Antonio Sánchez García
Fue Marx el que dijo que las sociedades no se plantean sus problemas hasta no tener a manos las soluciones. Corre por los pasillos de las autoridades de uno y otro lado el sentimiento de que la renuncia de Nicolás Maduro se ha convertido en uno de esos problemas y su solución, en un imperativo para el que ya se asoman las posibles soluciones.
Salvo el propio Maduro, y tal vez la nomenklatura cubana, a la que sirve como apaleado y recompensado perro fiel – como que le ha transferido entre gallos y media noche dieciocho mil millones de dólares – crece la necesidad de salir de él entre las filas opositoras y las filas oficialistas. Aquellos, por obvias razones. Estos, porque de permitirle continuar devastando a Venezuela bajo la cobertura y los colores del Psuv, en su hundimiento los arrastrará a todos consigo. De una Venezuela sumida en el caos, la quiebra y la desesperación, desaparecerá de la faz de la tierra y como por encanto toda perspectiva de vida futura para algo que en sus mejores tiempos se llamara Partido Socialista Unido de Venezuela, Psuv.
Existen sobradas pruebas. Busquen a los partidos oficialistas de las dictaduras del pasado. Todos, sin excepción ninguna, desaparecieron en medio del tifón que se llevó a sus dictadores. Partido no salva a tirano. Tirano no salva a partido. Vean el último ejemplo de una dictadura grandiosa, si cabe el término: el Pcus, o pecús, como lo llamábamos los izquierdistas del pasado: el Partido Comunista de la Unión Soviética, que a esa pomposa realidad correspondía el acrónimo, se convirtió pasado el hundimiento histórico del imperio comunista en unos grupúsculos de chiflados de la tercera edad que portando estandartes de raso rojo carmesí con la imagen de Lenin sobre la cruz se reunían – no sé si aún lo hacen – en la Plaza Roja a rezarle a Lenin. Creo haber leído que se hacían llamar Partido Cristiano Leninista.
Puede suceder, y es lo que seguramente temen los todavía lúcidos capitostes del Psuv asidos al mástil de la balsa que se les está hundiendo, que pronto veamos grupos de cultores de un pasado irredento acabado de desaparecer con unos estandartes del Chávez de antes de la quemazón y el Bolívar de luego de la quemazón, reunidos en la esquina caliente cantando canciones de Alí Primera y leyendo párrafos de Así habló el comandante, en plan evangelista. Anécdotas del paraíso perdido. De cuando el dólar Cadivi les estaba reservado a 4.30, burlando el paso del tiempo, y podían hundir las manos en el amasijo de dólares puestos como en una pila bendita a las puertas del partido. Imagino incluso un pope: el tristemente célebre veterano de todas las guerras imaginarias, el general en jefe Jacinto Pérez Arcay, cargando con todas sus condecoraciones por hazañas ilusorias libradas en unas batallas de plastilina y un monaguillo en plan sacerdote ortodoxo, el che Guevara venezolano, blandiendo un retrato del héroe rosarino. No faltaría un chileno rezagado con la fotografía de Salvador Allende.
Un resquicio, un adarme, un átomo de lucidez quedará en algunos militantes de vieja alcurnia, no de la raza de los ambiguos y más bien rosa rosados militantes aparecidos con el amanecer del chavismo, como su jefe de la fracción parlamentaria, sino de los que provienen del veterano Partido Comunista o las hilachas de AD, como el actual Vicepresidente de la República, que saben de qué hablamos. Y quisieran salvar sus vidas del naufragio y situar en el escenario del futuro inmediato un porcentaje de la futura institucionalidad partidista: un Partido Socialista a secas, un Partido Comunista, que ya existe, incluso una versión renovada del MAS. Con su porcentaje asegurado de electores ocupando un pedazo de la futura Asamblea, incluso algún periódico salvado de la debacle de las investigaciones sobre el origen de los capitales. Que más vale un 5% histórico que irse en el turbión de la poceta.
Son los sectores del Psuv que comparten la idea de la renuncia y no quisieran morir ahogados, aferrados a los zapatones de buzo de Nicolás Maduro.
Luego están los sectores de la Fuerza Armada que quisieran salvar su honra, algo tan difícil como pellizcar un vidrio pero perfectamente imaginable, que quisieran hacer méritos para sobrevivir a la debacle. Incluso y en primer lugar, los primeros compañeros de ruta del 4F que o fueron marginados o supieron mantenerse semi clandestinos, al margen del carnaval de iniquidades. Y todos aquellos oficiales que pueden demostrar que no exportaron maletas cargadas de coca ni hundieron sus manos en la Cueva de Alí Babá. Que sirvieron honestamente al Plan República, sus familias pasaron tribulaciones para obtener sus materias primas de sobrevivencia y no desnudaron a las mujeres de nuestros presos políticos. Son los que podrían andar por las calles del futuro sin avergonzarse, quitarse el uniforme, hacerse la cirugía estética o dejarse el pelo largo. Para no ser confundidos con los administradores del Cártel de los Soles. No veo entre esas fuerzas a Diosdado Cabello, actual presidente del Psuv, al que le auguro un futuro semejante al de Pérez Jiménez.
Y finalmente está ese 80%, que debe ascender a diario, mientras se derrumba el precio del petróleo, al 90%, que anhela la caída y mesa limpia, la simple y llana expresión de arrechera de verlos exhibidos en jaulas, desnudos, peludos y hambrientos, como ferias de circo, en la Plaza Venezuela. Para ellos, la renuncia de Nicolás Maduro, que es de lo que venimos hablando, sería una pálida recompensa a sus infortunios, pero paliaría en parte la desesperación si, unida a esa renuncia, se realizan las elecciones presidenciales de rigor al más corto plazo. En la que debieran participar todos los pretendientes, de lado y lado, sin un solo preso político y la promesa de obtener en plazo perentorio suculentos préstamos internacionales, recuperación del tesoro birlado, liberación del espíritu emprendedor del venezolano, despioje de toda sobrevivencia cubana o cubanoide y un auténtico, verdadero y solidario reencuentro de las partes enfrentadas.
Ustedes dirán que soy un soñador. Pero no soy el único, decía John Lennon. No hago más que leer los signos de los tiempos. La renuncia de Maduro al más breve plazo es la única manera de impedir que el país se hunda en las profundidades de la nada. De ese nada del 725% de inflación pronosticada por el FMI, la hambruna y la crisis humanitaria. La renuncia de Maduro es la última esperanza para ese chavismo que quisiera sobrevivir. Es el tema a ser discutido. De lado y lado.
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