Editorial El Nacional
El presidente Nicolás Maduro ha sorprendido a los venezolanos con una reciente declaración en la cual anuncia su decisión de colaborar, como jefe del Estado, con los diputados que resulten electos el 6-D. Todos serán bienvenidos al regazo de Miraflores, que los acogerá con felicidad y alegría sin fijarse para nada en la tendencia que representen ni en el partido político que los postuló. Así se expresó el señor Maduro, para gran sorpresa de los gobernados y quizá también de la comunidad internacional desacostumbrada a escucharle palabras tan fraternales.
Pero, a pesar de lo bien que pueda caer, esa manifestación de convivencia republicana tiene un problema serio: ¿merece credibilidad, cuando todos los días se ha ocupado de decir lo contrario y aún de confirmar en los hechos una indiscutible y creciente hostilidad contra las fuerzas de la oposición? Obras son amores y no buenas razones, piensan los que han escuchado la inesperada confesión de civilizada hermandad.
Nadie olvida que, hace poco, Maduro anunció que el PSUV ganaría las elecciones “como sea”, es decir, contra viento y marea faltando a las pautas de la legalidad electoral. Ahora dice lo contrario, cuando anuncia que abrirá las puertas de Miraflores para recibir a los diputados de la oposición que quieran colaborar por el bien del país.
También en días pasados, Maduro pronosticó el advenimiento de “una masacre” si la revolución perdía sus escaños en la AN, pero ahora ofrece alfombra multicolor para los representantes del pueblo que salgan electos, aún cuando provengan de las filas de la oposición odiada y repudiada en la víspera. Puerta franca, en lugar de cofre cerrado con candado blindado. Entrada libre, cuando jamás ha sido así para los políticos contrarios al régimen en los últimos lustros.
En realidad la palabra presidencial está muy devaluada. Es usual que los hechos las desmientan. Vivimos en el hábito de la incredulidad porque, como su antecesor, en general suelta vocablos al viento de manera irresponsable sin ocuparse de las consecuencias que produce la banalidad de sus bullas.
Sin embargo, este inesperado cambio del hermetismo a la apertura, de la sangre a la curación automática de las heridas, de la guerra a la paz, no deja de ser interesante. Se trata de un viraje insólito, de un cambio de vocabulario que puede traducirse en hechos realmente interesantes.
¿Por qué el cambio? ¿Acaso reconoció Maduro la necesidad de una variación de su modo de gobernar, que empieza por la modificación de su discurso? ¿Entendió, por fin, que no debe gobernar para el PSUV y para una casta militar, sino para todos los venezolanos? ¿Entendió, por fin, que la repetición de unas arengas bélicas como las de Chávez no conduce sino a la desintegración de la sociedad?
No parece probable, si recordamos cómo ha actuado hasta ahora este régimen frente a sus adversarios, negándoles el pan y la sal. Debe estar escuchando la voz de las encuestas, cuyos gritos apabullantes le aconsejan usar la piel del cordero.
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