JEAN MANINAT | EL UNIVERSAL
viernes 9 de noviembre de 2012 12:00 AM
En diciembre del año 2000 se llevó a cabo el Referéndum Sindical o Consulta sobre la Renovación de la dirigencia sindical. Se preveía suspender a los directivos de todas las instancias sindicales y realizar elecciones por la base con la supervisión del CNE. Se dio inicio a un proceso que duraría un año donde el Gobierno presentó un candidato propio a dirigir la CTV: Aristóbulo Istúriz.
El referéndum era violatorio del Convenio número 87 relativo a la libertad sindical y a la protección del derecho de sindicación de la OIT, pues significaba una intromisión en los asuntos internos de los sindicatos y una violación de su autonomía. Más aún, si el Gobierno se implicaba de lleno en la campaña y un órgano ajeno al movimiento sindical, como el CNE, era el encargado de organizar las elecciones, como fue el caso.
El sindicalismo independiente se organizó en la Junta de Conducción Sindical con la participación de todas las tendencias habidas y por haber. Era una instancia pluralista y democrática.
Se abrió una intensa discusión acerca de si se podía o debía participar en un proceso electoral a todas luces desigual, donde todo el tren gubernamental, y en especial el presidente de la República, apoyaban abiertamente a un candidato. Surgieron, no faltaba más, las voces indignadas llamando a no participar, a no hacerle el juego al Gobierno, a no convalidar lo que sería a todas luces un fraude electoral, a resistir y realizar un proceso paralelo sin el CNE y sin candidato oficialista. ¿Suena familiar?
En una entrevista otorgada a un diario de tiraje nacional, frente a la pregunta del periodista de si participarían o no en el proceso electoral sindical, el entonces coordinador de la Junta de Conducción Sindical, Jesús Urbieta, descolgó una respuesta memorable: "los trabajadores venezolanos vamos a participar en el proceso así sea con una pistola en la cabeza", dijo.
Las elecciones se llevaron a cabo con el presidente de la República actuando como jefe de campaña del candidato oficial, y sin embargo las perdieron. El Gobierno no le pudo poner la mano al movimiento sindical.
No era la situación de hoy. El presidente Chávez contaba con un ochenta por ciento de popularidad. Era mucha la gente, y de diversa procedencia en la IV República que, de buena fe, todavía le arrendaba la ganancia y miraba esperanzada el futuro de cambio positivo que supuestamente encarnaría "mi Comandante".
La ineficacia y el despilfarro eran, entonces, un atisbo, una premonición, que se haría realidad con la violencia de un terremoto de 13 grados/años en la escala sismológica Richter de devastación de un país.
Hoy, el Gobierno pasa a diario por el reality check de un país en escombros. Las calles son desaguaderos de protestas, los ministerios son monumentos, pintados de rojo, donde se le rinde culto a la impericia y la improvisación. La ciudad capital, es una inmensa morgue.
Los flagelantes del fraude, que insisten en llamar a no votar el 16-D, son hoy una minoría, ruidosa, pero minoría. Otros, quieren utilizar los resultados electorales de las presidenciales para realizar su vendetta personal, airear de nuevo sus frustraciones, sacar a pasear sin correa los pitbull de sus bajas pasiones. Y hay quienes tienen señalamientos serios, realizados con todo derecho desde una perspectiva democrática y participativa. Sus inquietudes ameritan la atención de los dirigentes de la MUD.
Afortunadamente, una gran mayoría saldrá a votar en las regionales pese a la prédica de los pesimistas. Hay que rescatar la magia de la campaña anterior, la efervescencia que logró la proeza de obtener seis millones y medio de votos en condiciones de adversidad y descarado abuso oficial.
Las elecciones regionales constituyen la frontera entre el país diverso y democrático que queremos y el experimento autocrático y excluyente de los dirigentes rojos. Sólo convenciendo y votando seguiremos construyendo la alternativa democrática que hoy es más sólida que nunca.
Como lo hicieron en su momento los trabajadores del país: hay que salir a votar el 16-D así sea con un cañón de ventajismo oficial apuntándonos al pecho.
El referéndum era violatorio del Convenio número 87 relativo a la libertad sindical y a la protección del derecho de sindicación de la OIT, pues significaba una intromisión en los asuntos internos de los sindicatos y una violación de su autonomía. Más aún, si el Gobierno se implicaba de lleno en la campaña y un órgano ajeno al movimiento sindical, como el CNE, era el encargado de organizar las elecciones, como fue el caso.
El sindicalismo independiente se organizó en la Junta de Conducción Sindical con la participación de todas las tendencias habidas y por haber. Era una instancia pluralista y democrática.
Se abrió una intensa discusión acerca de si se podía o debía participar en un proceso electoral a todas luces desigual, donde todo el tren gubernamental, y en especial el presidente de la República, apoyaban abiertamente a un candidato. Surgieron, no faltaba más, las voces indignadas llamando a no participar, a no hacerle el juego al Gobierno, a no convalidar lo que sería a todas luces un fraude electoral, a resistir y realizar un proceso paralelo sin el CNE y sin candidato oficialista. ¿Suena familiar?
En una entrevista otorgada a un diario de tiraje nacional, frente a la pregunta del periodista de si participarían o no en el proceso electoral sindical, el entonces coordinador de la Junta de Conducción Sindical, Jesús Urbieta, descolgó una respuesta memorable: "los trabajadores venezolanos vamos a participar en el proceso así sea con una pistola en la cabeza", dijo.
Las elecciones se llevaron a cabo con el presidente de la República actuando como jefe de campaña del candidato oficial, y sin embargo las perdieron. El Gobierno no le pudo poner la mano al movimiento sindical.
No era la situación de hoy. El presidente Chávez contaba con un ochenta por ciento de popularidad. Era mucha la gente, y de diversa procedencia en la IV República que, de buena fe, todavía le arrendaba la ganancia y miraba esperanzada el futuro de cambio positivo que supuestamente encarnaría "mi Comandante".
La ineficacia y el despilfarro eran, entonces, un atisbo, una premonición, que se haría realidad con la violencia de un terremoto de 13 grados/años en la escala sismológica Richter de devastación de un país.
Hoy, el Gobierno pasa a diario por el reality check de un país en escombros. Las calles son desaguaderos de protestas, los ministerios son monumentos, pintados de rojo, donde se le rinde culto a la impericia y la improvisación. La ciudad capital, es una inmensa morgue.
Los flagelantes del fraude, que insisten en llamar a no votar el 16-D, son hoy una minoría, ruidosa, pero minoría. Otros, quieren utilizar los resultados electorales de las presidenciales para realizar su vendetta personal, airear de nuevo sus frustraciones, sacar a pasear sin correa los pitbull de sus bajas pasiones. Y hay quienes tienen señalamientos serios, realizados con todo derecho desde una perspectiva democrática y participativa. Sus inquietudes ameritan la atención de los dirigentes de la MUD.
Afortunadamente, una gran mayoría saldrá a votar en las regionales pese a la prédica de los pesimistas. Hay que rescatar la magia de la campaña anterior, la efervescencia que logró la proeza de obtener seis millones y medio de votos en condiciones de adversidad y descarado abuso oficial.
Las elecciones regionales constituyen la frontera entre el país diverso y democrático que queremos y el experimento autocrático y excluyente de los dirigentes rojos. Sólo convenciendo y votando seguiremos construyendo la alternativa democrática que hoy es más sólida que nunca.
Como lo hicieron en su momento los trabajadores del país: hay que salir a votar el 16-D así sea con un cañón de ventajismo oficial apuntándonos al pecho.
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