Wednesday, June 22, 2016

Almagro y la chaparrita

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Editorial El Nacional

A la señora que se hace pasar por diplomática y se disfraza de canciller, que como bien sabemos nunca estudió ni se preparó para un cargo de tal categoría, le ha dado por buscar un “face to face”–como balbucea Nicolás cada vez que se despierta de su siesta diaria por las nubes– con el señor Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos.
Y decimos señor Almagro porque ante las impertinencias de Delcy, la chaparrita, este caballero uruguayo de deslumbrante currículo y de profunda y reconocida trayectoria internacional en el campo de las leyes, no ha querido entrar en un cara a cara con la susodicha, pues está muy claro en que tanto Nicolás como la Chaparrita le imprimen a esta expresión un contenido que nada tiene que ver con la realidad diplomática, es decir, ellos creen que es una especie de encuentro boxístico en el cual se permiten no solo el uso de los puños sino las patadas, los mordiscos salvajes en las orejas y, de paso, un rodillazo entre las piernas.
No, señora Chaparrita, se equivoca de medio a medio, y gracias a Dios que es así porque en cuestiones de derecho internacional y de ejercicio concienzudo y civilizado del arte de la diplomacia el señor Almagro es un hombre pacífico, calmado y convencido del beneficio del uso de las buenas maneras y de la cortesía como una puerta útil para llegar a un acuerdo.
Puede que Almagro pierda la calma, como es lógico, y si ve una cucarachita (sin alusiones personales) en el piso de su casa pues de inmediato le lanza un chancletazo. Así que cuídese y deje los insultos propios de un mexicano en la barra de una cantina y compórtese medianamente bien porque, para desgracia de nuestro país, usted ocupa un puesto importante que, en verdad, no está a su medida, eso ya lo sabemos, pero haga el esfuerzo para pasar un tanto inadvertida y no hacernos pasar tanta pena ante los embajadores y la opinión pública continental.
Su show de mujer gritona está no sólo pasado de moda sino agotado de tanto repetir la escena ante el mismo público, las mismas frases, los mismos chillidos, las mismas rabietas. Tiene que buscarse un guionista que le prepare una segunda parte, algo así como “El regreso de Delcy”, o quizás para no perder el hilo y no abandonar el personaje, “Delcy ataca de nuevo”, con la actuación especial del melifluo Roy Chaderton, con una pistola en la mano de cuyo cañón sale humo rojo, con una sonrisa de Harry el Sucio, y exclamando en un impecable inglés londinense antes de apretar el gatillo: “Oye, mequetrefe, muéstrame la foto de Leopoldo López, hazme feliz”.
Desde luego, cualquiera se queda corto ante los estallidos de rabia y los disparates de esta señora que habiendo sido aplazada en varias materias en su naufragio de posgrado en una universidad de París, no le quedó otra que acampar en la embajada de Venezuela en Londres, y allí se acurrucó bajo las alas del embajador Chaderton. Nombrado Roy como canciller, se vino en la maleta del nuevo ministro pero, según dicen, siguió presuntamente cobrando en dólares como si estuviera en la vieja Inglaterra. ¡Ay!  

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