, para requerir tanto civil armado? ¿Interna? ¿Externa? ¿Quién defiende tanta violencia como para que esa cantidad de civiles porten armamentos, aprendan a usarlo y se estimule en ellos la agresividad, el deseo por lo sanguinario? ¿Para defendernos de qué, de quién?
Lo peor: Maduro quisiera ser Chávez, pero de algún modo alguien debe hacerle entender que no lo es, que no puede serlo. Está imposibilitado para convertirse en reencarnado ni medianamente sustituto, es un mal suplente, más bien. No es, como aquél no lo fue, un mesías, por más que apele a Cristo, los panes o las confusiones eróticas mentales de sementales. De nada le sirven inventos de magnicidio si no combate lo real aquí para todos: lo económico, la violencia, la luz...
Las bufonerías cometidas, los dislates, programados o no, lo hacen parecer un personaje jocoso, escapado de algún cuento, de alguna historieta; un mal actor cómico, imposibilitado para hacer reír, quien acaso llega a expropiar de entre las comisuras de los labios, a alguien, alguna levísima morisqueta. Pero desdicen mucho de la tesitura de un estadista, del gobernante indispensable, normalito, que componga toda esta descompostura social, económica. Raro caso en un gobierno que se dice socialista y/o comunista.
Los hilos los mueven desde la tramoya, agentes cubanos introducidos en nuestra patria hasta en los tuétanos, de las más insoportables de las maneras, tantas veces denunciadas, cumpliendo finalmente el sueño del abuelo Fidel de hacerse de nuestro país, como lo aclara Rafael Elino Martínez en su libro Conversaciones secretas, de este año. Agazapados los militares, a la expectativa, con uno a la cabeza, tras el telón, esperando el momento del zarpazo final, cuando el asidero, el abrevadero, esté todo controlado, con estrategia y saña, para, zas, imponer sus criterios.
Un civil que no quiere serlo, que no responde a su civilidad, fuera de sí mismo. No sólo por como habla o balbucea, a veces, eso es tal vez lo de menos. No por su inexperiencia académico-política, por sus vinculaciones con países "hermanos", por su escaso ascendiente en los hombres de armas, por sus múltiples desemejanzas con el presidente fallecido. Maduro está perdido.
No comments:
Post a Comment