Marianella Salazar
Como todo es tan vertiginoso en Venezuela, no sé si recuerdan que Antonio Ledezma dio el primer ejemplo de protesta y resistencia pacífica durante este largo y ardiente mandato de Chávez, con una exitosa huelga de hambre frente a las puertas de la representación de la Organización de Estados Americanos, por el arrebato de sus competencias a manos de una autoridad única del Distrito Capital, designada a dedo y no por votación popular.
Lo que más indigna es que el candidato derrotado, con una ingenuidad que sólo puede explicarse por su inexperiencia, aceptara sin ningún tipo de objeciones los abultados resultados y, lo que es peor, que haya tratado como si fuera un verdadero demócrata al hombre que insiste en destruir la democracia, eliminar las competencias de alcaldías y gobernaciones e instaurar con sus comunas el fracasado modelo comunista.
Esa rabia y dolor que puede impulsar a muchos ciudadanos a no votar, tiene que ser conjurada, por eso es bienvenida la propuesta de Ledezma a la desobediencia civil para el 16-D, porque atrae la participación de la oposición dura, que es mucha y le da un sentido al acto de votar y de hacerlo bajo protesta.
La oposición no está en su mejor momento, y no presenta muchas posibilidades de enfrentarse a un gobierno que sale de un triunfo electoral con fraude o sin fraude realmente aplastante y desmoralizador. El proceso avanza y, aunque duela reconocerlo, lo hace a paso de vencedores, mientras en la otra acera permanecemos mudos, de brazos cruzados o enterrando la cabeza en tierra. Es el momento para una dirigencia combativa, que entienda la verdadera naturaleza del régimen, que salga de la sumisión y la adolescencia política, que se inyecte testosterona y demuestre el guáramo necesario para enfrentar lo que nos espera con la modificación de la Constitución, el Estado comunal y todo el poder centralizado en el líder y sus vasallos.
Preocupa e impacienta el silencio cómplice y el temor a las denuncias de muchos voceros opositores. Eso promueve una gran desmotivación. Ante este panorama desolador, al menos alivia saber que hay algunos líderes preparados para afrontar los tremendos desafíos, uno de ellos es Antonio Ledezma, que desde hace tiempo viene dictando cátedra de decencia política, cuando renunció a su aspiración de medirse en las primarias y perdimos la oportunidad de tener un candidato presidencial con coherencia ideológica, suficientemente curtido y experimentado para enfrentar a una maquinaria gubernamental inescrupulosa y tramposa.
Es tarde para lamentaciones, pero es necesario transmutar las frustraciones y enfrentar activamente la realidad. Ledezma, con su probado espíritu conciliador y su contundencia en el discurso está llamado a asumir el liderazgo de la oposición; ha demostrado a lo largo de su trayectoria política el coraje suficiente, no sólo para movilizar a la ciudadanía a votar, sino para restearse con la libertad y combatir con efectividad la ilegal “dictadura constitucional”.
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