A lo que queda de este gobierno le aterra que uno hable de transición, pero esta es una realidad tangible a partir de los resultados electorales del 6 de diciembre pasado. Si este fuese un régimen parlamentario, el gobierno hubiese tenido que renunciar al día siguiente y convocar nuevas elecciones o el jefe del Estado hubiese formado gobierno con los sectores de la nueva mayoría.
No tenemos ese sistema sino el presidencialista, pero cuando el pueblo se pronuncia, como lo hizo en las elecciones parlamentarias, obviamente el gobierno se queda sin piso político y solo queda sostenido por unas paredes endebles y sin bases sólidas, como lo son el TSJ y unas fuerzas armadas compuestas por un cogollito de enchufados. Esos dos sectores, únicos apoyos que le quedan al gobierno, aparecen con el mayor grado de rechazo en la opinión pública nacional según todas las encuestas. Ese TSJ desprestigiado, hasta el paroxismo, acaba de declarar inconstitucional la Ley de Amnistía aprobada por la Asamblea Nacional y con esa malhadada decisión cierra las puertas de un entendimiento nacional y se sepulta en un mayor desprestigio, si es que eso fuese posible.
Como Venezuela no fue fundada por cuáqueros sino por españoles, debemos siempre ver ejemplos de aciertos y errores ocurridos en la madre patria, para tratar de no replicarlos aquí. La guerra civil fue, qué duda cabe, el error más grande de la historia española, pero la transición ocurrida a la muerte del Caudillo, Francisco Franco, también es todo un ejemplo de rectificación democrática que debemos emular, sobre todo su baza más resaltante: la Ley de Amnistía que surgió como producto de una reunión de diálogo político (como tiene que ser) entre cuatro representantes de la oposición democrática, Antón Callejas, Felipe González, Julio de Jáuregui y Joaquín Satrústegui, con el presidente del gobierno, Adolfo Suárez.
Esa Ley, según su portavoz Rafael Arias Salgado, constituía: “El presupuesto ético-político de la democracia, de aquella democracia a la que aspiramos, que por ser auténtica no mira hacia atrás, sino que, fervientemente, quiere superar y trascender las divisiones que nos separaron y enfrentaron en el pasado. Esta Ley presentada por el gobierno de transición fue defendida, entre otros, por el portavoz del grupo comunista del Congreso, Marcelino Camacho, quien manifestó: (...) ‘la primera propuesta presentada en esta Cámara ha sido precisamente hecha por la minoría parlamentaria del Partido Comunista y del PSUC el 14 de julio y orientada precisamente a esta amnistía. (...) Nosotros considerábamos que la pieza capital de esta política de reconciliación nacional tenía que ser la amnistía. ¿Cómo podríamos reconciliarnos los que nos habíamos estado matando los ‘unos a los otros’, si no borrábamos ese pasado de una vez para siempre?”.
La ley fue aprobada en el Congreso de los Diputados el 15 de octubre de 1977, siendo apoyada por casi todos los grupos parlamentarios. En total, 296 votos a favor, 2 en contra, 18 abstenciones y 1 nulo.
Si los españoles que venían de dejar en el camino de la confrontación más de 1 millón de muertos, por su irracionalidad, lograron reconciliarse a partir de una Ley de Amnistía, ¿cómo pueden explicar ante el mundo, estos insensatos que nos desgobiernan, su empeño de seguir ahondando las heridas que nos hemos infringido, pero que ni de lejos se pueden comparar, a Dios gracias, con las sufridas por la matazón española?
A menos que tengan la macabra intención de producir las muertes, para después buscar el diálogo que hasta ahora rechazan. Jugar con fuego, esperar un estallido violento o un golpe de Estado, a quienes primero afecta es a quienes detentan el poder. Si lo dudan hurguen en la historia reciente: Llovera Páez se lo decía a Pérez Jiménez: “Marcos, vámonos, porque pescuezo no retoña”. Vienen elecciones de gobernadores: ergo, no cierren el último camino democrático, porque… “pescuezo no retoña”.
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