MIGUEL ÁNGEL SANTOS| EL UNIVERSAL
miércoles 20 de noviembre de 2013 12:00 AM
Uno siempre siente que al escribir acerca de qué se podría hacer diferente se incurre en un ejercicio público de ingenuidad. "¿Qué van a pensar?" "¿Que yo creo que estamos cerca del final?". Tengo para mí que ese es un riesgo que bien vale la pena correr de vez en cuando, un ejercicio de ingenuidad de esos que a veces rescatan alguna esperanza o reavivan algún entusiasmo. No me propongo tanto. Apenas quisiera compartir mis ideas a propósito de las inquietudes de algunos lectores en relación con qué podríamos hacer para salir de esta larga calle ciega en la que nos hemos metido.
Pero, ¿cuándo es eso? Acaso esa sea la primera dificultad. El conjunto de políticas y la secuencia de implementación van a depender de manera crucial de en qué momento ocurre el cambio y qué tanto nos podríamos deteriorar de aquí a allá. No era la misma recomendación de política económica en octubre de 2012 que ahora; no será lo mismo ahora que dentro de dos o tres años. El tiempo opera como una espada de doble filo: Nos hundimos más, pero también dará mayor margen de maniobra. Todo depende de qué tanto sobreviva la estructura de la economía tras la revolución. Háganse cuenta de que hablamos de un edificio en llamas (una metáfora de Lant Pritchett): El fuego se viene propagando de abajo hacia arriba. El Gobierno, en lugar de atreverse a cruzar las llamas en ruta a la salida (mientras era posible), ha decidido bloquear la entrada a los bomberos y subir un piso más, y cuando éste entra en llamas uno más, y así sucesivamente. Se aproximan ya a la cúspide del edificio en llamas, con los cimientos en ruinas. A esas alturas, ya no sólo no tienen cómo volver atrás, sino que además no hay red de seguridad con la flexibilidad y fortaleza necesaria para amortiguar su caída.
Siendo ese el caso, acaso lo más razonable sea hablar aquí de algunas orientaciones de política que no dependen del tiempo. Hugo Chávez rompió el presupuesto nacional en varios pedazos, de los cuales en la Asamblea Nacional sólo se revisa y discute el del Gobierno central (poco más de 50% del gasto). La enorme discrecionalidad y opacidad fiscal resultante es en parte responsable de que seamos el país de mayor riesgo soberano del planeta. La consolidación de todos los bolsillos en uno solo, y la recentralización del gasto público en el Gobierno central es una tarea difícil pero urgente, que deberemos acometer independientemente del momento en el que ocurra el cambio.
Cuando se consoliden las cuentas aparecerá un déficit fiscal descomunal (18% para el 2012 y alrededor de 15% para 2013). Esa brecha colosal sólo se puede financiar imprimiendo dinero. Un recorte del gasto de esa magnitud provocaría una fuerte recesión y dispararía el desempleo. Esa es la trampa en la que ellos nos encerraron: Inflación o desempleo. Existen varias salidas posibles. La primera es la disminución del gasto público y el equilibrio del déficit pueda ser (en alguna medida) compensada por mayor inversión privada. Para eso, además de levantar todas las restricciones que mantienen amarrado al sector privado, es esencial la credibilidad. Todo va a depender de la capacidad del nuevo gobierno para generar confianza y recibir el beneficio de la duda de parte de los inversionistas. La segunda estrategia es reducir el gasto externo del Gobierno: Así el golpe lo recibiría la demanda agregada interna de Rusia, Cuba, o España, pero no la economía interna. Lamentablemente, hoy en día no tenemos el detalle como para precisar de dónde podrían venir esos recortes. Pero sí sabemos que los gastos en dólares del Gobierno han aumentado exponencialmente, y también que según ellos mismos estiman 40% de las importaciones públicas (que ya son 45% del total) son ficticias. Ahora bien, no es bueno hacerse ilusiones sobre la posibilidad de controlar la corrupción mientras exista Cadivi. El desmontaje del control de cambio es una medida fundamental, y sus mecanismos sí dependen de las reservas, la liquidez, y otros fundamentos del momento. También es evidente que Venezuela se verá obligada a moverse a un proceso de desinversión de activos públicos y su correspondiente traslado a trabajadores e inversionistas. Sobre esto hay numerosos ejemplos a nivel mundial que podríamos seguir.
No pretendo ser exhaustivo. No será fácil. Aparecerán fabricantes de ilusiones ofreciendo salidas mágicas. Acaso ese sea el principal criterio para identificarlos: "Tan sencillo como... ", "sería muy fácil... ", o "bastaría con... ". No hay receta. Habrá que partir del sentido común, experimentar, evaluar y adaptar. Pero claro que se puede. Por cada Cuba del mundo hay un Chile, una Colombia, o un México. Si otros lo han hecho, ¿por qué nosotros no vamos a poder?
Pero, ¿cuándo es eso? Acaso esa sea la primera dificultad. El conjunto de políticas y la secuencia de implementación van a depender de manera crucial de en qué momento ocurre el cambio y qué tanto nos podríamos deteriorar de aquí a allá. No era la misma recomendación de política económica en octubre de 2012 que ahora; no será lo mismo ahora que dentro de dos o tres años. El tiempo opera como una espada de doble filo: Nos hundimos más, pero también dará mayor margen de maniobra. Todo depende de qué tanto sobreviva la estructura de la economía tras la revolución. Háganse cuenta de que hablamos de un edificio en llamas (una metáfora de Lant Pritchett): El fuego se viene propagando de abajo hacia arriba. El Gobierno, en lugar de atreverse a cruzar las llamas en ruta a la salida (mientras era posible), ha decidido bloquear la entrada a los bomberos y subir un piso más, y cuando éste entra en llamas uno más, y así sucesivamente. Se aproximan ya a la cúspide del edificio en llamas, con los cimientos en ruinas. A esas alturas, ya no sólo no tienen cómo volver atrás, sino que además no hay red de seguridad con la flexibilidad y fortaleza necesaria para amortiguar su caída.
Siendo ese el caso, acaso lo más razonable sea hablar aquí de algunas orientaciones de política que no dependen del tiempo. Hugo Chávez rompió el presupuesto nacional en varios pedazos, de los cuales en la Asamblea Nacional sólo se revisa y discute el del Gobierno central (poco más de 50% del gasto). La enorme discrecionalidad y opacidad fiscal resultante es en parte responsable de que seamos el país de mayor riesgo soberano del planeta. La consolidación de todos los bolsillos en uno solo, y la recentralización del gasto público en el Gobierno central es una tarea difícil pero urgente, que deberemos acometer independientemente del momento en el que ocurra el cambio.
Cuando se consoliden las cuentas aparecerá un déficit fiscal descomunal (18% para el 2012 y alrededor de 15% para 2013). Esa brecha colosal sólo se puede financiar imprimiendo dinero. Un recorte del gasto de esa magnitud provocaría una fuerte recesión y dispararía el desempleo. Esa es la trampa en la que ellos nos encerraron: Inflación o desempleo. Existen varias salidas posibles. La primera es la disminución del gasto público y el equilibrio del déficit pueda ser (en alguna medida) compensada por mayor inversión privada. Para eso, además de levantar todas las restricciones que mantienen amarrado al sector privado, es esencial la credibilidad. Todo va a depender de la capacidad del nuevo gobierno para generar confianza y recibir el beneficio de la duda de parte de los inversionistas. La segunda estrategia es reducir el gasto externo del Gobierno: Así el golpe lo recibiría la demanda agregada interna de Rusia, Cuba, o España, pero no la economía interna. Lamentablemente, hoy en día no tenemos el detalle como para precisar de dónde podrían venir esos recortes. Pero sí sabemos que los gastos en dólares del Gobierno han aumentado exponencialmente, y también que según ellos mismos estiman 40% de las importaciones públicas (que ya son 45% del total) son ficticias. Ahora bien, no es bueno hacerse ilusiones sobre la posibilidad de controlar la corrupción mientras exista Cadivi. El desmontaje del control de cambio es una medida fundamental, y sus mecanismos sí dependen de las reservas, la liquidez, y otros fundamentos del momento. También es evidente que Venezuela se verá obligada a moverse a un proceso de desinversión de activos públicos y su correspondiente traslado a trabajadores e inversionistas. Sobre esto hay numerosos ejemplos a nivel mundial que podríamos seguir.
No pretendo ser exhaustivo. No será fácil. Aparecerán fabricantes de ilusiones ofreciendo salidas mágicas. Acaso ese sea el principal criterio para identificarlos: "Tan sencillo como... ", "sería muy fácil... ", o "bastaría con... ". No hay receta. Habrá que partir del sentido común, experimentar, evaluar y adaptar. Pero claro que se puede. Por cada Cuba del mundo hay un Chile, una Colombia, o un México. Si otros lo han hecho, ¿por qué nosotros no vamos a poder?
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