AXEL CAPRILES M.| EL UNIVERSAL
jueves 21 de noviembre de 2013 12:00 AM
El poder pervierte no porque sea esencialmente malo sino porque produce desmesura e inflación del Yo. El ego del poderoso se infla porque se identifica con personajes mitológicos que lo sobrepasan y le dan la sensación de poseer aptitudes y capacidades excepcionales. El revolucionario se identifica con la figura del demiurgo, el dios artesano que, en el Timeo, es el creador y ordenador del mundo, el productor del cosmos. No debe extrañarnos, entonces, que el nuevo pontífice bolivariano que heredó del creador supremo la misión de llevar la verdad y el dogma revolucionario a los infieles, pretenda ahora cambiar la naturaleza humana y el orden social por simple efecto de la buena voluntad, su voluntad. Vemos así que, en tan solo en dos semanas, a fuerza de amenazas, órdenes y armas largas, Nicolás Maduro proclama, triunfante, haber doblegado el mecanismo de los precios y haber acabado con la especulación y la usura, causas de la inflación. De un plumazo, para sorpresa del mundo, el presidente de Venezuela se ha dado el lujo de refutar y echar por la borda toda la información, evidencia, conocimiento, modelos y teorías, acumulados en 240 años de investigación y estudio en ciencias económicas. Parece mentira que un humilde conductor de autobús haya logrado lo que hombres de la talla intelectual de John Maynard Keynes o Milton Freedman ni llegaron a concebir.
También los jacobinos se sintieron demiurgos y jugaron a la creación de la sociedad para terminar en el régimen del terror. La voluntad arrolladora del despotes puede, sin duda, imponerse para moldear la conducta de los hombres, pero solo puede aspirar a un orden social pasajero y precario porque su acción se fundamenta en la división y el miedo con los que destruye la solidad y la confianza como virtudes sociales. El dominio del puro arbitrio y el capricho del mandón sustituyen a las instituciones y las leyes como garantes de la vida, la libertad y la propiedad. La camisa de fuerza económica no es un método de control duradero.
También los jacobinos se sintieron demiurgos y jugaron a la creación de la sociedad para terminar en el régimen del terror. La voluntad arrolladora del despotes puede, sin duda, imponerse para moldear la conducta de los hombres, pero solo puede aspirar a un orden social pasajero y precario porque su acción se fundamenta en la división y el miedo con los que destruye la solidad y la confianza como virtudes sociales. El dominio del puro arbitrio y el capricho del mandón sustituyen a las instituciones y las leyes como garantes de la vida, la libertad y la propiedad. La camisa de fuerza económica no es un método de control duradero.
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