Saturday, January 2, 2016

Juan Pablo II y Osama Bin Laden

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Hay ocasiones en que los acontecimientos humanos se manifiestan como alegorías. Pareciera entonces que una mano oculta más allá de la razón se empeñara en hacer patente, por medio de dos situaciones o metáforas contrapuestas, un sentido recto y explícito, y otro figurado, con el único propósito  de dar a entender una cosa expresando otra diferente. Inclusive, en tales circunstancias se pueden hacer presentes aspectos de contenido simbólico -recordemos que los símbolos están presentes en todo-, introduciéndose entonces consideraciones sobre realidades abstractas que no siempre pueden sondearse de un modo racional por tratarse de referencias de lo invisible.
El 1° de mayo de 2011, el mundo se vio sorprendido por dos hechos noticiosos radicalmente contrapuestos y, en apariencia, independientes: la beatificación de Juan Pablo II y la muerte de Osama bin Laden, a manos de un pequeño grupo de la inteligencia estadounidense. El primero fue investido como Papa en 1978 y se caracterizó –en palabras del cardenal y arzobispo de Caracas, Jorge Urosa Savino- por sus gestos de perdón, reconciliación, rechazo a la violencia y todas las formas de opresión. Fue, además, el primer papa en entrar a una iglesia luterana, una sinagoga y una mezquita, dando así un paso importante hacia la consolidación de una iglesia universal y tolerante. A él se atribuye el milagro (la curación de la monja francesa Marie Simon-Pierre del avanzado mal de Parkinson que padecía) que permitió su beatificación. Osama bin Laden, por su parte, fue el máximo líder del grupo terrorista Al Qaeda, responsable del atentado a las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Según  el presidente norteamericano Barack Obama, fue responsable del asesinato de miles de hombres, mujeres y niños inocentes. De esta forma, las dos figuras y los acontecimientos en que están involucrados como hechos noticiosos –que pueden verse como tropos- se nos presentan como opuestos del que derivan correspondencias fundamentales: la exteriorización cabal de la luz y las tinieblas, la expresión más patente del bien y el mal, y la representación real del cielo y el infierno.
Por si lo anterior fuera poco, observamos, no sin la curiosidad que desde los tiempos antiguos han tenido las elaboraciones simbólicas, las diferencias y semejanzas que encontramos entre ambos personajes al considerar, de acuerdo con la numerología, un detalle adjetivo asociado a la fecha del atentado a las Torres Gemelas (11-9-2001) y el día de las dos noticias que acabamos de referir (1-5-2011), o sus respectivas fechas de nacimiento, nombres y apellidos.
(Lo anterior exige este paréntesis. La numerología es muy antigua y fue conocida por los griegos y caldeos. En el alfabeto griego y también en el hebreo, un número fue asignado a cada letra –procedimiento conocido como gematría-, dándosele gran importancia al significado numérico de un nombre o una frase. Así, desde los primeros tiempos, los números expresan no solamente cantidades, sino ideas y fuerzas. Conocer los valores de los números significaba entender el mundo en sus conexiones más íntimas. Según testimonio de Aristóteles, los pitagóricos creían que “las cosas son, por sí mismas, números”, esto es, que están “compuestas de números, como de sus elementos”. Se hizo entonces inevitable que el número de las cosas o los hechos revistieran en sí mismo suma importancia y permitiera incluso a veces, por sí solo, acceder a una verdadera comprensión de los seres y los acontecimientos. En ese punto surge la interpretación de los números como ciencia simbólica, a la que Platón llegó a considerar como el más alto grado del conocimiento y la esencia de la armonía cósmica e interior. Pero es importante una advertencia: no conviene emplear los números con propósitos equivocados pues ellos encierran una fuerza desconocida. Los números, al igual que los nombres, cuando se los enuncia, desplazan fuerzas que establecen una corriente, a la manera de arroyos subterráneos, invisibles, pero presentes. Para los aztecas, cada número estaba ligado a un dios, un color, un punto del espacio, un conjunto de influencias, buenas y malas. Y para Kant, el número es el universo resultante de la síntesis de lo múltiple. Entre ambas apreciaciones encontramos la expresión poética de Víctor Hugo: “El hombre, la cifra elegida, cabeza augusta del número”. Sobre el tema véase: Abbagnano, Nicola, Diccionario de la filosofía, Fondo de Cultura Económica, México, D. F., 2004;  Chevalier, Jean y Gheerbrant, Alain, Diccionario de los símbolos, Herder, España, 2007; Lurker, Manfred, El mensaje de los símbolos, Herder, Barcelona, 2000; Fontana, David, The Secret Language of Symbols, Chronicle Books, San Francisco, 1994; Allendy, René, Le symbolisme des nombres,Bibliotheque Chacornac, París, 1921; y Kersaint de, Jean-Pol, Toda la numerología, Edaf, Madrid, 1982.Hecha la digresión ilustrativa, retomamos a continuación el hilo discursivo).
En el primer caso se puede apreciar que el día y el año de las dos fechas tienen una correspondencia especular: se repite tres veces el número uno, al derecho y de revés. Ambos guarismos tienen una enorme carga simbólica que no es posible poner de lado. Así, el uno es símbolo del ser, del principio y fin de todas las cosas, centro cósmico y ontológico, desde donde irradia el Espíritu, como un Sol. Además, señala al dios universal, que todo lo abraza. Por su lado, el tres es universalmente un número fundamental que expresa un orden intelectual y espiritual en Dios, en el cosmos o en el hombre; sintetiza la tri-unidad del ser vivo, que resulta de la conjunción del 1 y del 2, y es producto de la unión de cielo y tierra. Para el cristianismo Dios es uno en tres personas. Y para la tradición cabalística, todo procede necesariamente de tres que no constituyen más que uno. Si ahondamos en el significado numérico de la fecha del atentado de las Torres Gemelas, observamos que su sumatoria equivale a cinco (1+1+9+2+0+0+1=14, esto es, 1+4, lo que es igual a 5). Este número es la representación de la hierogamia (unión sagrada), o sea, el matrimonio del principio celeste (3) y del principio terreno de la madre (2). Es también el símbolo del hombre (con los brazos separados, parece dispuesto en cinco partes en forma de cruz: los dos brazos, las dos piernas y el busto o centro, que es al abrigo del corazón). Para los antiguos mejicanos, el cinco tiene un carácter ambivalente. Simboliza el fuego en su doble acepción: ligada a la luz, a la vida triunfante, y vinculada a la noche y al curso nocturno del sol negro en los infiernos. El héroe Quetzalcoatl encarna por dos veces la idea de sacrificio y de renacimiento, asimilada por un lado al Sol y por otro a Venus, los cuales desaparecen por el oeste en el dominio de las tinieblas, para reaparecer (renacer) por el este, con el día. Quetzalcoalt se representa como un personaje que lleva sobre la cara la cifra cinco, en forma de cinco puntos gruesos. Por este hecho, el número cinco tiene –en el simbolismo de la clase sacerdotal y guerrera- la significación esotérica del sacrificio, o más bien del autosacrificio y la resurrección. Por lo mismo el Centro del mundo, representado por el cinco, es también glifo (signo grabado) del terremoto, del castigo final, del fin del mundo, donde espíritus maléficos se precipitarán desde las cuatro direcciones cardinales sobre el centro, para aniquilar la raza humana. Así, el número cinco simboliza para los mejicanos el paso de una vida a otra por la muerte, y el vínculo indisoluble del lado luminoso y del lado sombrío del universo. Y en similar sentido, para la cultura Malí es un símbolo de lo incompleto, de lo impuro, de lo inarmónico, de inestabilidad y de creación inacabada. Es por ello un número considerado casi siempre como nefasto, asociado a las más graves desgracias y a la muerte.
Si nos adentramos en la consideración de las fechas de nacimiento (número de destino), nombres (el número de evolución personal) y apellidos (número de herencia) de ambos personajes, así como el número de la personalidad (la sumatoria del número de evolución y el número de herencia) las sorpresas no son menores. De acuerdo con las fórmulas de la numerología, el número de destino de Juan Pablo II es el ocho (18-05-1920 es igual a 26, o sea 8) y el de Osama bin Laden es también el ocho (10-03-1957 es igual a 26, o sea 8); y de la misma manera el número de herencia de ambos (Wojtyla y Bin Laden) es el siete. Por el contrario, el número de personalidad del Santo Padre es el uno y el de Osama es el dos; y sus números de evolución son el tres y el cuatro, respectivamente.
Veamos a continuación todas sus significaciones. El ocho corresponde al Nuevo Testamento; anuncia la beatitud del siglo futuro. Más allá del séptimo día, viene el octavo que señala la vida de los justos y la condenación de los impíos. En cuanto al siete, es casi universalmente el símbolo de una totalidad en movimiento o de un dinamismo total; es como tal, la clave del Apocalipsis (7 iglesias, 7 estrellas, 7 espíritus de Dios, 7 sellos, 7 trompetas, 7 truenos, 7 plagas, 7 reyes…). Siete implica una ansiedad por el hecho de que indica el paso de lo conocido a lo desconocido; siete es también la cifra de Satán, que se esfuerza en copiar a Dios. No olvidemos que la bestia infernal del Apocalipsis tiene siete cabezas. Pero el vidente de Patmos (el apóstol Juan) reserva casi siempre a las potencias malignas la mitad del siete, manifestando con ello el fracaso seguro de las empresas del mal. Así, en el Apocalipsis (Revelación) leemos: “Y la mujer huyó al desierto, donde tenía un lugar preparado por Dios, para que allí sustenten por espacio de mil doscientos sesenta días” (Ap 12,6), lapso que equivale a tres años y medio. En el Islam, siete es un número fausto, símbolo de perfección. En el peregrinaje a La Meca se han de realizar siete vueltas a la Caaba. En resumen, se trata de un número sagrado, generalmente benéfico pero a veces maléfico.
La simbología del uno ya la comentamos. El dos, por su parte (número de personalidad de Bin Laden), es símbolo de oposición, de conflicto y de reflexión, e indica el equilibrio realizado o las amenazas latentes. Es la primera y más radical de las divisiones: lo blanco y lo negro, la materia y el espíritu, lo masculino y lo femenino. Y entre sus temibles ambivalencias, puede ser el germen de una evolución creadora tanto como el de una involución desastrosa. En este último sentido tengamos presente que para dejar clara la imagen de un demonio, su descripción hace siempre énfasis en sus dos cuernos. Según la aritmosofía de René Allendy, dos es el número de la diferenciación relativa, de la reciprocidad antagonista o atractiva.
El significado del tres fue también indicado con anterioridad. Y el cuatro (número de evolución del líder terrorista) alude a lo sólido, lo tangible, lo sensible, relacionándosele con la cruz. Simboliza lo terreno, la totalidad de lo creado y de lo revelado. Mas esta totalidad de lo creado es al mismo tiempo la totalidad de lo perecedero. Resulta singular que la palabra japonesa shi significa cuatro y muerte. En el Apocalipsis, los cuatro jinetes traen las cuatro plagas principales.
¿Realmente hay en todo lo anterior un mensaje claro y categórico? Sin duda, estamos ante una pregunta con respuestas diferentes, según la atalaya en que nos ubiquemos. Sólo nos queda empinarnos, otear el lejano horizonte y sacar nuestras propias conclusiones sobre un asunto que Guillermo Cabrera Infante califica, en su obra magnaTres tristes tigres, como “elixir pitagórico, que es muy bueno para el espasmo literario”.

@EddyReyesT

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