LEONOR FILARDO| EL UNIVERSAL
lunes 25 de noviembre de 2013 12:00 AM
Ese el título del libro de Adam Fergusson publicado en 1975. Trata la pesadilla de la hiperinflación en la Alemania de Weimar (1919-1933). El Gobierno la generó por su excesivo déficit fiscal (mayores egresos que ingresos), financiado con la expansión monetaria desmedida sin respaldo, dando lugar a una de las devaluaciones más impactantes de la historia.
El valor del dinero muere porque el Gobierno lo destruye pues es el que tiene el monopolio de la emisión. La hipocresía de los políticos radica en que siempre prometen acabar con la inflación, pero nunca con las causas: el gasto público excesivo, la emisión monstruosa de dinero inorgánico por parte del Banco Central, controles y regulaciones a la producción y al comercio. Sus errores los transforma culpando a los empresarios de especuladores, pero a estos los castiga con restricciones, acabando con la producción sin importarles el daño que hacen a la población. Si hubiese disciplina fiscal, monetaria y competencia, no habría inflación.
Según Fergusson, la peor inflación de la historia fue la de Alemania. De 1917 a 1923, la autoridad monetaria emitió dinero por la asombrosa cantidad de 92.800.000.000.000.000.000 marcos. Las imprentas no tenían capacidad para satisfacer la demanda de billetes y monedas. El tipo de cambio marco/oro pasó de 1 a 1000.000.000.000; y el marco/dólar, de 4,2 a 4.200.000.000.000. La moneda alemana había muerto. Los ciudadanos preferían hacer trueque por las distorsiones que inducía la hiperinflación en la fijación de precios.
Después que finalizó la II Guerra Mundial, Philip Cagan -un economista que enseñaba en la Universidad de Columbia- definió en 1956 la hiperinflación moderna como aquella que al finalizar el mes excede 50%. Argentina, Bolivia, Chile y Perú la experimentaron en algunos casos; en otros, hubo inflación crónica de 40% en promedio anual entre 12 y 15 años.
No importa cuál sea el motivo del financiamiento que el Gobierno decida realizar (guerras o despilfarro), la causa de la inflación sigue siendo la misma: exceso de déficit fiscal financiado por la impresión de dinero inorgánico a través de los bancos centrales. De acuerdo con su magnitud, la inflación puede ser galopante, crónica o hiperinflación. Es un cáncer con metástasis cuyos efectos sobre la economía y la moral de un país son devastadores.
Desde el punto de vista económico, la hiperinflación moderna se ha caracterizado porque los gobiernos imponen controles a la salida de capitales, restricciones de todo tipo, obligación del sector financiero a prestar a sectores improductivos, cambios diferenciales y control de cambio. Aun cuando estas distorsiones son difíciles de medir, el diferencial que se observa en el tipo de cambio del mercado negro respecto al oficial, es un buen termómetro para determinar la gravedad de la enfermedad. Además, la inflación es un impuesto invisible que grava y destruye el poder adquisitivo de toda la población. Si el mercado cambiario está cerrado y se criminaliza la tenencia de divisas, siempre se producirá un mercado negro cuyo precio se convierte en el precio marginal que determina los demás. Las distorsiones son inconmensurables, transmitiéndose al aparato productivo. Si a ello se suman más controles y regulaciones, la economía colapsa y el desempleo se dispara; la moneda de curso legal muere porque su utilidad como unidad de cuenta, de atesoramiento y de intercambio, desaparece. Ello impacta negativamente al sistema financiero, que se reduce porque caen sus depósitos y se incrementa la cartera de préstamos morosos. La intermediación financiera decrece a tal punto que pueden generarse fuertes crisis financieras. Éste ha sido una de los rasgos de la hiperinflación moderna.
Respecto a la moral, la causa de la corrupción y el crimen procedente de la inflación es directa porque los rendimientos de la actividad económica dejan de provenir del esfuerzo y del trabajo y pasan a depender del juego. El país se convierte en un casino de apostadores. El nuevo dinero que imprime el Gobierno va primero a sus grupos de interés, al propio Gobierno, a sus amigos y a sus contratistas. El último en recibirlo es el ciudadano común. Esto acentúa la diferencia de clases entre los beneficiados y los más afectados, que se sienten robados, generándose corrupción y crimen por el resentimiento e inestabilidad social. El Gobierno es quien siembra la corrupción en el país porque la inflación en sí misma es un acto de deshonestidad.
El valor del dinero muere porque el Gobierno lo destruye pues es el que tiene el monopolio de la emisión. La hipocresía de los políticos radica en que siempre prometen acabar con la inflación, pero nunca con las causas: el gasto público excesivo, la emisión monstruosa de dinero inorgánico por parte del Banco Central, controles y regulaciones a la producción y al comercio. Sus errores los transforma culpando a los empresarios de especuladores, pero a estos los castiga con restricciones, acabando con la producción sin importarles el daño que hacen a la población. Si hubiese disciplina fiscal, monetaria y competencia, no habría inflación.
Según Fergusson, la peor inflación de la historia fue la de Alemania. De 1917 a 1923, la autoridad monetaria emitió dinero por la asombrosa cantidad de 92.800.000.000.000.000.000 marcos. Las imprentas no tenían capacidad para satisfacer la demanda de billetes y monedas. El tipo de cambio marco/oro pasó de 1 a 1000.000.000.000; y el marco/dólar, de 4,2 a 4.200.000.000.000. La moneda alemana había muerto. Los ciudadanos preferían hacer trueque por las distorsiones que inducía la hiperinflación en la fijación de precios.
Después que finalizó la II Guerra Mundial, Philip Cagan -un economista que enseñaba en la Universidad de Columbia- definió en 1956 la hiperinflación moderna como aquella que al finalizar el mes excede 50%. Argentina, Bolivia, Chile y Perú la experimentaron en algunos casos; en otros, hubo inflación crónica de 40% en promedio anual entre 12 y 15 años.
No importa cuál sea el motivo del financiamiento que el Gobierno decida realizar (guerras o despilfarro), la causa de la inflación sigue siendo la misma: exceso de déficit fiscal financiado por la impresión de dinero inorgánico a través de los bancos centrales. De acuerdo con su magnitud, la inflación puede ser galopante, crónica o hiperinflación. Es un cáncer con metástasis cuyos efectos sobre la economía y la moral de un país son devastadores.
Desde el punto de vista económico, la hiperinflación moderna se ha caracterizado porque los gobiernos imponen controles a la salida de capitales, restricciones de todo tipo, obligación del sector financiero a prestar a sectores improductivos, cambios diferenciales y control de cambio. Aun cuando estas distorsiones son difíciles de medir, el diferencial que se observa en el tipo de cambio del mercado negro respecto al oficial, es un buen termómetro para determinar la gravedad de la enfermedad. Además, la inflación es un impuesto invisible que grava y destruye el poder adquisitivo de toda la población. Si el mercado cambiario está cerrado y se criminaliza la tenencia de divisas, siempre se producirá un mercado negro cuyo precio se convierte en el precio marginal que determina los demás. Las distorsiones son inconmensurables, transmitiéndose al aparato productivo. Si a ello se suman más controles y regulaciones, la economía colapsa y el desempleo se dispara; la moneda de curso legal muere porque su utilidad como unidad de cuenta, de atesoramiento y de intercambio, desaparece. Ello impacta negativamente al sistema financiero, que se reduce porque caen sus depósitos y se incrementa la cartera de préstamos morosos. La intermediación financiera decrece a tal punto que pueden generarse fuertes crisis financieras. Éste ha sido una de los rasgos de la hiperinflación moderna.
Respecto a la moral, la causa de la corrupción y el crimen procedente de la inflación es directa porque los rendimientos de la actividad económica dejan de provenir del esfuerzo y del trabajo y pasan a depender del juego. El país se convierte en un casino de apostadores. El nuevo dinero que imprime el Gobierno va primero a sus grupos de interés, al propio Gobierno, a sus amigos y a sus contratistas. El último en recibirlo es el ciudadano común. Esto acentúa la diferencia de clases entre los beneficiados y los más afectados, que se sienten robados, generándose corrupción y crimen por el resentimiento e inestabilidad social. El Gobierno es quien siembra la corrupción en el país porque la inflación en sí misma es un acto de deshonestidad.
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